Mercedes Estramil
LA FRASE pertenece al relato "El entierro prematuro": "¿Qué puede hacer la vigilancia contra el destino del hombre?". Si fuera colocada en la tumba de su autor, Edgar Allan Poe, sería un epígrafe justo. Charles Baudelaire, cuya admiración sin reservas por el estadounidense le abrió a éste las puertas de Europa, sugirió que Poe llevaba la inscripción "mala suerte" tallada en la frente. Un repaso a la biografía del escritor bostoniano le da la razón. También señaló que "una parte de lo que hoy produce nuestro goce es lo que lo mató". Lo curioso es que esas frases se aplican a ambos: por algo Cortázar dijo alguna vez que Poe y Baudelaire eran "dobles" (incluso por un relativo parecido físico) o "un mismo escritor desdoblado en dos personas".
Tanto uno como otro tenían una noción bastante clara de hacia dónde iban siendo arrastrados por las fuerzas oscuras de la vida -concepto grandilocuente pero que les calza- y la plasmaron en sus obras contra todo y contra todos. La "vasta cárcel" estadounidense de la que Baudelaire hablaba desde su eurocentrismo antiyanqui, no debe hacer olvidar que para Poe la cárcel más opresiva provenía de adentro. De una cabeza llena de aprehensiones y ansiedades, comida poco a poco por su personaje, lúcida en exceso para utilizar el sentido común, y demasiado imaginativa para capitalizar esa lucidez. En uno de sus artículos Jorge Luis Borges hablaba de la neurosis como uno de los generadores de la obra de ese escritor que sacrificó su vida a su obra y que "hubiera padecido en cualquier país". Es difícil saber si sacrificó su vida a su obra o si hizo con su pobre vida lo más razonable que le permitió su talento: literatura.
La edición de Edhasa de los cuentos completos, traducida por Julio Cortázar, incluye los relatos terroríficos que "hicieron" a Poe, más una buena cantidad de otros que por su humor burlón podrían considerarse contracara y comentario a los primeros.
NECROFILIA ESPIRITUAL. Empezando por el final, la muerte parece haber sido el hecho central de la vida de Poe, mucho antes de que muriera, en circunstancias nunca aclaradas, el 7 de octubre de 1849, a los cuarenta años de edad. Así lo consigna la reciente biografía de Peter Ackroyd, autor que suscribe un Poe vulnerable pero manipulador, víctima de sus debilidades pero también negociador de las mismas, a las que supo teatralizar y convertir en éxitos, si bien póstumos. No se sabe si lo mató una demencia por exceso de bebida, un tumor cerebral, un ataque cardíaco o de rabia, o la enfermedad de la que Koch aún no descubría el bacilo causante. La tuberculosis había rondado a la familia del escritor con una constancia digna de verse.
Primero fue la madre, que lo gestó ya enferma y lo vio nacer el 19 de enero de 1809 en una casa de huéspedes de Boston. Actriz ambulante nacida en Inglaterra, Eliza era una viuda precoz que casó en segundas nupcias con David Poe, actor y alcohólico. Tras su tercer parto, el marido la abandona y Eliza muere tuberculosa en noviembre de 1811. Los tres hijos son chicos (Henry, Edgar y Rosalie) y se reparten entre abuelos y otras familias. A Edgar lo recoge un comerciante escocés, John Allan, y su esposa Frances. Aparte de prestarle el apellido para la posteridad, el comerciante pronto se cansó de educar a un Poe que no parecía hecho para los caminos convencionales del trabajo y el éxito. El cariño maternal de Frances, que no podía tener niños, duró un tiempo breve. Mientras Edgar hacía de cadete en la academia militar de West Point, la madrastra moría de tuberculosis. Enseguida John Allan recompuso su vida, los desacuerdos con Poe aumentaron, y el resultado fue un adiós sin herencia. Vivió un tiempo junto a su hermano, su tía y la pequeña prima Virginia Clemm. Al poco tiempo Henry también muere de tuberculosis. Aun considerando la época y los estragos de una enfermedad entonces sin cura, hay que admitir que Poe fue premiado con un boleto trágico que salía sorteado con frecuencia.
