CARLOS TAPIA
Primero lo dejó de saludar. Después, le restringió ciertos trabajos. También buscó aliados a los que convenció de que éste no servía para nada. El empleado no entendía, ya que hasta ese momento se creía una persona de confianza para la empresa. Lo que sucede es que una vez que el acosador laboral elige su objetivo lo desmerece, ya sea en el ámbito profesional como en el privado. Si tiene un cargo de jerarquía, le quita tareas, le da labores sin importancia que no coinciden con su capacidad, jamás tiene una palabra de aliento ni estímulo, y hasta puede sancionarlo por cualquier tontería. Todo, no solo para lograr la destrucción emocional de la víctima, sino también para llevar adelante su gran objetivo: que lo despidan o que no aguante más y renuncie.
A la cruel actitud le llaman mobbing (acosar en inglés), pero la psicóloga Silvana Giachero, de la Asociación contra el Acoso Moral en Uruguay (Acamu), prefiere denominarla "perversidad". Un 59% de los uruguayos fue víctima de hostigamiento laboral en algún momento de su vida, y un 30% reconoce que lo ejerció, según datos de la Asociación de Trabajadores de la Seguridad Social.
Giachero recibe entre cinco y seis consultas por semana. La flamante Asociación se creó por iniciativa de los pacientes. No tiene fines de lucro, "ni soluciones mágicas". "Nuestra tarea es de asesoramiento", remarca la psicóloga. Sostiene que la idea "es generar redes para tener fuerza a nivel institucional". Y que, "en esta primera etapa", se aspira a crear un fondo económico para que quienes se acerquen puedan acceder a buenos profesionales. Para ello aceptan colaboraciones y esperan "atraer socios".
Aunque no es excluyente, el acoso laboral casi siempre se da por parte de un jerarca. Y las razones que éste encuentra para llevar adelante su "actitud perversa, es que la víctima sin darse cuenta obstaculiza sus objetivos", explica Giachero. También señala que quien recibe el maltrato "suele tener mejores valores morales que el victimario". La mayoría de los casos se dan en el ámbito público. "Porque los privados pueden acudir al Ministerio de Trabajo, pero con los empleados del Estado esto se complica".
Perfil del atacante. "El acosador laboral es una persona seductora, que emplea un lenguaje muy atrapante", afirma la psicóloga Giachero. "Pero al mismo tiempo, si uno puede observarlo de manera crítica, se da cuenta que su forma de hablar es entrecortada, nunca parece que dice lo que dice y cuando hay una agresión puede justificarla con el argumento de que se trata de un chiste", sostiene.
Las broma y los discursos contradictorios, que utilizan para confundir a su víctima y generarle dudas, son dos de las herramientas más utilizadas por el hostigador.
El desencadenante del acoso puede ser algo que en apariencia podría interpretarse como una tontería: como la fecha de una licencia, un aumento de sueldo que generó envidia, que la persona acosada tenga estatus social o intelectual más alto, o la simple negación a hacer algo que el atacante quiere. Las primeras agresiones son pequeñas: como fuertes miradas o, tan solo, el retiro del saludo.
Lo peor. Trastornos de ansiedad y de sueño, crisis de pánico, angustia y sentimientos de culpa son algunas de las consecuencias del mobbing, según advierte Giachero. Estos síntomas a su vez pueden llevar a trastornos alimenticios, problemas de vista, hipertensión y provocar adicciones como alcoholismo, entre otras cosas.
"Se crea un gran estado de confusión para quien recibe la agresión. La víctima entra en un terreno de fantasía. Lo que sucede es que la violencia se da en pequeñas dosis, entonces cuando esta frena por un rato, se tiende a pensar que todo llegó a su fin", añade la psicóloga.
En algunos casos el mobbing puede llevar al acosado hasta al suicidio. Para ejemplificar eso, el presidente de Acamu, José Cano, que sufre presión ocular y asegura tener "un gran desgaste psíquico" culpa del hostigamiento del que denuncia es víctima desde hace seis años, cita el caso de France Telecom. En la empresa gala, en dos años, se quitaron la vida 25 empleados.
