EL URUGUAY DEL MEDIO ORIENTE
Nada parecería indicarlo, pero en África del Norte hay un país en el que un uruguayo podría sentirse en casa. Túnez, como Uruguay, desafían los estereotipos que predominan de Medio Oriente y Latinoamérica. Relato de un sitio inesperadamente similar.
Túnez es un país que aparece poco en la prensa uruguaya. ¿Por qué debería importar? Manejás por la Ruta 7 hacia el Uruguay profundo y mirás las vacas y las ovejas tranquilamente masticando la hierba. Probablemente no te darás cuenta, pero hay un pedazo de Túnez incrustado en estos campos ostensiblemente prístinos.
La Ruta 7 es el pago del doctor Alberto Gallinal Heber. En sus varias visitas a Nueva Zelanda, empezando en la década del 30, el estanciero, filántropo, político, y cantante de ópera, se sorprendió de que un país con latitud similar al Uruguay pudiera tener una industria ganadera y ovejera mucho más productiva. Inspirado por sus intercambios con los kiwis, una de las cruzadas más fuertes del tío Coco fue traer fertilizantes al campo uruguayo.
¿De qué se hacen los fertilizantes? De fosfatos. ¿Dónde hay grandes cantidades de fosfatos? En África del Norte. En la década del 50, Gallinal envió socios a Túnez para reunirse con franceses dirigentes de las minas de fosfato. Surgió una colaboración comercial que tendría un impacto significativo sobre la agricultura y el medio ambiente en Uruguay.
El Observatory of Economic Complexity del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) tiene datos globales de importaciones y exportaciones desde 1962. Una visualización en su sitio web demuestra que 17% del fosfato natural de calcio que Uruguay ha importado desde 1962 proviene de Túnez. Solo Togo, con 25%, ha exportado más a la República Oriental. En total, Uruguay ha importado US$ 142 millones en fosfatos y fertilizantes de Túnez desde aquel año. En un día típicamente lluvioso en mi Oregon natal, Federico Cernuschi, geólogo uruguayo doctorado de Oregon State University, me dice: "Para la mayoría de los productores uruguayos, los fertilizantes vienen del puerto de Montevideo. Pero en realidad vienen de África del Norte".
Pero es por más razones que los uruguayos se deben dar cuenta de Túnez. Es que los dos países tienen bastante en común. Las semejanzas son en parte debido a lo geográfico. Son países pequeños que comparten fronteras con dos países mucho más grandes, y tienen una costa con playas populares. También tienen una capital exponencialmente más grande que la segunda ciudad, una realidad que crea una división importante entre ciudad e interior. Sin embargo, el patrón es también social y económico. La mayoría de los norteamericanos y europeos tienen estereotipos del Medio Oriente y Latinoamérica: riqueza extrema coincidente con pobreza extrema, tasas altas de violencia y guerra civil, ausencia de instituciones fuertes y una esfera pública generalmente caótica. Uruguay y Túnez presentan un desafío a estos estereotipos.
En primer lugar, no precisé vacunarme antes de viajar a ninguno de estos países.
A pesar de nunca haber estudiado el idioma árabe, pude todavía entender un poquito a escondidas en las calles de Túnez. Esto es porque casi cada quinta palabra en el dialecto local es de origen francés, debido a la influencia colonial, los casi 700.000 tunecinos residentes en Francia, y la proximidad geográfica a Europa. Cuando estoy en Uruguay, me siento en algún lugar entre Latinoamérica, Norteamérica (los paisajes, usos de tierra y asentamientos del interior se parecen mucho al centro-oeste de Estados Unidos) y Europa. Similarmente, en Túnez no me sentí completamente en el Medio Oriente, ni en África, ni en Europa.
En ambos países, las categorías geográficas supuestamente fijas llegan a ser de algún modo maleables. No me cuesta imaginar una banda tunecina homóloga al Cuarteto de Nos cantando un tema que se llame No somos africanos.
La manera en la cual los uruguayos hablan de los éxitos de don Batlle al inicio del siglo XX es parecida a la reverencia que muchos tunecinos tienen hacia una figura similar medio siglo después. Como jefe de Estado de Túnez, desde la independencia de Francia en 1956 hasta 1987, el régimen de Habib Bourguiba no fue exactamente un modelo de democracia. Su agarre sobre el poder y su culto de personalidad hacen a uno recordar a un autócrata contemporáneo del cual los uruguayos tendrían un cierto conocimiento en el general Alfredo Stroessner, de Paraguay. Sin embargo, a diferencia del líder guaraní, Bourguiba construyó un Estado que se destacó de sus vecinos en una manera similar al batllismo. Bourguiba ordenó un sistema educativo gratuito, público y laico, instituyó una política extranjera pacifista, redujo los gastos militares y expandió derechos para las mujeres, ejemplificado en su aversión al uso público de pañuelos para la cabeza, prenda que una vez llamó "este trapo odioso". Las guerras civiles que acosaron a sus vecinos Argelia y Libia no tuvieron equivalentes en el Túnez de Bourguiba.
