Un legado parcial

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Daniel Mella

EL PRÓLOGO de Crónica de un mal amigo, del ex presidente Tabaré Vázquez, instruye al lector sobre cómo acercarse al libro. El lector debe tener en cuenta que lo que tiene entre manos no es una autobiografía ni una obra literaria ni una publicación científica , sino "un ensayo que tiene como único y excluyente objetivo poner en manos de sus lectores elementos que los ayuden a comprender y a luchar contra el cáncer".

La lectura del libro confirma la honestidad a medias del prólogo. Crónica... no cuenta una vida. Entre sus logros no figura la captación de verdad y belleza a través de un uso original del lenguaje y no hay rigor alguno en sus postulados. Y aunque no alcanza el nivel de un ensayo, es mucho más que un folleto pergeñado para ayudar a comprender el cáncer y luchar contra él.

EL LUCHADOR OPTIMISTA. Si bien Vázquez se presenta aquí en su carácter de médico, es tentador conjeturar que la publicación de este libro debe su existencia en parte a motivos de campaña electoral. En todo caso, lo que el texto acaba emitiendo por sobre todas las cosas es una imagen sublime del autor. El residuo de esa imagen es más fuerte que cualquier dato expedido acerca del cáncer, y posiblemente se ajuste al modo en que Vázquez es percibido por muchos de sus adeptos y, por qué no, al modo en que él mismo se percibe. Más allá de los propósitos declarados, el resultado principal es el ensalzamiento de su persona.

En la contratapa nada más la palabra lucha es mencionada tres veces, la palabra combatir, una. De principio a fin se insiste en la necesidad de que desde todos los ámbitos la gente se comprometa en la batalla contra el cáncer, "que claro que puede ser vencido". La contundencia de este llamado optimista a las armas acaba dañando al libro. Disimula la falta de ideas acerca de cómo llevar a cabo esa guerra total y habilita al autor a ser avaro en sus razonamientos y en las anécdotas que cuenta.

Crónica de un mal amigo es una narración en tercera persona en la que un "viejo médico" se entrega a la remembranza durante una noche en un "modesto balneario". Está claro que el viejo médico se siente satisfecho con su carrera. No pretende indagar en el pasado con la aspiración de echar nueva luz a lo vivido. Rescata episodios de la memoria solamente para confirmar lo que ya sabe y para dejar constancia de lo relevante que ha sido su tarea de luchar contra el cáncer y hacerla extensiva a todos.

Los recuerdos de la infancia tienen al protagonista como un niño enfermo recibiendo la visita del doctor de la familia, al que percibe como un dios y un mago. Un solo amigo es mencionado y muere de tuberculosis. Luego vienen los años de universidad, el momento en que el futuro viejo médico opta por la oncología, y el arribo de los pacientes, de los que presenciamos un magro desfile, salpicado de reflexiones acerca del cáncer, que se prolonga hasta el final de libro. Debido al objetivo único y excluyente referido en el prólogo, los pacientes aparecen adelgazados, condenados a una condición apenas humana, meros portadores de una enfermedad común, excusas para la transmisión de un mensaje. Ese mensaje puede resumirse como sigue: el cáncer es un azote de la humanidad en función del cual vienen operando médicos y científicos valerosos, un azote que puede y debe ser combatido a gran escala con medidas simples como el abandono del hábito "nefasto e incomprensible" de fumar, el cuidado del sol, la alimentación apropiada, la consulta temprana ante cualquier síntoma sospechoso, pero más que nada mediante la educación.

LA GRANDEZA DEL ADVERSARIO. La noción de que el cáncer es un flagelo de la humanidad, martillada a lo largo y ancho del libro, convierte al viejo médico en un héroe que ha dedicado su vida a luchar contra el mal. Bajo este signo la investigación de la enfermedad se presenta como un esfuerzo por conocer al enemigo. La muerte, en su calidad de fracaso a ser evitado a toda costa, termina por dar origen a su opuesto ideal, inalcanzable y obsesionante. En el capítulo vigésimo primero, hablando sobre los cultivos celulares, Vázquez mismo pone en evidencia el extremo imaginativo al que puede llegar esta mentalidad. Nos cuenta con asombro que las células tumorales, de ser tratadas adecuadamente, siguen reproduciéndose indefinidamente. Entonces el autor se emociona y nos revela la magnitud casi mística de su labor. "Perdieron la codificación de una muerte programada. ¿Es que acaso encierran el secreto de la vida eterna? Si así fuera, estaríamos no solo ante un hecho absolutamente trascendental. Estaríamos ante la más brutal paradoja: contienen en ellas el secreto de la inmortalidad, pero crecen en los organismos vivos para destruirlos y para destruirse...", razona, sólo para admitir un par de frases más tarde que este tipo de elucubraciones exceden su entendimiento.

BALADA POPULAR. Por más que una sola noche en un modesto balneario no sea momento ni lugar para profundizar en nada, cabe criticarle al libro que lo que dice en cuestiones de suma importancia sea nada más que biensonante. La instancia más llamativa de esto es en lo tocante al tema de la educación. "Educación en todos los niveles socioeconómicos, pero fundamentalmente como arma para que los más desposeídos sean los más privilegiados (...) De la misma manera que este y otros pensamientos y acciones artiguistas quedaron grabados en nuestra conciencia por la enseñanza recibida en los años escolares, se debería lograr que grabáramos en la mente de nuestros niños cómo se puede evitar padecer esta patología (...)"

En medio de la tonada, una nota chirriante. Podría argumentarse que la imagen de unos adultos grabando cosas en la mente de sus niños es consecuencia de un error de fraseo. Que Vázquez no quiso decir que educar es lo mismo que adoctrinar ni que un par de líneas aprendidas de memoria lo hayan convertido en la noble persona que es, ni que unos versos memorizados puedan tener un efecto anticancerígeno. Puede que se trate meramente de un desliz pero la elección de las palabras es lo primero a la hora de escribir un libro, por menos literario o científico que sea. La palabra es sutil y no es secreto que quienes poseen una plataforma desde la que proyectar su voz confían en su poder.

Tampoco es coincidencia que el lenguaje de Crónica de un mal amigo refleje la misma pobreza conceptual subyacente en la batalla de Tabaré Vázquez contra el tabaco: al surgir de una perspectiva limitada, como lo es la de la prevención de una enfermedad, el léxico empleado para calificar al tabaco y al hábito de fumar es parcial y genera conceptos banales como el de que el tabaco es malo, concepto idéntico al lema de que la pasta base es un flagelo y que es causa de violencia. Son conceptos de gran arraigo popular porque son fáciles y externalizan el conflicto, y son banales porque recortan la realidad al demonizar una planta o una sustancia como si en ellas estuviese el origen del vicio. Promueven su erradicación en lugar de la comprensión de los factores que llevan a la adicción, a la vez que bloquean la posibilidad de conocer verdaderamente aquello que se pretende atacar, aun cuando se trata de una planta como la del tabaco, cuya historia antigua y plural es sistemáticamente ninguneada por los popes de la salud de los tiempos que corren.

CRÓNICA DE UN MAL AMIGO, de Tabaré Vázquez. Aguilar, 2011. Montevideo, 135 págs. Distribuye Santillana.

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