Wilson, Susana y un aniversario

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Es una de esas historias pequeñas que adquirieron dimensión con el transcurso de los años. Sucedió hace hoy exactamente ocho décadas en Punta del Este, por entonces una desierta península habitada por pescadores todo el año y -en verano- por un puñado de familias uruguayas y argentinas.

Es una de esas historias pequeñas que adquirieron dimensión con el transcurso de los años. Sucedió hace hoy exactamente ocho décadas en Punta del Este, por entonces una desierta península habitada por pescadores todo el año y -en verano- por un puñado de familias uruguayas y argentinas.

Pese a la mansedumbre del lugar, no eran aquellos tiempos de estabilidad política para el Río de la Plata. En Uruguay, en marzo de 1933, Gabriel Terra había dado un golpe de Estado y eran muchos los compatriotas exiliados o presos en la isla de Flores. Cuatro años antes, en Argentina, el Gral. José Félix Uriburu había derrocado al presidente Hipólito Yrigoyen, inaugurando un largo período de dictaduras militares que caracterizarían la vida política del vecino país.

En esa Península abrazada por un mar manso y otro bravío, se conocieron Wilson Ferreira Aldunate y Susana Sienra. Fue en enero de 1934. Él era un joven estudiante de Preparatorios de Derecho, ya apasionado por la política y militante del Partido Blanco Independiente (fracción del nacionalismo que se escindió del Partido Nacional tras el golpe de Terra); ella una adolescente de pelo muy rubio y ojos claros y ávida lectora de las novelas de Pérez Galdós.

Susana, pasaba las vacaciones de verano en la casa de sus abuelos maternos: Carlos Burmester y Amelia Navarro. Villa del Mar se llamaba el chalé que daba a la vieja playa Mansa y en cuya terraza todos los amigos y vecinos se daban cita para contemplar las puesta de sol. La joven estaba al tanto de la visita de Wilson y su hermano Juan; su amiga Martha Ferreira hacía días que le venía anunciando la llegada de sus "buenmocísimos" primos. Susana esperaba a dos galanes de los que aparecían en las revistas y se encontró con dos muchachos que distaban mucho de ser los personajes de biógrafo que su amiga le había pintado. No obstante, con Wilson hubo un amor a primera vista. La prueba está que el 28 de enero de 1934, previa autorización de su madre, Susana le cocinó una torta de chocolate para celebrar el cumpleaños número 16 de Wilson. La formalización del noviazgo se concretó en 1939 y el matrimonio llegó en 1944. Estuvieron juntos durante casi medio siglo. No fue un amor de verano duró para toda la vida. Y como en todo matrimonio, como en toda vida, hubo momentos muy felices y de los otros. De los primeros, Susana conserva un sinfín de recuerdos a los que apela hoy con sus más de 90 años. A los segundos los ha olvidado, aunque siempre comenta que su marido, aún en los momentos más dramáticos, siempre tuvo la virtud de arrancarle una sonrisa o una carcajada. A veces la geografía determina el rumbo de las cosas. Wilson y Susana, comenzaron a escribir su historia de amor en un atardecer de Punta del Este de 1934. Entonces, para aquellos muchachos, el sol ocultándose entre las sierras y el mar, auguraban un futuro venturoso. Quiso el destino que, casi cuatro décadas después, un ocaso de una fría jornada de invierno, contemplada de esa misma terraza, fuera la última imagen del Uruguay que guardarían Wilson y Susana. Contrariamente a lo que anunciaba la puesta de sol de 1934, la de 1973 auguraba el fin de un estilo de país y el comienzo de un tiempo oscuro, terrible. El resto de la historia es -al menos por los mayores- conocida.

Por eso hoy que Wilson Ferreira, hubiera cumplido años, es bueno recordar cuánto luchó por la libertad, la democracia y la dignidad de todos los uruguayos. Lucha que pudo dar porque junto a él, estuvo siempre Susana Sienra.

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Diego Fischer

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