Su juventud y madurez transcurren entre empleos precarios de periodista, frecuentes cambios de domicilio, crisis alcohólicas, publicaciones narrativas y poéticas poco divulgadas y peor remuneradas, y una vida sentimental más platónica que carnal que culmina en ese episodio singular del casamiento con una prima casi púber. Con Virginia Clemm y con la madre de ésta Poe convive hasta que la muchacha muere de tuberculosis. Como se ha señalado hasta el cansancio, el efecto emocional de esta enfermedad potenció buena parte de sus historias, alimentó atmósferas enfermizas y opresivas, y personajes afiebrados, desfallecientes de extrañas y letales dolencias. De la necrófila galería de sus relatos se podía armar, ahora sí, un poblado cementerio.
UN CASO POLICIAL. Son variados los padrinazgos que se le otorgan: inventor del relato detectivesco, gurú del terror y el cuento gótico, e incluso precursor de cierta ciencia ficción a lo Julio Verne o H.G. Wells, cuando hace la broma de relatar con lujo de detalles un por entonces imposible cruce oceánico en globo ("El camelo del globo"). Poe aprovechó la necesidad de la época de ser seducida, asustada y engañada, y les dio un bocado más fuerte que los ofrecidos por los novelistas góticos anteriores (Horace Walpole, Ann Radcliffe, E.T.A Hoffmann) o por su contemporáneo irlandés Sheridan Le Fanu. El formato chico se adecuaba más a su fibra obsesiva, si bien pudo sostener una novela (Narración de Arthur Gordon Pym), logrando con ella lo más parecido a un elogio en boca de uno de sus detractores oficiales, el crítico Harold Bloom.
En el rubro policial su contribución fue decisiva. Le bastaron tres relatos -"Los crímenes de la calle Morgue", "El misterio de Marie Rogêt" y "La carta robada"- para tallar un investigador sin par, deductivo, razonador, veleidoso, interesado y paciente, capaz de alcanzar como si fuera fácil esa cosa tan voluble, la verdad. Su detective Dupin no se mueve, no se exalta; pasea por un laberinto mental donde ha dispuesto las piezas de evidencia criminal y se mueve dentro de él hasta encontrar la salida.
Los argumentos son simples: en "La carta robada" se trata de saber dónde escondió un ladrón ya identificado una carta comprometedora para un tercero; en "Los crímenes de la calle Morgue" hay que averiguar cómo y por quién fueron asesinadas dos mujeres en el interior de una habitación cerrada por dentro. El detective C. Auguste Dupin entra a la mente criminal y observa en detalle las evidencias, llevando al narrador y al lector de la mano. "El misterio de Marie Rogêt", en cambio, es un relato larguísimo que juega con nosotros: todo el tiempo creemos que en él se va a averiguar por qué desapareció y por quién fue asesinada la empleada de comercio Marie Rogêt, pero Dupin parece dedicarse ante todo a rebatir y ridiculizar el aparato de prensa monstruoso que se crea en torno al caso, con periodistas devenidos investigadores torpes e ignorantes. Ese "jugar con el lector" es un procedimiento más habitual en Poe de lo que están dispuestos a admitir quienes compran la imagen romántica del escritor torturado, preso de sus criaturas, incapaz de reírse, etc.
Por otra parte, el clasicismo de esos relatos detectivescos es tal que se pueden leer una y otra vez como la primera. Domina en ellos esa calma narrativa que Poe imprimía hasta en los relatos más truculentos. Sus narradores pueden estar nerviosos, afligidos o trastornados, pero su pensamiento es de una claridad, contundencia y raciocinio apabullantes. La objetividad aséptica y el morbo controlado de las series de televisión CSI de hoy estaban en la médula del proceder narrativo de Poe, hijos por demás insólitos de un tipo ebrio, quebrado emocionalmente, pobre de recursos y ególatra recibido.
Su propia muerte fue un caso más o menos policial, digno de un Dupin que lo desentrañara. Matthew Pearl materializó esa idea en la novela La sombra de Poe (2006), que hace lo más sano (literariamente) que se puede hacer con un misterio: alimentarlo en lugar de resolverlo.
