Al momento de escribir esta nota, casi 16.000 personas han firmado el petitorio a la ministra Muñoz, con el fin de que “proceda a adoptar las medidas que aseguren las condiciones profesionales que el bailarín Julio Bocca requiere para mantenerse al frente del Ballet del Sodre”.
Al momento de escribir esta nota, casi 16.000 personas han firmado el petitorio a la ministra Muñoz, con el fin de que “proceda a adoptar las medidas que aseguren las condiciones profesionales que el bailarín Julio Bocca requiere para mantenerse al frente del Ballet del Sodre”.
Ha trascendido una oferta del American Ballet Theatre que, de ser aceptada por Bocca, volvería inútil esta iniciativa. Pero eso no impide que sea analizada en profundidad, no ya desde una mirada personalista, sino como síntoma del estado de las cosas en la cultura nacional.
Hay que empezar por reconocer que la influencia de Bocca ha sido beneficiosa. Mejoró la performance artística y técnica del BNS, lo reinsertó en el contexto internacional, atrajo inversión pública y privada a la cultura y, lo más importante, convocó a un público masivo, que en cada espectáculo apagó por un momento a Tinelli y se reconectó por un momento con altos valores estéticos. También es válido lamentar que el maestro pueda haberse irritado con el comité de obstáculos en que suele convertirse la combinación letal entre burocracia estatal y rutina sindical, tan ajenas ambas a la pasión por la excelencia.
Sin embargo, he fundado mi decisión en no firmar el petitorio en el convencimiento de que poco aporta a la cultura nacional hacerla “boccadependiente”. Hay algo de provincianismo en esta obstinación por defender con uñas y dientes la gestión de un artista extranjero, a quien se reconocen méritos de los que se presupone carecen sus colegas uruguayos. ¿Qué mejor que haber contado por unos años con su liderazgo, para tomarlo como una plataforma de lanzamiento de nuevos talentos propios? En nuestro complejo de país chico le dimos corte a Onetti después de que triunfó en España, a Stoll y Rebella tras haber ganado en Cannes, a Drexler a partir de que se alzó con un Oscar. Como decía Ruben Rada cuando le preguntaron por qué tuvo que emigrar para alcanzar el éxito: “en Uruguay yo era el negro que vivía acá a la vuelta”.
Herederos de un prejuicio cultural europeizante instalado desde los albores de la nacionalidad, los uruguayos disponemos de una escasa autoestima artística, que nos lleva a buscar salvadores de afuera a quienes venerar y sobredimensionar. Hay mucha gente que viaja a Buenos Aires a pagar fortunas para ver teatro, pero no tiene la menor idea de lo que está haciendo la Comedia Nacional. Llenamos las calles cuando un futbolista logra ganar un partido sin haber mordido a ningún adversario, pero nadie se entera cuando Nidia Telles gana un premio a la trayectoria en uno de los festivales de teatro más importantes de Europa.
Me pregunto qué futuro espera a este país, acostumbrado a colocar commodities, si no asume el desafío de promover y respaldar una producción cultural imprescindible para posicionarlo en el mundo.
No quiero que se interpreten estas reflexiones como un reflejo chauvinista o de nacionalismo irracional. Bienvenidas las influencias creativas del exterior en tanto no anulen la valoración de nuestros talentos y el necesario fomento a una creación autóctona, constructora de diversidad estética e identidad nacional.
La crisis por la pérdida de Bocca es en realidad una oportunidad. Coloca al Estado en la obligación de diseñar una política cultural amplia e imaginativa que no sólo popularice al ballet, sino que combata con seriedad la inercia que nos despeña hacia la ignorancia, el desprecio y la violencia.