La deriva

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Elvio E. Gandolfo

LA PRIMERA NOVELA de William Gibson, Neuromante (1984), fue mucho más que un libro. A través del término "cyberpunk" creó todo un concepto sugerente y elusivo que iba a influir en terrenos tan diversos como la música, el cine, la moda o el propio género de la ciencia ficción al que pertenecía, en ese entonces en crisis. Dio además un formato entre visual y de vocabulario al gran mundo digital en expasión (en especial a "la Red"), suspendido entre la mitología y el romanticismo profundo. Lejos de sentirse abrumado por el impacto de su primera obra extensa, la siguió con otras dos, Conde cero (1986) y Mona Lisa acelerada (1988): las tres integraron la "trilogía del Sprawl" (o ensanche), unidas a los cuentos de Quemando cromo (1986).

MÁS TRILOGÍAS. Una segunda trilogía se integraba con Luz virtual (1993), Idoru (1996) y Todas las fiestas de mañana (1999). A esa altura su voz y su estilo eran de los más reconocibles dentro de la ciencia ficción o la literatura a secas en inglés: parecía tomar el pulso del presente en que vivía y proyectarlo al futuro con una sutileza de poeta para elaborar metáforas e imágenes exactas, y con una masa de datos monumental, que indicaban una permanente investigación y puesta al día. En todo caso esta "trilogía del Puente" no se alejaba hacia un futuro más lejano, sino que parecía acercarse de nuevo en el tiempo.

El salto clave lo dio Gibson con Mundo espejo (2003), donde una especialista en reconocer tendencias y calificar "logos" es contratada por una firma inglesa, a partir de lo cual se amplían sus movimientos hasta abarcar Rusia, la proyección fragmentada de un film en Internet, y otros hilos. A diferencia de las novelas anteriores, aquí Gibson trabajaba con el presente, pero manteniéndose en el filo mismo del avance tecnológico. Era una obra a la vez compleja y diáfana, ubicada en un territorio propio donde la sorpresa ante los infinitos datos de marcas, sellos u objetos, lejos de caer en el esnobismo, respaldaban los momentos de emoción o avance de la trama.

Ahora País de espías (Spook Country, 2003) continúa de modo muy tenue la acción de aquel libro. En su afán de etiquetarlo todo, mucho comentario o publicidad ha hablado de una "novela post 11 de setiembre". En parte lo es, pero de un modo muy peculiar. Los 84 breves capítulos que la componen siguen a tres grupos básicos de personajes, que solo confluirán en las últimas páginas. Los que lideran los movimientos de cada grupo son Hollis Henry (ex cantante pop, actual periodista), un consumidor de drogas de diseño secuestrado por un misterioso señor Brown, y Tito, un latino de raíces chinas que suele ser auxiliado por "los Guerreros", un grupo de personajes entre alucinados y espirituales.

NOMADISMO. Cada grupo se mueve sin cesar. Gibson se ocupa de ir tensando los hilos de la trama, pero lo hace con un curioso distanciamiento. Los personajes caminan, corren, entran en aviones o helicópteros, hablan entre sí con el estilo telegráfico y lleno de sobreentendidos típico de su autor. Pero la trama parece, a pesar de todo ese movimiento, extrañamente detenida. En ese sentido, Mundo espejo conseguía crear auténticos personajes que rendían momentos verdaderos de cambio o profundidad emocional.

Una vez dicho esto tal vez sea hora de recordar el tema "11 de septiembre", y de percibir el modo extraño en que Gibson dibuja los años posteriores a esa fecha fatídica. De allí viene el título, que en inglés alude también a los espectros o fantasmas (spooks). La contradicción reside en la mirada que caracteriza a Gibson, quien describe en profundidad miedos o terrores, pero mantiene una actitud de fondo interesada, atenta, en última instancia más activa y optimista que depresiva y pesimista.

En la deriva por el mapa de Estados Unidos, sus personajes van registrando o captando de paso el crecimiento geométrico de los sistemas de seguridad, de vigilancia, incluso de detención ilegal o tortura: es el retroceso de las leyes básicas de una democracia. El capítulo 29 es el único explícito: "Una nación", dice un personaje, "consiste en sus leyes. Una nación no consiste en su situación en un momento dado. Si la moral de un individuo es situacional, ese individuo carece de moral. Si las leyes de una nación son situacionales, esa nación no tiene leyes, y pronto no será una nación". Otro personaje, menos ético y preocupado, más insertado en la nueva realidad espectral, más frío, agrega por su parte: "Se basa en la misma característica de la psicología humana que permite a la gente creer que pueden ganar a la lotería. Estadísticamente, casi nadie gana nunca a la lotería. Estadísticamente, los ataques terroristas no suceden casi nunca".

MUCHOS NOMBRES. El punto de llegada de las trayectorias de los personajes depende de una muy buena idea (desde luego no conviene revelarla aquí), que despista las expectativas por un lado y las colma por otro, inesperado. Pero las casi 400 páginas para llegar allí pueden resultarle lentas en extremo a quien no sea ya un lector habitual de Gibson. Colmadas de frases cortantes o frescas como aforismos, entregando decenas de datos o sorprendentes y cargados de humor o útiles a la trama, como en otros libros, les falta en cambio carnadura humana en los personajes. Incluso se podría hablar de un exceso de nombres a seguir, y de poca diferenciación entre los seres a quienes bautizan.

Un dato adicional es que dentro de un vaciamiento ya casi total del sello Minotauro a partir de su venta al grupo Planeta, Gibson fue uno de los nombres que se dejaron caer. Mundo espejo, la primera parte de esta trilogía, fue el último que formó parte de su catálogo. País de espías aparece en la colección Plata negra del sello Plata.

Gibson tiene el coraje bien asentado de seguir lo que le interesa, sin pensar en el rendimiento económico como factor de estilo. La segunda novela de su primera trilogía, Conde cero, también resultaba menor y un poco confusa en relación a Neuromante. Sería bueno que Plata no se amilane y dé a conocer también Zero History, el volumen que cierra la trilogía, aún no traducido.

Tal vez el propio Gibson, captador permanente del llamado "espíritu de la época", ahora que ese espíritu cambia cada tan poco tiempo, se reserve una gran décima novela, esta vez sí (como pensaba serlo al principio Mundo espejo) desprovista de continuaciones. Para quien no haya leído a Gibson conviene entrar a su mundo por su gran clásico, Neuromante, por el libro de cuentos Quemando cromo, o por ese giro importante que fue Mundo espejo. Un primer encuentro con cualquiera de esos libros es memorable.

Quien lo ha ido siguiendo a lo largo del tiempo, en cambio, se internará con preocupación alterna en las páginas de País de espías, pero verá recompensada su relativa paciencia por fragmentos o cambios de dirección que están a la altura de su prestigio. Para estarlo del todo, tal vez tendría que haberse animado a escribir por una vez una novela corta, o hasta una combinación de tres relatos, uno por cada grupo en movimiento. Pero lo que hay es esto: 380 páginas de novela con mucho trabajo encima, pero poco narrativa en su despliegue.

PAÍS DE ESPÍAS, de William Gibson. Plata, 2009. Barcelona, 380 págs. Distribuye Urano.

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