El ministro de Interior Zine El Abidine Ben Ali derrocó a Bourguiba en un golpe sin sangre en 1987. Ben Ali siguió la tradición autocrática hasta que fue derrocado en 2011 en la Revolución de Jazmín, parte de la más amplia Primavera Árabe. La revolución dio vuelta el patrón autocrático tunecino. Para ilustrar, en 2014 The Economist nombró a Túnez el único país democrático en el mundo árabe. Los aumentos en libertades y derechos humanos son evidentes, pero la confianza de la gente en la capacidad del Estado de resolver necesidades básicas parece cada vez más frágil.
En Uruguay, mis amigos canarios se quejan frecuentemente cuando bajan a Montevideo. Dicen que es "una ciudad de mugre". Y tienen razón. La prolijidad de las calles de Montevideo no está a la par de su belleza arquitectónica. Pero, aparte de zonas muy turísticas como el deslumbrante Sidi Bou Said, la basura en Túnez se amontona en una escala astronómicamente más alta. Las ciudades están tristes, pero más descorazonadores son los predios rurales, donde bolsas plásticas y restos de zonas de obras decoloran las hileras de olivos e higueras de tuna. Donde las fragancias aromáticas de jazmín y rosa deberían prevalecer, tu nariz es en su lugar golpeada con los huesos de pescado de la semana pasada.
Hay un consuelo. Por lo menos no precisas esquivar caca de perro en las veredas tunecinas. Ahí reinan los gatos.
¿Por qué hubo esta negligencia? No he encontrado una investigación comprehensiva, pero hay explicaciones generales. En primer lugar, motines durante la revolución de 2011 destruyeron una porción inmensa del equipamiento basurero del país. Segundo, la descentralización del gobierno dio lugar a confusión entre funcionarios locales, acostumbrados a seguir las órdenes de los de arriba. Tercero, en un caso clásico de la tragedia de los comunes, ciudadanos que siempre esperaron que el Estado se llevara su basura, ahora no reconocen las consecuencias de su propias acciones, tirando basura en cualquier lugar.
Dando sorbos a un té con menta en uno de los miles de cafés de la capital tunecina, un artista me dice en voz baja que otra revolución es inminente. Vale la pena vincular este momento político al Uruguay de hoy. El descontento posrevolucionario no es diferente al malestar o la apatía que rodea el tercer mandato del FA. Como con la Revolución de Jazmín en Túnez, veo una percepción común en los dos países de que el cambio social ha sido más cosmético que algo que vino junto con prosperidad y estabilidad económica.
Los países en el radar uruguayo caen en principalmente tres grupos: países gigantes sin considerar el nivel de desarrollo (Brasil, EE.UU., China), países pequeños muy desarrollados (Suiza, Nueva Zelanda, Suecia), y países caóticos de varios tamaños (Siria, Venezuela, Congo). En esta cosmovisión, Uruguay es ajeno a los problemas del primer y tercer mundo que dominan las noticias globales. Comparado con las peleas Merkel-Erdogan, o el genocidio de Rohingyas en Birmania, la renuncia de Raúl Sendic parece casi adorable. Sí, Uruguay es maravillosamente tranquilo y debe estar muy orgulloso de este hecho, pero hay otros países fuera de estos tres grupos arriba que también pueden enriquecer la visión del mundo.
*Samuel T. Brandt es estudiante doctoral de geografía en la Universidad de California, Los Ángeles. Fue becario Fulbright en Uruguay.
Una sensación familiar en un país africano
A pesar de su frustración con los fracasos de la revolución y la insistencia de que sus compatriotas son menos confiables que los extranjeros, la mayoría de los tunecinos que conocí me dijeron: "Cuando vayas, tenés que ser buen embajador para mi país". Entonces, siguiendo sus órdenes, aquí presento mi discurso a los uruguayos. La próxima vez que tomes vacaciones en Europa, comprá un pasaje de Roma, Madrid o París a Túnez. El viaje dura menos de dos horas. Andá y disfrutá la belleza de los edificios coloniales y sus postigos celestes, el gusto de las medialunas y la limonada por la mañana, y el sonido de los artesanos vendiendo sus mercancías en las calles angostas de las medinas. Capaz te encontrás fuera de tu zona de confort, pero tal vez sientas algo bien familiar.