EL HORROR, EL HORROR. En la literatura de Poe el horror es un estado del alma, algo de lo que no se vuelve. Pudo haberle dictado a Joseph Conrad desde ultratumba las palabras que decía Kurtz en El corazón de las tinieblas (1902): "¡El horror! ¡El horror!", esa abstracción que pesaba como toda una selva. En términos más amplios que lo anecdótico, sus personajes están fuera del mundo utilitario, progresista y alienante que habitan. No lo encaran a un nivel contestatario o siquiera dialéctico, sino que lo sufren como una enfermedad invalidante. En la medida en que prescinde del monstruo externo, el horror en Poe converge hacia adentro y desde adentro gana su batalla. Maestro de Lovecraft, King y Quiroga, Poe cartografió el campo semántico del horror desde una adjetivación subjetiva donde lo "tétrico", "siniestro", "lóbrego", van ampliando el terreno de su dominio. El horror se intensifica por autoalimentación del que observa, por una hiperestesia sufriente, por anticipación y disfrute del horror mismo, de su sensación orgásmica.
Si hay un cuento insignia, es "La caída de la casa Usher", donde el narrador asiste al llamado de un alegre amigo de la adolescencia, de ilustre y endogámica familia. Sólo que Roderick Usher es ahora un individuo enfermizo, hipersensible y para colmo artista, que habita una impresionante mansión junto a su hermana gemela Madeline, aquejada de ataques catalépticos. La chica muere y su hermano decide no enterrarla de inmediato sino conservar el cuerpo en un sótano. Del final aterrador sólo se salva el narrador: la casa misma perece tragada por las aguas de un estanque. Es esa inverosimilitud graduada, lentamente impuesta como una inyección sedante, la condición verosímil para que el horror florezca, cualquiera sea la "explicación" que se busque entre las generosas capas de significado que el cuento deja entrever.
En varios de sus mejores relatos el horror se asocia a una trama criminal, a egos desequilibrados, situaciones claustrofóbicas, trampas psicológicas y estigmas físicos. "El gato negro", "El corazón delator", "Berenice", "El entierro prematuro", "La máscara de la muerte roja", o "El caso del señor Waldemar" son ejercicios clave que van mostrando cómo Poe va torturando a sus criaturas, con qué paciencia y determinación de Creador con mayúsculas. Habría que preguntarse qué provocan estos relatos hoy. Difícilmente la respuesta sea miedo, pánico, repulsión, inquietud o estremecimiento siquiera. O sí. No es más impresionante un relato donde la gente muere de modo horrible por contestar una llamada telefónica, que otro donde un cataléptico es o cree ser enterrado vivo. Han cambiado las tecnologías del terror pero no su modo operacional. Poe aún camina en un borde donde el léxico, la trama y los personajes se acompasan a un ritmo que engulle al lector más experimentado con eso que a falta de otro nombre llamamos Mal, algo que pertenece a un fondo común de humanidad que no depende de las leyes del progreso, la moral o la justicia, sino de niveles más atávicos. Que Poe buscaba y jugaba con el dramatismo, el efectismo y la truculencia no cabe duda. Pero con los mismos elementos con los que creaba sus climas siniestros era capaz de hacer comedia y reírse del mundo y de sí mismo.
A través de una narradora impagable satirizó los modos al uso en materia de construcción literaria y las recetas para escribir en "Cómo escribir un cuento a la manera del Blackwood", un delirante texto que mostraba adónde podía llevar la compulsión de agradar al lector, al editor, al canon impuesto por las revistas literarias, etc. Se burló con sutileza de su "enfermedad social", el alcoholismo ("Los leones"), y de su otro gran problema -el desempleo, o subempleo- en relatos humorísticos como "El hombre de negocios" donde adjudica rimbombantes nombres para trabajos de cuarta y se ríe con cinismo de outsider de los "genios" del trabajo socialmente bien visto.
