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Representar lo impensable

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Victoria Verlichak

(desde Buenos Aires)

LOS CHICOS LE TEMEN un poco, los turistas que saben de qué se trata (que la conocían de París, Londres, Tokio, Bilbao) se sacan fotos a rabiar, los paseantes locales se están enterando de la importancia de su autora y no se van a olvidar fácilmente de Maman (Mamá), 1999. Imponente, con 22.000 kilos, más de 9 metros de alto y 10 de ancho, ocho patas, la escultura anticipa desde la explanada de Fundación Proa la seductora y perturbadora muestra "Louise Bourgeois: el retorno de lo reprimido". "La araña es una oda a mi madre. Ella era mi mejor amiga. Como una araña, mi madre era tejedora. (…) Como las arañas, mi madre era muy inteligente. (…) Las arañas son útiles y protectoras, al igual que mi madre", dijo Louise Bourgeois (París, 1911-Nueva York, 2010) al comentar la pieza, la mayor de esta serie que, tan protectora como amenazante, ofrece sensaciones encontradas.

Cargada de huevos, de bronce, acero inoxidable y mármol, Maman tiene un antecedente en Spider (Araña) de 1997, instalación con una araña -cuyas patas se extienden sobre una celda circular con una silla adentro y algunos trozos de tapices- que recibe al visitante en la primera sala de Proa.

Exploración terapéutica. Autobiografía, psicoanálisis y obra están inequívocamente unidos en un universo de asombrosas formas e inquietantes significados. Las 79 revulsivas pero también deliciosas obras en múltiples soportes -dibujos, objetos, pinturas, esculturas e instalaciones- tratan sobre la correspondencia entre sexo y muerte, infidelidades, reivindicaciones, conjuros. El sugestivo montaje de la muestra potencia el trabajo de Bourgeois que, tal como señala el curador Philip Larratt-Smith, encuentra "equivalentes plásticos" a sus "estados psicológicos": la artista se psicoanalizó por más de 30 años. La persistencia de la expresión, por momentos con cierto humor y catarsis de sus conflictos emocionales, instiga al espectador a examinar los propios y constituye una experiencia emocionante.

Bourgeois nació en París en 1911. Como esperaban un hijo varón que tardó en llegar, fue bautizada con el nombre del padre. Bien establecida económicamente, entre otras actividades su familia reparaba tapices. El padre conseguía los encargos y la madre dirigía el taller. Cuando ella enfermó Louise, de 10 años, debió suspender sus estudios para atenderla. Luego, gracias a su don para el dibujo, cuando tuvo 12 años su madre la llamó para que trazara las partes faltantes de los tapices, para que las tejedoras pudieran enmendarlos. "A todos les parecían maravillosos [los dibujos]… así fue como me hice artista". Pero, mientras la madre la protegía y la hacía trabajar porque la valoraba y era útil, el padre, al que había que reverenciar, infiel (con amantes, incluyendo a la profesora de inglés de sus hijos que vivía con la familia), no la tomaba en cuenta. En la pesadillesca instalación The Destruction of the Father rememora la recurrente fantasía de descuartizar y devorar al padre en un festín caníbal, junto a sus hermanos. Art Is a Guarantee of Sanity (El arte es garantía de cordura), dice uno de sus dibujos.

Diplomada en Filosofía en la Universidad de la Sorbona, donde también aprendió cálculo y geometría, Bourgeois luego estudió arte, armó una galería, se casó, tuvo hijos y comenzó a exhibir pinturas en 1945 en Nueva York. Allí vivió desde 1938, con el historiador norteamericano Robert Goldwater, su marido. En 1949 mostró esculturas por primera vez y siguió un camino autónomo y audaz. A partir de la retrospectiva -la primera dedicada a una artista mujer- del Museum of Modern Art de Nueva York en 1982, el reconocimiento le llegó en cascadas. Octogenaria, representó a Estados Unidos varias veces en la Bienal de Venecia, y exhibió en los mejores escenarios artísticos del mundo.

Gozos y sombras. Muchos coinciden en que, gracias a la longevidad de la artista, los espectadores pueden explorar aristas impensadas en obras producidas en los últimos 25 años, que ponen en juego aprensiones y culpas infantiles. Como en el cuarto rojo de los padres, por ejemplo, al cual el espectador se asoma en la instalación Red Room (Parents). Las representaciones del "Arco de histeria" cuelgan del techo. Como una figura quizás hermafrodita: inequívocamente en Janus Fleuri, escultura en bronce con genitales masculinos/femeninos.

En Fillette (Niñita), nombre en femenino que designa la escultura de 1968, que representa un gran pene con testículos, parece haber domado uno de sus temores. "Esta pieza trata de la vulnerabilidad y de la protección. (…) Y aunque siento que el falo necesita de mi protección, eso no significa que deje de tenerle cierto miedo...", dijo la artista al comentar la obra. Su Niñita. Versión más dulce puede verse en Proa. Hay esculturas de género cosidas por ella misma, algunas con terribles expresiones de rechazo; colgantes y ambivalentes espirales de bronce; prótesis por doquier, como en Couple IV, pareja sin cabeza de tejido negro; generosos y múltiples pechos en Mamelles y en muchos gouaches de sus últimos años; vasos de vidrio iluminados, tal vez contenedores de emociones positivas en la instalación Le Défi II. De hecho, toda la fascinante muestra es en sí un desafío.

La obra prodigiosa y compleja de Bourgeois provoca a los espectadores, es una fiesta para los psicoanalistas y una oportunidad de aprendizaje y deleite para los artistas. La exhibición es organizada por el Studio Louise Bourgeois de Nueva York, el Instituto Tomie Ohtake de San Pablo (Brasil) y la Fundación Proa (con el apoyo de Tenaris). También viajará al Museu de Arte Moderna (Río de Janeiro, Brasil).

Para acompañar la exhibición que estará abierta hasta el 19 de junio, Proa ofrece un esclarecedor folleto de sala, un estupendo catálogo y un volumen con la publicación de la selección de mil páginas de escritos -generados a partir del comienzo de su análisis en 1951- hallados en 2004. A su muerte su asistente Jerry Gorovoy descubrió dos cajas más, aún en proceso de compaginación.

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