En un artículo sugestivamente titulado “La baja de la pobreza y el ‘ñeri’ heredero del lumpemproletariado”, Nelson Fernández desarrolla en El Observador un tema del que poco se habla, en tiempos en que el paradigma multicultural invita a hacer la vista gorda ante graves problemas sociales.
En un artículo sugestivamente titulado “La baja de la pobreza y el ‘ñeri’ heredero del lumpemproletariado”, Nelson Fernández desarrolla en El Observador un tema del que poco se habla, en tiempos en que el paradigma multicultural invita a hacer la vista gorda ante graves problemas sociales.
Hoy los políticos debaten sobre cómo resolver la inseguridad pública, y un buen punto de partida debería ser por qué las cosas llegaron a este estado. Por momentos resulta irritante seguir escuchando argumentos tan elementales como que la delincuencia surge por rebeldía contra la pobreza o que es incentivada por el afán consumista. El primero, en su afán por mostrar sensibilidad ante quienes menos tienen, termina estigmatizándolos, porque presupone que ser pobre da derecho a ser deshonesto. El segundo, que es la justificación preferida por un gobierno culposo de haber estimulado el consumismo como nunca en la historia del país, carga la responsabilidad sobre un capitalismo sin alma que, a través de la satánica publicidad, manejaría la voluntad de las personas como marionetas. Las orejeras ideológicas impiden reconocer en el consumidor a una persona que piensa y elige con libertad y valores éticos, de acuerdo con su capacidad de compra.
Con decir mucho sobre la realidad actual, el ascenso que aprecia Fernández de los herederos del lumpemproletariado (una definición marxista de los desclasados que viven de la caridad o el delito) no completa todo el panorama. Porque la cultura lumpen se ha derramado en toda la sociedad, no solo en los que matan por unos pesos.
No son ñeris los que dentro de los hogares golpean y maltratan a sus mujeres, convirtiendo a la violencia de género en el delito más habitual del país, que no discrimina niveles sociales y nos pone a la cabeza de un vergonzante ranking continental.
Tampoco son ñeris los predicadores que estafan a los pobres con milagros truchos, graciosamente exonerados de impuestos y disponiendo de espacios en radio y televisión para pescar más víctimas.
Tampoco lo son los dirigentes de fútbol que protegen a sus barrabravas, buenos muchachos que corean apologías de violencia y de vez en cuando matan con orgullo y sin piedad.
Tampoco los docentes que dejan sin clase a los chiquilines más pobres, empujándolos fuera del sistema educativo y con ello, de la oportunidad de zafar de la espiral de exclusión
No es ñeri, aunque como tal se disfrace, el expresidente que ha hecho un elogio constante de la ignorancia y se ha mofado de profesionales y bachilleres.
En la entrevista a Jorge Grünberg realizada por Lucía Baldomir, que publicara El País el domingo pasado, el rector de la Universidad ORT se lamentaba por la falta de valoración del conocimiento entre los decisores públicos. Ponía como ejemplo que se hubiera aprobado la ley de la marihuana sin atender al informe negativo de la Sociedad Uruguaya de Psiquiatría. Por su parte, Guillermo Sicardi pregunta en las redes sociales por qué ni los políticos, ni las cámaras empresariales ni las organizaciones sindicales fundan su toma de decisiones en recomendaciones de la academia. Ninguno de esos tres sectores está integrado por ñeris. Sin embargo, el habitual desprecio por quienes han hecho de la investigación, la reflexión y el conocimiento su vocación de vida, tiene el mismo origen. No hace falta ponerse gorrita y championes caros para deteriorar la convivencia.