Toma aire, respira y se relaja. Vicky Rodríguez acaricia las tablas antes de cada función. Es su forma de agradecer al escenario por haber vuelto, por permitirle dar y transmitir todo lo que siente.
Se emociona al relatar este ritual. Este Carnaval debutó en el parodismo con Zíngaros. Juega al humor y al drama. Es Charlie, personaje que encarnó Chris O’Donnell en Perfume de mujer, y la poetisa Juana de Ibarbourou. La actriz, directora y docente se conmueve en los tablados de tierra, rodeada de niños y adultos que la abrazan, la miman y la llenan de elogios, “doy las gracias al universo por permitirme estar ahí”.
—Representabas a los Pimpinela y participabas de las obras escolares, ¿empezaste a formarte en actuación desde ese juego infantil inconsciente? —Sí, descubrí que fue una forma de sanar, liberar poder sobrellevar cosas fuertes que me tocó vivir en la niñez. Encerrarme a actuar era uno de mis juegos preferidos; en el día dedicaba un ratito para poder estar conmigo y hacer mi viaje: expresaba cosas, lloraba, me reía, agradecía.
—Estudiaste con Mary de Cuña y a los 19 años entraste a Canal 12 por un casting, ¿te acordás cómo llegaste?
—Empecé a estudiar a los 16 años con Mary, fue mi gran maestra. Me presentaba a todos los castings que había y nunca quedaba. En esa escuela me hice amiga de Diego Delgrossi, Gabriel Hermano, Emilia Díaz, Julieta Denevi. Diego me invitó a ir al casting, pensé que no iba a quedar, pero fui igual. Tenía que interpretar una escena en un bar con un muchacho, había un desencuentro, se generaba una situación graciosa; me equivoqué, hice cualquier cosa pero seguí. Quedé en Plop, estuve seis años, dividieron el grupo y algunos nos fuimos para Guau, un programa muy exitoso que duró solo seis meses. Me tomó Cacho de la Cruz, otro gran maestro, y seguí trabajando en El Show del Mediodía.
—Hacías tele pero no se te ocurría abandonar el teatro, ¿es tu lugar?
—Sí, ni qué hablar. Hace poco que me siento actriz. Cuando empecé a dar clases, dirigir, escribir y estudiar más, me empecé a sentir más actriz, antes sabía que hacía lo que amaba desde un lugar verdadero, lleno de amor y respeto, pero no me sentía una profesional. Tomaba a mis compañeros como mis maestros, pedía permiso y agradecía al escenario, algo que hoy sigo haciendo: agradecer por estar.
—Fueron 12 años ininterrumpidos en la televisión, ¿sentiste que habías cumplido un ciclo en la pantalla?
—Sí, yo decidí salir de El show del mediodía porque sentía que no estaba aportando nada. Me dio mucha tristeza abandonar a Cacho, pero ya no era mi lugar. Y cuando uno lo siente así tiene que salir volando. Yo necesitaba irme. Ahora extraño la tele. Entendí que es un lenguaje precioso y siento que en este momento tengo mucho para dar. Vuelvo con la serie Rotos y descosidos (Aceituna Film) junto a Florencia Colucci, Alfonso Tort, Fernando Dianesi, Virginia Méndez, María Mendive y un montón de gente. Fuimos muy felices grabándolo.
—Meneca es uno de los personajes que más querés y la primera carcajada que robó fue la de Clarita Berenbau…
—Yo no quería a hacer a Meneca en Prohibido estacionar, me negaba y Omar (Varela) me decía, por favor. Sentía que me copiaba, no encontraba el alma del personaje. Un día dije, basta, voy a construirla, a acercarme a ella. Presenté a Meneca y Clarita se empezó a reír sin parar, me aplaudía y dije, ta, es esta, no me equivoqué. Tuve la suerte de tener la carcajada de mi amiga.
—Cuando ingresaste al Carnaval ya habías hecho tele, teatro, cine ¿qué te motivó?
