Gabriela Pérez llega al teatro dos horas antes de que empiece la función. Es demasiado tiempo para un calentamiento pero es la manera en que consigue apaciguar la ansiedad y dejar el cuerpo pronto para interpretar el personaje más exigente de su carrera: Ofelia.
Acomoda el escenario.Coloca cada uno de los materiales que necesita. Corre frente a la platea vacía. Cuando el público llega, lo recibe con frases que parecen no tener sentido. Aún. En Mucho de Ofelia, su primer unipersonal, actúa acompañada de seis espectadores que la rodean, y junto a ella constatan que es cierto eso de que las luces borran los rostros de los observadores que atienden desde las butacas.
Cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad, y mientras dice parlamentos con la mayor naturalidad posible, una parte de Gabriela no puede evitar hurgar entre la platea e identificar a aquellos que están comunicándose con su trabajo y a los que no.
—A veces con el público me sobregiro. Mi peor defecto es la falta de control de la actuación, que es algo que se estudia y se aprende. Aunque me mentalizo con que "yo soy la dueña de este escenario", me dejo llevar por el estado y la energía de los otros: cuando veo a alguien distraído me desespero. Y tengo una cosa de temblorosa, de nerviosa, que es algo que viene conmigo pero quiero sacar completamente del escenario, -confiesa de un tirón.
A los 32 años Gabriela Pérez es una de las actrices independientes de mayor ascenso en la escena teatral.
Mucho de Ofelia es su tercera colaboración con la dramaturga Mariana Percovich (y la última obra que realizó antes de ocupar la dirección de cultura de la Intendencia de Montevideo), que antes fue su profesora en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático. Gabriela está convencida de que Percovich le indicó el camino para entender el teatro como un lenguaje expresivo vivo y dinámico, un espacio donde lo importante es el equipo y el proceso, y donde el actor debe saber ordenar su ego para un día brillar y otro ayudar a que brille el resto.
Mucho de Ofelia también fue un punto de inflexión en su carrera. En 75 minutos y en soledad, personifica varias versiones de este personaje emblemático a partir de textos de Romina Paula, Sylvia Plath, Katerine Mansfield y la propia Percovich. Reflexiona en voz alta acerca de la representación y de las exigencias sociales que a lo largo de la historia han hecho que demasiadas mujeres no puedan ser lo que quieren ser, y que para encajar o sobrevivir hayan tenido que interpretar personajes a pesar de no ser actrices. También se calza en el cuerpo el pensamiento de esas mujeres que decidieron terminar con su vida como un acto de libertad.
Todo esto frente a un grupo de desconocidos que la ve semi desnuda mientras cambia de vestuario, y observa cómo modifica el tono y el tipo de actuación de acuerdo a la Ofelia que le toque.
—No le tengo miedo al público. Le tenía cuando no había subido a un escenario, pero cuando estás ahí te das cuenta de que actuar no tiene que ver con tus características personales, es otra cosa. En las últimas obras que hice la consigna fue generar una relación íntima con el espectador. Mirarlo a los ojos, hablarle a uno y después al otro, incluirlo como parte de la obra. Es mucho más exigente para un actor porque el accidente, que siempre está presente, si aparece queda en evidencia. Estás mucho más expuesta. Pero lo que a mí me gusta del teatro es eso: que todo es posible.
Por vocación.
La primera vez que el público realmente se fijó en Gabriela ella era María, la protagonista de Las hortensias dentro de esa obra inolvidable que fue Proyecto Felisberto. María, delgada, pálida, frágil, con los ojos inmóviles, pasaba sus manos por el vestido, alisando la tela a la altura de las caderas. Cuando es Ofelia, las manos de Gabriela tiemblan, sacuden el pelo, las apoya en el piso para acostarse, y las eleva para tomar impulso y trepar a una mesa.
—Para concentrarme lo que hago es enfocarme en detalles del comportamiento del personaje, por ejemplo: se arregla la ropa, o se toca la cara, o le tiembla la mano cuando fuma. Es todo un trabajo previo que hago para saber donde poner la atención. Cuando soy Ofelia me ayuda mucho identificar a los espectadores mientras entran a la sala, porque yo después me imagino que uno de ellos es Hamlet, otro Claudio, que una mujer es Gertrudis. Me sirve mucho armar y desarmar para estar presente en el escenario.
Mientras crecía, el teatro apareció como un futuro posible. Gabriela es la hermana menor de la actriz María Elena Pérez y solía acompañarla a ensayos, estrenos, funciones. "Pero no me sentía en el lugar de actriz. No me veía ahí".
En el liceo participó en algunos talleres que siempre abandonaba. En los mismos cursos estaba Gabriel Calderón. Cuando tuvo que elegir qué hacer para el resto de su vida estudió Comunicación. Hasta que un día, como si fuera una fecha marcada, caminó por la calle Rondeau, vio un cartel que anunciaba el inicio de clases en el Teatro Circular, y sin tomar en serio las dudas se inscribió. Luego de tres años decidió hacer la carrera en la EMAD.
Gabriela dice que empezó a estudiar teatro a los 24 como si hubiera perdido demasiado tiempo en lugares equivocados.
Su primer acercamiento fue como apuntadora del elenco de Morir (o no), de Calderón y Martín Inthamoussú. Después llegaron las suplencias y las primeras obras.
—Ser actor no significa esperar a que otro te llame. Uno tiene que saber gestionar sus propios proyectos. A mí me gusta no solo el teatro como actriz, me gusta el teatro como lugar y como colectivo.
Por eso, junto con otros compañeros de estudios fundó la compañía La Carnicerí. Esta "segunda casa" lleva presentada tres obras (Mugre, La cantante y Una canción de amor idiota) que se inspiraron en la metodología aprendida en clases con Percovich: destinaron más de un año a cada proceso de investigación y dramaturgia (aunque las temporadas para el teatro independiente llegan en dosis de ocho funciones), crearon el texto de forma colectiva y trabajaron con una organización horizontal, intercambiando roles y responsabilidades.
—Del teatro me gusta la capacidad que uno debe tener para ponerse en el lugar del otro, de no juzgar, de entender cuáles son las circunstancias que hacen que un personaje funcione de determinada manera. Es un trabajo que exige mucho de uno, sobre todo de observar. Pero también tiene un costado que es de juego, de poner en movimiento la imaginación. Lo que uno siente cuando actúa es que tiene en sus manos un lenguaje propio para poder expresar.
—Pero debe ser exigente: llamar la atención de un director que admirás, poder cumplir con lo que necesita, ser todo lo que exige el personaje y además darle un tono personal para destacar.
—Sí. Por lo general me han tocado obras con procesos largos. Ensayos de un año o más antes de estrenar. En varios momentos atravesás crisis de "no puedo con esto", y después aparece la luz, volvés a crecer y al tiempo te caes de nuevo. Pero esa cosa de construirse y destruirse es linda también. Eso es la vocación.
En esos vaivenes de personalidades múltiples se fue descubriendo. "Creo que me he potenciado, que el teatro me enseñó a conocerme de una manera que no creo que otra profesión me hubiera permitido."
Gabriela Pérez: una actriz que refresca la escena