Con más tozudez que estrategias, Poe intentó vivir de su trabajo de escritor, tanto de ficciones como de reseñas periodísticas o trabajos de edición. Falta de suerte o de constancia o de habilidad, el caso es que no lo logró. Quiso ser militar, trató de ingresar como funcionario público en la Aduana: intentos errados para un tipo indisciplinado y disperso, con alma de poeta, que no creía en la democracia, que defendía fuera de hora conceptos como la esclavitud, etc. El estamento militar y cualquier idea de perfección humana son bombardeados en "El hombre que se gastó", donde un militar perfecto no es más que una sumatoria absurda de arreglos y prótesis (burla asimismo de la descripción física como modo de acceso al personaje).
El epílogo vuelve al inicio: no tuvo suerte. Pero si alguien sembró el mal en su camino para que él lo recogiera (citando la rima de Bécquer), puede tener la certeza de que con ese material degradable Poe hizo un edificio literario sólido y flexible. Difícil que caiga.
CUENTOS COMPLETOS, de Edgar Allan Poe. Edhasa, 2009. Buenos Aires, 1015 págs.
POE: UNA VIDA TRUNCADA, de Peter Ackroyd. Edhasa, 2009. Barcelona, 184 págs.
Cronología
1809. Nace Edgar Allan Poe en Boston, hijo de David y Elizabeth Poe, actores ambulantes.
1810. Los padres se separan y el padre se esfuma. La madre se hace cargo de los niños.
1811. Muere Elizabeth Poe en Richmond. John Allan (comerciante de tabaco) y su esposa Frances adoptan a Edgar.
1815-20: Viaja con los Allan a Inglaterra y Escocia, donde viven cinco años y regresan a Richmond.
1826. Asiste a la Universidad de Virginia. Diversos desórdenes (juego, bebida, deudas) hacen que su padre lo retire al año.
1827. Viaja a Boston, donde publica Tamerlán y otros poemas. Se une al Ejército en la isla de Sullivan, donde ambientará "El escarabajo de oro".
1829. Deja el Ejército. Publica Al Aaraaf, Tamerlán y poemas menores. Muere Frances Allan, su madre adoptiva.
1830. Se enrola en West Point con ayuda de su padrastro.
1831. Deja West Point. Publica en Nueva York Poemas de Edgar A. Poe, segunda edición. Reside en lo de su tía Maria Clemm, en Baltimore.
1832. El Philadelphia Saturday Courier le publica cinco cuentos. Se gana la vida escribiendo material no literario.
1833. Obtiene un premio con "Manuscrito encontrado en una botella".
1834. Muere John Allan; le deja herencia a su hijo y sus hijos naturales, pero nada a su hijo adoptivo.
1835. El Southern Literary Messenger de Richmond le publica cuatro cuentos. Poe se traslada a Richmond para ser editor ayudante de la publicación. Se le unen Maria Clemm y su hija Virginia.
1836. En mayo Poe se casa con Virginia, que aun no llega a los 14 años.
1837. Deja el Messenger y se traslada a Nueva York, adonde lo sigue su familia.
1838. Aparece Narración de Arthur Gordon Pym. Se muda a Filadelfia, a trabajar en otra publicación.
1839. Publica un Manual de Conchología, plagiado en gran parte. Se convierte en el secretario de redacción del Gentleman`s Magazine de Burton.
1840. Aparece Cuentos de lo grotesco y arabesco en Filadelfia. Deja a Burton, y es editor delegado en el Graham`s Magazine. Publica "William Wilson" y "La caída de la Casa Usher".
1841. Intenta sin éxito conseguir un empleo en el Departamento del Tesoro de Washington.
1842. A Virginia se le rompe un vaso sanguíneo por primera vez mientras canta. Deja el Graham`s Magazine. Entre 1841 y 1842 publica "Los crímenes de la calle Morgue", "La máscara de la muerte roja" y "El pozo y el péndulo".
1843. Se publica Los romances en prosa de Edgar A. Poe en Filadelfia. Publica "El corazón delator", "El escarabajo de oro" y "El gato negro".