—Empecé a trabajar con mi marido, Gustavo Antunez, en Carambola (revista). Estuvimos dos años, Gustavo se fue y yo dirigí en 2008. Salí espantada del Carnaval esa vez porque desde el lugar de técnico viví algo que no era lo que buscaba, ni como me gusta trabajar. No quise volver más hasta 2014, que hubo un cambio radical a favor en mí pero fue difícil de transitar. Me bajé del escenario, me costaba mucho trabajar; dirigía, enseñaba pero no podía exponerme. Hasta que recibo una llamada de Gustavo Jean Claude, de La Compañía, me dijo, Vicky, volvé al Carnaval. Sentí una luz enorme y le contesté, vuelvo. Retorné y me enamoré del Carnaval, entendí por qué tenía que estar ahí: era un regalo que me estaban mandando.
—¿Por qué no podías subirte al escenario en 2014?
—Sentía que no estaba siendo honesta con la profesión. Y si no trabajo desde ahí, no puedo. Como actriz profesional, lo que tenga que sanar conmigo, lo sano abajo del escenario, arriba estoy para representar un alma que no tenga nada que ver con la mía. En ese momento no podía separar y decidí estar abajo. Fue perfecto: volví a subir con todas las ganas y pude separar las cosas.
—Crees en la energía, seguís las corazonadas y tu llegada a Zíngaros tuvo mucho que ver con eso, ¿no?
—El año pasado estaba con mis compañeros de La Compañía en el tablado de la Rural viendo a Los Muchachos y lancé, qué divertido debe de ser hacer esto. Pinocho (Sosa) era un nombre que andaba en la vuelta, pero nunca había visto Zíngaros, no lo conocía. Aún así, largué al universo, quiero trabajar con Pinocho. Yo había arreglado con Tabú para este año, pero me encontré a Pinocho en el Ponte Vecchio. Jamás había ido, solo esa vez para acompañar a una amiga. Ella me dice, ¿sabés quién está ahí adentro? Pinocho. Me acerqué, me elogió, tuvimos una conexión muy fuerte y me invitó enseguida a trabajar con él. Le conté que ya había arreglado con Tabú pero había una energía que me llevaba a él y todo es por algo: le pedí al universo estar con él. Veo a Pinocho y me veo. Lo admiro. Es un gran maestro.
—¿Por qué querías trabajar con él si nunca habías visto su trabajo?
—No sé, esas cosas inexplicables que te pasan. Había una energía que me estaba llamando. Es increíble lo que siento. Maravilloso. Estoy orgullosa de mis compañeros, los adoro. A Pinocho hay que conocerlo: es bondadoso, puro corazón.
—El Carnaval te permite hacer a Juana de Ibarbourou, ¿querías probarte en ese personaje? ¿Estaba entre los que querías hacer?
—¿Cómo explicarte? Yo nunca me puse a decir, me gustaría hacer tal personaje. Quizá de chica me hubiese gustado ser Puck (Sueño de una noche de verano). Me llegaban los personajes y yo quería ese, no pensaba en otro, solo en el que me daban. Siempre deseé hacer tragedia griega y tuve la suerte de interpretar a Casandra junto a Marisa Bentancur. Cuando Pinocho me dio a Juana pensé, ¿podré hacerlo? Contar a Juana, llegarle a tanta gente, en Carnaval. Se ve que sí y lo hago desde el lugar que construyo todos los personajes: a partir del amor absoluto y lo que creo. Quiero contar un personaje real, de carne y hueso, al que le corre sangre por las venas.
—¿Necesitaste querer a Juana para poder interpretarla?
—Siempre se necesita querer para interpretar. Si hay un personaje que no quiero, no lo hago. Por suerte nunca me pasó.
—¿Qué hiciste para quererla?
—Leí sobre ella, sobre su historia, miré fotos suyas, conecté con el ser.
—¿Qué viste en esas fotos?
