Lo ininteligiblede la poesía debería tener poco que ver con la dificultad compositiva, las trampas retóricas y la menor o mayor disponibilidad del poeta para oscurecer sin cegar. Pero de hecho tiene mucho más que ver con eso que con sus propios misterios intrínsecos, que son, precisamente, los que hacen que un gran poeta escriba poesía (o deje de hacerlo).
Paul Auster (1947), que como novelista ha creado ficciones ingeniosas y bien escritas (La trilogía de Nueva York, La invención de la soledad, Mr. Vértigo, La noche del oráculo), y otras no tanto, posicionándose como un autor prolífico y correcto, cuando no previsible, comenzó su matrimonio con la literatura con el más bohemio de los romances: haciendo traducciones de poetas simbolistas franceses, y escribiendo su propia poesía "pura". Tenía menos de treinta años, adoraba la lírica hermética de su compatriota Emily Dickinson, y la prosa se le presentaba como una barrera infranqueable. En cierto modo la poesía le parecía un alivio. La palabra sería "fácil", si no se prestara a confusiones. Porque de hecho la poesía de Auster se sustrajo al facilismo mucho más que sus novelas, se apartó de lo confesional sin dejar de ser autobiográfica, y evitó la recurrente tendencia estadounidense de los poemas que parecen relatos ordenados en versos (por mejores que sean).
SABOTAJE.
Auster escribió y publicó poesía entre 1970 y 1979 y de repente cerró de golpe esa puerta, según algunos trasladando su universo poético a la narrativa y el cine, punto discutible no porque sus intenciones no fueran esas, sino porque una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. En su Poesía completa (título original Collected Poems, 2004) reunida en esta edición bilingüe de Seix Barral, el autor define un territorio singular y propio, muy anterior a la fama mediática. Un mundo donde el dominio del lenguaje y la generación de sentido nacen de una dificultad profunda que lejos de esconderse se exhibe con delicadeza y orgullo. La poesía de Auster no es complaciente ni fácil ni feliz. Es incómoda. No anecdótica sino esencialmente incómoda. Al comienzo esa sensación parece provenir de su cripticismo, pero en algún momento se empieza a sospechar que proviene de su claridad.
Prologuista y traductor del volumen, el español Jordi Doce habla de un "discurso autista" y una condición oracular y enigmática en la poesía de Auster, vinculándolo a la corriente postmallarmeana donde el contrato entre la palabra y el mundo se ha roto. Quedan fragmentos, intentos vanos, desesperación. Con mucha suerte, epifanía. Su poesía transita un territorio de difícil acceso y no parece dispuesta a facilitar un mapa turístico; a lo sumo pergaminos trampeados. No hay cómo contextualizar sobre seguro. A menudo no podemos decir con certeza: en este poema habla de tal cosa. Consciente de que eso es así, Auster ha llegado a "desencriptar" en alguna entrevista algunos de sus textos, por ejemplo un poema de Escritura mural (1971-1975) titulado "Mentiras. Decretos. 1972" (y no es de los más oscuros, por lo menos su título es indicial y rastreable) que al parecer fue toda una diatriba contra Nixon y su debate presidencial.
En la mayoría de ellos, sin embargo, la punta del ovillo es tan elusiva como en el más oscuro poema del Trilce de Vallejo. Y su brillantez consiste en que no nos está desafiando a encontrar esa punta -ese trabajo detectivesco, y no en sentido peyorativo, queda en todo caso para su novelística-, sino lo contrario. La invitación de Auster-poeta viene más bien por el lado de aceptar que las palabras no bastan, que no dan cuenta de nada, que el poeta no sabe, que tampoco da cuenta de nada, y que pese a esa suma de desazones cada palabra y cada espacio en blanco tienen su peso inaudito de belleza y contenido.
Entre la fugacidad de la vida y las limitaciones del lenguaje, sus versos proponen un corte radical, hecho a fuerza de intuición y de fe: "Roja será la flor/ cuando la primera palabra rasgue la página". El resultado podrá ser inútil, pero el esfuerzo de crear es titánico: "Cada sílaba/ es obra del sabotaje" es un verso de Exhumación (1970-1972) que podría funcionar como ars poetica para todo el libro. El poeta es un saboteador saboteado, un doble espía engañado. Hay otras metáforas: la poesía como un "braille/ extraído del sueño", que más allá de evocar la mística del vate ciego, señala la imperiosidad de la lectura por encima de la ceguera y de la irrealidad. Con esas premisas, la poesía de Auster se desbroza de a poco, de a fragmentos, se abre o mejor dicho se entreabre recién cuando aflojamos la pretensión de descifrarla, que en el fondo es siempre una pretensión de reducirla.
MÚSICA OCULTA.
El volumen incluye siete poemarios (Radios, Exhumación, Escritura mural, Desapariciones, Efigies, Fragmentos del frío, Aceptando las consecuencias) y dos apéndices en prosa (Espacios blancos y Notas de un cuaderno de ejercicios), con el denominador común de una solidez reflexiva, filosófica y con ansias de trascendencia, que a la vez va diseñando un camino de renuncia, diluyéndose de a poco en la narrativa, en la explicación. Aquello de lo que Auster en definitiva habla -el tiempo, la muerte, el amor, la soledad, el yo, el mundo, los otros, la creación-es convocado desde una mezcla de escepticismo y fe, sostenido por una red de palabras claves (huevo, ojo, muro, piedra, tierra, entre otras) que negocian a cada página su limitación esencial pero amplían como cajas de resonancia la música oculta del conjunto.