1844. Se traslada a Nueva York, donde trabaja en el Evening Mirror y el Broadway Journal.
1845. Publica "El cuervo", primero en el Evening Mirror y después en libro, y obtiene fama nacional. Publica Cuentos. En plena popularidad produce una serie sobre plagios donde acusa entre otros a Longfellow. Por unos meses es dueño del Broadway Journal, que luego deja de aparecer.
1846. Los Poe se mudan a Fordham, a veinte kilómetros de la ciudad. Aunque enfermo, publica "El barril del amontillado", "La filosofía de la composición" y otros textos.
1847. Virginia muere de tuberculosis. Publica el poema "Ulalume". En carta a una enfermera muestra indicios de lesión cerebral.
1848. En una carta dice que ha tratado de suicidarse. Lee parte de Eureka en la New York Society Library. Publica Eureka y planea el libro América literaria, que no llega a escribir. Viaja a Richmond, donde se emborracha y recita fragmentos de Eureka. Va a Providence y le pide matrimonio a Sarah Helen Whitman. El matrimonio casi se consuma a fin de año, pero el acuerdo se rompe.
1849. Hace tratativas para comenzar una nueva publicación en Illinois. Deja Nueva York por Richmond para seguir intentando la publicación. En julio llega en estado de delirio a casa de un amigo en Filadelfia. Sigue a Richmond y le propone matrimonio a Sarah Elmira Royster, antigua conocida. Da conferencias en Richmond y Norfolk. A fines de setiembre deja Richmond, con la intención de ir a Nueva York. El 3 de octubre lo encuentran en Baltimore, inconsciente, y lo llevan al Washington College Hospital, donde apenas alcanza a recobrar conciencia en el momento final, que llega el 7 de octubre, domingo, a las cinco de mañana.
Amores blancos
EL RECUENTO que Ackroyd hace de los terrenos sentimentales de Poe es bastante desalentador, pero encaja con soltura en el tratamiento que le da el escritor a ese gran asunto -el Amor- y sus etcéteras. Poe se enamoró de su prima Virginia cuando ella era una niña, y la desposó en 1936 de manera oficial. La biografía de Ackroyd sostiene que Virginia contaba trece años al momento de la boda, siete menos de lo que declaró el presbítero. Al mismo tiempo, se hace eco de versiones de otros biógrafos sobre la probable reticencia de Poe a mantener "relaciones sexuales de cualquier tipo" y sobre su posible impotencia. Antes, durante y después de su matrimonio, Poe se sintió atraído por diversas mujeres, algunas casadas; circularon cartas y apasionamientos platónicos, propuso casamiento.
En su literatura, la figura femenina es portadora de misterio y muerte. Las cuatro mujeres que bautizan relatos suyos ("Berenice", "Morella", "Eleonora" y "Ligeia") son especímenes de esa atracción por el horror que fue la base de su propuesta narrativa. Y no porque fueran feas. Fiel al estereotipo, se trataba de beldades, si acaso desfiguradas por una enfermedad o por la mirada obsesiva de sus narradores protagónicos, tremendos alter egos. Todas morían jóvenes y de extrañas enfermedades y dejaban en el narrador huellas inquietantes, si bien la tónica de esos amores pasaba por un tamiz intelectual y espiritual que los desproveía de cualquier pátina carnal o pasional. Algunas (Berenice, Eleonora) eran primas del protagonista, situación especular de su propia vida. En ocasiones un solo rasgo de sus cuerpos se transformaba en metonimia obsesiva del resto (los dientes de Berenice, los ojos de Ligeia) y se mantenía como elemento de unión hasta el espeluznante desenlace.
Cuánto hubo de biográfico en sus creaciones es un asunto impenetrable, que tampoco debería ser separado de su cálculo a la hora de escribir, de su evidente construcción de un personaje para sí mismo, y de la corrosión que siempre volcó sobre lo establecido. La contracara a esos modelos de adoración femenina podría ser "Los anteojos": un muchacho con presbicia se enamora locamente de una belleza y decide casarse. La mujer le sigue el juego y recién cuando él se pone los anteojos el aparato romántico del amor se muestra tal cual es.