"Hay casos en Francia de personas que se mataron porque las dejaron aisladas en un escritorio con un teléfono con el cable cortado. Imagínate cómo estoy yo que me tiraron solo en el medio del campo", ejemplifica Cano (ver aparte).
Causas. Los abogados de Acamu ya llevan adelante dos demandas, una contra UTE -por una empleada que desde hace seis meses no se le designan tareas- y otra contra la comuna canaria -por una mujer que sufrió una crisis alérgica tras la fumigación de su oficina-.
Diego Iglesias, abogado de Acamu, cuenta que también preparan causas contra el Hospital Pasteur y el Poder Judicial. "Tenemos desde empleados que hace años están en sus cargos y son removidos luego que se llama a concurso, hasta una señora sorda a la que no se le brinda la justa atención", afirma.
En el caso de los privados la cosa es más complicada, dice Iglesias, "ya que las empresas pueden despedir a un empleado cuando quieran". Y agrega: "Atendimos el caso de una mujer que tuvo un accidente y cuando se quiso reintegrar le dijeron que estaba despedida".
La psicóloga Silvana Giachero reconoce: "la iniciativa es muy joven y aún tenemos cosas que aprender". Para ello, en el mes de octubre, representantes de Acamu viajarán a Buenos Aires, donde se llevará a cabo un encuentro internacional entre asociaciones que defienden a víctimas de acoso moral.
Agresión a empleado por 6 años
José Cano es el presidente de Acamu. "Para mí es un gran desafío", confiesa. Esta es su única tarea por el momento. Está con licencia médica y desde 2007 no da clases de Electromecánica en la Escuela Técnica de Maldonado. "Fui víctima de acoso moral. Mi vida se convirtió en un infierno, en algo espantoso", se lamenta. El Codicen y la Justicia tratan su caso, que ya presentó varias veces ante la Comisión de Asuntos Laborales del Parlamento.
Todo comenzó en 2004, cuando Cano, tras hacer numerosos reclamos en la dirección del centro de estudios en que trabajaba, denunció ante el Consejo de Educación Técnico Profesional que las maquinarias utilizadas en su aula emitían peligrosas descargas eléctricas. "Entendieron esto como una provocación. Las autoridades de la Escuela, mis propios compañeros y AFUTU (Asociación de Funcionarios de la Universidad del Trabajo del Uruguay) me hicieron la vida imposible", asegura.
Desde ese entonces, dice que fue víctima de varios ataques. "Manipularon los cables de una máquina para provocar un accidente, y luego denunciaron el hecho como si fuese culpa mía. Me levantaron un sumario por insultar al subdirector quitándome el 100% de mis haberes, y luego se comprobó que se trataba de una mentira. Colgaron una cadena con una bola de acero en la llave de mi salón, como represalia porque en 2005 me encadené para protestar. Y me hicieron otro sumario por negarme a reparar artefactos de la UTU".
Suspensiones y restricciones de horas hicieron que en 2007, y pese al respaldo de sus alumnos, separaran a Cano de su cargo. En ese tiempo asistió durante meses a la Escuela Técnica sin tener tareas que hacer. Y, en agosto de 2009, lo trasladaron a un establecimiento rural en Ruta 13, a 3 kilómetros de Aiguá -que debía hacer caminando todos los días- y a 150 km de su casa en la ciudad de Maldonado.
"Me mandaron al medio del campo. Allí no hay alumnos. No hay agua potable, ni electricidad. Hay una choza a la que no se puede entrar, por la falta de luz y por las ratas", señala Cano, que se retiró de allí con licencia médica y espera la resolución del Codicen tras su denuncia por acoso moral. También llevó su caso a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y al Ministerio de Trabajo. "Aún espero respuesta", se queja.