El resultado no puede ser otra cosa que desasosiego (del escritor y del lector), impotencia frente al material, el medio y el mensaje. Pero también está el goce de la ejecución, donde el poeta reivindica su dominio de caza, en este caso erigiéndose como un cazador oculto, conflictuado y ermitaño. En parte porque sabe, reconoce, que la presa no es ni será nunca suya, que la poesía en el mejor de los casos es una concesión a término, como el conocimiento, el amor o la vida. Incluso en sus poemas más transparentes (en el sentido de fácilmente decodificables, como el que escribe en memoria de su padre, Samuel Auster) el sentido escapa a todo lo que pueda parecer obvio, a lo que esperamos en términos de "elegía", y la pérdida del ser -de carne y hueso- y de la figura toma proporciones ontológicas. La muerte también es el silencio que es preciso llenar de palabras inútiles.
Como una isla en su producción literaria, la poesía de Auster conserva el raro encanto de las cosas abandonadas que resisten el paso del tiempo. No contiene humor ni ingenio y evita a rajatabla cualquier asomo de sensiblería, pero se sabe parte de un juego de depuraciones y misterios que incluye sensibilidad y sentimientos quizá más que ninguna otra cosa. Así Auster, que en el final de este libro colocó su definición de lo clásico como "fe en la palabra" y lo romántico como "duda en la palabra",se da por un instante el lujo autoritario de ser ambas cosas. Con más de treinta años sus versos no han envejecido y más allá de que retome o no ese camino -ha jurado que no en alguna entrevista y vaticinado lo contrario en alguna otra- lo escrito perdura, fue refugio y pasión de juventud y alcanzó el tipo de madurez que no pocas veces la poesía tiene reservada sólo a los jóvenes: una madurez visionaria y repentina cabalgando a lomos de la soberbia y la humildad.
POESÍA COMPLETA, de Paul Auster. Trad. Jordi Doce. Seix Barral, 2012. Buenos Aires, 301 págs. Distribuye Random House Mondadori.
Fragmentos del frío
LAS RAÍCES se doblan al paso del gusano
y el tamiz del reloj cohabita el corazón
del gorrión. Entre rama y aguja, la palabra
menosprecia su nido, y la semilla,
mecida por confines aún más simples,
se niega a confesar.
Sólo el huevo gravita.
(De Radios, 1970)
* * * *
1
JUNTO con tus cenizas, las apenas escritas, arrasando
la oda, las raíces instigadas, el ojo
extranjero; con mano idiota te arrastraron
a la ciudad, te ataron
a este nudo de jergas
y no te dieron nada. Tu tinta ha aprendido
la violencia del muro. Desterrado,
pero siempre en el corazón
de este silencio solidario, pules las piedras
de tierra invisible y allanas tu lugar
entre los lobos. Cada sílaba
es obra del sabotaje.
* * * *
11
PERGAMINOS de tu segunda tierra, desenrollados
por mis lentas manos incendiarias.
El cielo, en tu nombre, desliza
escarpas de azul: el cielo
intimida al trigo.
No preguntes por qué. No digas nada.
Mira. Desfilan los heridos, por quienes
rasgué el tambor. Tu otra vida
reluciendo en la mecha
de ésta. Las hogazas sin hornear:
la falta de consuelo
de la retina.
(De Exhumación, 1970-1972)
* * * *
Eclíptica. Les Halles
TÚ ERAS mi ausencia.
Allí donde yo respiraba, tú me encontrabas
tendido en la palabra
que imponía su vuelta
a este lugar.
El silencio
se hallaba
en las ruinas merodeadas
y en la médula
de una prisa taimada y prostituta: un hambre
que para mí
se volvió lecho,
como si la fortuita
ira-de-Ezequiel
que yo descubriera, el "Vivid"
y el "sí, nos dijo, cuando estábamos
en nuestra sangre,
Vivid", hubiera sido simplemente
Tu forma de acercarte,
como si en algún sitio,
visible, una piedra ártica,
pálida como el semen, hubiera goteado
frase a frase de fuego
de tus labios.
(De Escritura mural, 1971-1975)
* * * *
Siberiano
SOMBRA, arrastrada por lobos
y desmembrada, media vida más allá
de cada púa del alambre, ahora te veo,
magnética
delincuente polar, ahora comienzo
a hablar contigo
del jabalí salvaje
de los bosques del sur, del matorral
del roble y el abeto, del vaho de tomillo
y lavanda, llegando incluso
a la lava, escupida por las grietas del muro,
para que tú, a contravoz, perdida
en el frío
del más lejano asesinato, puedas
volver flotando
en tu balsa de hielo, transportando
el indecible cargamento
de indulgencias.
(De Fragmentos del frío, 1976-1977)