Mercedes Estramil
EL INGLÉS VICTOR Sawdon Pritchett, más conocido como V. S. Pritchett, no es de todos modos muy conocido, pese a que vivió casi un siglo (1900-1997) y pasó parte del mismo escribiendo y publicando. Quizá la sombra se deba a su reputación de reseñista y crítico (profesión de fe antes que de honores) más que a las virtudes de narrador que demostró tener en textos como los que ahora aparecen traducidos para el sello La Bestia Equilátera. Los seis relatos de Amor ciego (1969) son historias fluidas y sencillas, sin tramas complicadas ni vueltas de tuerca. Se ajustan a lo que el propio Pritchett definía como la esencia del cuento: "algo que se ve de reojo, mientras pasa". Una imagen cinematográfica y muy ambigua, elogiada ampliamente por Raymond Carver, que algo tomó de ella. Y una imagen de modestia total en comparación, por ejemplo, con la teoría del "iceberg" de Hemingway, que postulaba que el escritor debía mostrar lo mínimo necesario y mantener oculto el resto.
De reojo y en orden, las seis historias que van pasando son así: un hombre dejado por su mujer al quedar ciego inicia una historia de amor con su secretaria, ignorando que ésta tiene un defecto físico por el que también obtuvo un divorcio ("Amor ciego"); un pobre aspirante a anticuario se enamora de una jovencita sin percibir que ésta -coleccionista de antigüedades al fin- es la esposa de un anticuario rico ("La bella de Camberwell"); un religioso radical acomoda cada acontecimiento de su vida al universo delirante de sus creencias ("El santo"); un calculador corredor de comercio y una cazamaridos de pueblo chico deciden casarse cuando el enamorado de ésta se mata en un accidente mientras los persigue ("Sentido del humor"); un viejo rico, egocéntrico, quizá gay y virgen rechaza la modificación emocional que una visita del pasado le trae ("El esqueleto"); y una mujer dos veces viuda vuelve a su pueblo queriendo impresionar con su aparente desenvoltura y riqueza, pero algo sale mal ("El regreso").
La ceguera literal del primer cuento introduce las restantes, haciendo que el conjunto pueda recordar a aquella Parábola de los ciegos, la pintura del siglo XVI de Brueghel el Viejo donde seis ciegos guiándose en fila india iban cayendo.
Los personajes de Pritchett no ven -en su mayoría porque eligen tercamente la seducción de la oscuridad-y caen. Pero con frecuencia la caída es luminosa (disfrutada incluso en happy ends que imponen una magra esperanza). El oficio y la intuición del escritor son notorios en su capacidad de armar diálogos y espesar atmósferas a partir de ellos, y de crear personajes caleidoscópicos, a la vez insondables, superficiales, generosos, mezquinos, inteligentes, necios, perseverantes, provocadores de una curiosa mezcla de admiración y burla. La imagen de una piscina generadora de los grandes cambios en el magistral primer cuento (el ciego cae en ella literalmente, su secretaria cae de modo simbólico al revelar su desnudez), o de un empapado pastor sin grey en "El santo", o la de un patético conversador solitario de bar en "El esqueleto", muestran con qué habilidad de detalles Pritchett construye un infierno que puede ser leído como paraíso, o viceversa. No por nada el amor -a la carne, al dinero, a una fe- es el gran movilizador de estos relatos. Pritchett no es económico en su factura -se toma tiempo y espacio- pero de él también puede decirse que sabe ocultar un mundo detrás de lo que muestra.
AMOR CIEGO, de V. S. Pritchett. La Bestia Equilátera, 2011. Buenos Aires, 284 págs. Distribuye Gussi.