—Mucha tristeza. Una mujer infantil. Un alma solitaria. Una gran mujer.
—¿Encontraste mucho material?, ¿en qué te concentraste?
—Aunque te parezca mentira, no hay tanto y mirá que busqué. Conseguí un video muy chiquitito para ver sus movimientos, sus gestos porque en Carnaval tenés que representar desde ese lugar, pero no se logra identificar bien.
Pinocho me pasó la grabación de un discurso que ella hizo: va a leer un poema, dice que no le gusta hacerlo porque no sabe interpretar; agradece y pide disculpas con cierta timidez por si no lo hace bien. Una mujer muy respetuosa, educada. En la escena en que hablo al pueblo trato de evocar su voz para rendirle un homenaje, pero lo hago solo en ese momento porque quiero representar un personaje sin tener que llegar a una copia de ella.
—En la parodia aparece su poesía, hay recitados, ¿te apoyaste en esos versos para ser Juana?
—Me apoyé en lo que interpreto de lo que ella escribió.
—Decís que el trabajo del actor no es de 4 ni 8 horas, es de 24. Convivís con Juana, entonces, ¿no?
—La tengo conmigo todo el tiempo. Desde que Pinocho me la dio (diciembre) la estoy trabajando. Yo he sacado personajes preparando la comida para mis hijos o en un cumpleaños -pido permiso, me aparto y resuelvo cosas-. Los personajes nunca se cierran y tengo que aprender mucho más de Juana. De momento, lo que tengo es lo que puedo entender y recibir; con los años voy a comprender mucho más y quizá diga, acá me equivoqué o no vi esto. Los personajes nunca mueren en el actor, siempre están.
—Reviviste el personaje que hacías en La Compañía en 2015 y hoy es Charlie en la parodia Perfume de mujer, ¿por qué?
—Ese año se vivió mucha violencia viendo ese personaje en los tablados. La gente llegó a pegarse, había gritos. Era catarsis pura: las madres veían lo que vivían a diario. Muy fuerte. Le pedí a Pinocho si podía traerlo de nuevo para que se viera que es un muchachito que pudo crecer, cambiar. Era un chico sumergido en drogas, perdido y en el final pedía que no lo dejaran solo, que le dieran una mano, que lo ayudaran a salir.
—¿Preparaste una Juana distinta a la que hubieras hecho en un teatro?
—No, para nada. Para mí hay solo una manera de trabajar: seria y responsable. Estoy cansada porque son cuatro o cinco tablados por noche pero es maravilloso. Además de ser mamá, amiga, mujer, hoy mi rol es transmitir de la forma más honesta, desde el amor más puro. Si no lo hago desde ese lugar me da vergüenza y me quiero ir.
—Cada personaje es como un amor escurridizo, llegan y se van, ¿no?
—En realidad no se van, en un punto quedan. La creación qué siente, qué piensa, por dónde va, qué le pasó- es del actor, entonces nunca te abandona. A veces estás deseando bajar un poco porque no das más del agotamiento, necesitás separarte, pero en algún momento -antes de acostarte o tomándote un cafecito- te viene una palabrita que te conecta inmediatamente con ese personaje. Nunca mueren en uno, pero tienen un ciclo, empiezan y terminan.
—¿Te cuesta dejarlos ir?
Hay personajes que te siguen doliendo un poco, los extrañás. Yo extrañé mucho a Adelita (La bien pagá). Era un personaje cómico, tenía tres minutos de escena, pero para mí no existen los personajes chicos, existen los actores mediocres. No hay personajes chicos porque no hay persona chica, todos somos inmensos. Es más, tengo su peluca conmigo. También guardo el pañuelo de Susana (Esperando la carroza), el vestido y la vincha de novia de Casandra (Las Troyanas)
—¿Te dormís pensando en Juana?
—No, recibo muchos mensajes preciosos y me acuesto con esos mensajes. Además, yo respondo todos. Y me quedo con eso.
Vicky Rodríguez