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El profesor como artista

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POR QUÉ EL CIELO es azul? ¿Cómo se forma el arco iris? Por más románticas que esas preguntas puedan parecer, sus respuestas, claro está, deben ser buscadas en la física. Pero para muchos la física es una de las materias más áridas de todo el currículum escolar; incluso más árida que la matemática.

Walter Lewin (Holanda, 1936) es profesor del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) desde que llegó allí en 1966 y durante años impartió los cursos de física básica para estudiantes de ciencias e ingeniería (Mecánica, Electricidad y Magnetismo, Ondas). Lewin saltó a la fama en 2002 cuando, en el marco del proyecto OpenCourseWare, el MIT (después se sumarían otras instituciones) decidió hacer públicos algunos de sus cursos de grado en Internet. Desde entonces, su popularidad no ha parado de crecer. Ha recibido numerosos galardones y se ha convertido en un rock-star de la ciencia (sus clases son televisadas y el propio Bill Gates le escribió una entusiasta carta -¡en papel!- donde reconocía haber seguido el ciclo). Un libro recién editado, Por amor a la física, es la consecuencia lógica de esa experiencia.

DEL AULA AL PAPEL.

El contenido del libro puede ser dividido en tres secciones. La primera es el intento de llevar al texto todo el entusiasmo que Lewin irradia en sus clases. No es probable que el aficionado a esa ciencia aprenda nada nuevo allí, pero seguramente logrará ver más allá de las clásicas ecuaciones. Es la física de los primeros años universitarios, la de los siglos XVII a XIX, la de Galileo, Newton, Maxwell. No hay descubrimientos asombrosos, pero tampoco ese relato laxo de otros divulgadores de la ciencia de avanzada donde no queda clara la frontera entre lo que ya se conoce con un amplio grado de certeza, de lo que es pura elucubración.

La segunda parte es diferente. Es una crónica en primera persona de los primeros días de la astronomía de rayos X -el área de investigación del Dr. Lewin- y la sucesión de descubrimientos surgidos en esos años (estrellas de neutrones, supernovas, agujeros negros, pulsares, radiación cósmica de fondo) que modificarían completamente el panorama de la astronomía. Allí el lector se entera de cosas tales como que "una cucharadita de materia de una estrella de neutrones pesaría en la Tierra unos 100 millones de toneladas". En ese sentido, el libro aporta la mirada de uno de sus protagonistas al desarrollo de la ciencia durante la segunda mitad del siglo XX. Un capítulo final (algo prescindible) está dedicado al interés del autor por el arte.

Toda la obra está salpicada por anécdotas (simpáticas, como la de su encuentro con los físicos soviéticos, o estremecedoras, como las de su niñez durante la ocupación nazi) lo que la convierte, en parte, en autobiográfica. El autor incluso da su opinión sobre temas de actualidad, como el calentamiento global o la política norteamericana.

DE VUELTA A CLASES.

El estilo de Lewin hace recordar aquellas otras brillantes lecciones que el futuro premio Nobel de Física Richard Feynman (ver El País Cultural Nº 1008) ofreciera en el Caltech durante dos años lectivos en 1961-63, que también terminaron convertidas en libro. Basta con seguir los abundantes enlaces que aparecen a lo largo de sus páginas (a veces algo difíciles de digitar) para asistir a algunas de las 94 lecciones originales (disponibles en la página OpenCourseWare: ocw.mit.edu). El problema radica en que están en inglés (con subtítulos en ese idioma) pero el lector no tendrá dificultades en encontrar algunas de ellas subtituladas en español en YouTube. Requieren un poco más de preparación matemática que el libro; allí se podrá ver a Lewin oscilando colgado cabeza abajo de un péndulo (para demostrar que el período del mismo no depende de la masa), intentando alcanzar la velocidad de escape de la tierra en un triciclo-cohete propulsado por el lanzamiento hacia atrás del contenido de un extintor, generando artificialmente cielos azules, puestas de sol rojizas, un arco iris mediante una gota de agua ("¡Allí está!", grita Lewin a sus alumnos. "Sus vidas nunca volverán a ser la mismas... Debido al conocimiento, ustedes ahora podrán ver mucho más que la belleza del arco iris que es lo que todo el mundo ve"), o poniendo su mentón en el camino de una masa de 15 kilogramos que se dirige hacia él a toda velocidad ("Creo tan firmemente en el principio de conservación de la energía que estoy dispuesto a arriesgar mi vida en ello. Si estoy equivocado, ésta será mi última clase"). Al final de ese momento de teatralidad e incertidumbre (que obviamente se termina resolviendo según lo previsto por las leyes de la naturaleza), Lewin cierra su lección diciendo: "La física funciona. Todavía estoy vivo. Los veo en la próxima clase".

Hay que reconocer que no todo lo que hace Lewin es novedoso. Algunos de esos mismos experimentos ya eran realizados en el MIT antes, y en otras instituciones del mundo se dictan cátedras similares (incluso a nivel local). La novedad radica en que cualquier persona interesada pueda seguir sus clases por Internet; y también en el color y la emoción que Lewin pone en cada una de ellas. Basta con encontrar la lección en la cual, para demostrar la independencia de las componentes vertical y horizontal del movimiento de un proyectil, lanza una pelotita desde un dispositivo de aire comprimido contra un monito de peluche que cuelga de un electroimán a metros de distancia. Lewin se viste apropiadamente (con bermudas y sombrero de cazador) y el mono luce un chaleco antibalas. Todo está perfectamente cronometrado (hasta los segundos de espera para la reacción de los espectadores). El profesor reconoce que ensaya cada clase tres veces antes de hacerla pública. Es la docencia como arte de la representación; y en eso radica su valía.

Si bien Por amor a la física puede ser leído con independencia de las lecciones y su carácter es otro (como libro de divulgación tiene méritos por sí mismo: el entusiasmo del autor está intacto, el relato fluye con facilidad y la matemática es mínima), es visualizando esas clases que se logra entender la intención que lo anima. Lewin trata de que sus lecciones diviertan para que sus destinatarios se enamoren de la física: "Les muestro a la gente su propio mundo, el mundo en el que viven y que conocen pero que no miran como físicos... aún".

Es de suponer (no es algo obvio) que esa pasión se contagiará a los asistentes y los motivará a intentar por sí mismos avanzar en la búsqueda del conocimiento; una visión un tanto optimista para la educación en los tiempos que corren, pero tal vez la única con alguna esperanza de éxito. Y si bien -hay que sincerarse- los cien mil dólares que el MIT gastó en el diseño del curso podrían no estar al alcance de cualquier institución educativa, sus lecciones son un valioso ejemplo de lo que aún hoy puede hacer un buen profesor en una clase expositiva frontal, pertrechado solamente de tiza, pizarrón, carisma y poco más. "La enseñanza es mi vida", ha dicho Lewin quien finalmente se retiró en 2009.

POR AMOR A LA FÍSICA, de Walter Lewin con Warren Goldstein. Debate, 2012. Buenos Aires, 320 págs. Distribuye Random House Mondadori.

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