TOMER URWICZ
Papá, ¡auxiliame!", dice Paula, de 8 años. Quiere que su padre le conecte un programa especial para manejar un robot desde su computadora. Lo logra. Su hermano, Andrés, era capaz de escribir y leer a los dos años. Hoy, con 11, se prepara para ingresar a tercero de liceo. Rodrigo cursó libre todas las materias de facultad, y no para hacerse la rata. Ahora es ingeniero. Germán aprendió a decir "mamá" y "papá" a los cuatro meses. Hoy, con seis años, sabe las tablas numéricas y puede dividir. Todos tienen altas capacidades intelectuales. Y todos son uruguayos.
Sus coeficientes intelectuales superan en los test a los 130 puntos, una cifra que sólo alcanza entre el 1% y el 3% de la población. Pero también reúnen otras cualidades que les valen esa etiqueta de "superdotados" y que, tanto ellos como sus padres, detestan. Son creativos, tienen la habilidad para pensar en forma abstracta, un alto poder de automotivación para lograr lo que se plantean y la capacidad de retener y utilizar eficazmente la información. Son curiosos y resuelven los problemas de forma ingeniosa. Aprenden y razonan más rápido que sus compañeros de la misma edad. También son más precoces en dar los primeros pasos cuando son niños. Como Germán, que a los siete meses ya andaba solo por la casa. Mantienen la concentración desde muy pequeños. Como Andrés, que a los seis meses podía estar sentado durante una hora jugando con piezas de encastre, sin reclamar la atención de ningún adulto. Tienen una imaginación poco común para su edad. Como Paula, que hace unos días, con ocho años, escribió un cuento detectivesco con trama y desenlace. O como Rodrigo, que se apasiona cuando le ponen ejercicios de ingenio. Por esto y por su talento, todos ingresan en la definición de la Asociación Nacional para Niños Dotados de Estados Unidos: "Una persona dotada es alguien que muestra, o tiene el potencial para mostrar un nivel excepcional de rendimiento en una o más áreas de expresión".
Marginales. Estos casos, como otros tantos anónimos, permanecen librados a su azar. El sistema les da la espalda. Los aparta sin medir las consecuencias. "La exclusión social genera sentimientos de baja autoestima, promueve la agresividad y falta de compromiso, pasividad y frustración", indica Enrique Latorres, padre de Andrés y Paula, quien además realizó especializaciones en Altas Capacidades Intelectuales.
Germán es un vívido ejemplo de estas alteraciones. Su sonrisa implacable encubre a un niño inquieto y bandido. Un chico al que todo parecía costarle poco. Pero no. El ingreso al jardín, en Treinta y Tres, fue una pesadilla. Hasta los cuatro años era feliz. Estaba siempre contento. "Cuando comenzó los cursos empezó con los problemas de conducta", cuenta su madre, Jessica. Desatendía y luego molestaba a los otros compañeros. Se aburría. "La maestra no le dio la oportunidad de destacarse y entonces su compañeros no lo percibieron como alguien diferente", agrega la mamá. Pero él es diferente. En la evaluación profesional detectaron que su coeficiente intelectual es 152, un nivel muy alto. Sus fuertes son el lenguaje y la matemática. Al año y medio ya reconocía todo el abecedario, los números del 1 al 10 y las marcas de los autos. Con dos años sabía todos los colores y las formas geométricas. También percibía la diferencia entre el lleno y el vacío, el día y la noche. Seis meses después, comenzó a escribir. A los tres años ya leía con fluidez. Pero para las maestras era un tema pasajero. "Ya se le va a pasar, se va a nivelar", le decían a la madre. Hasta ahora no sucedió. No lo dejan adelantarse en los cursos. Su única salida es la rebeldía y los berrinches.
En casos más extremos, y en niveles socioeconómicos más desfavorecidos, "verse excluido por el sistema promueve la visión de que la institución política no es legítima", señala Latorres. El resultado es el ingreso de estos chicos a la delincuencia "como respuesta a la percepción de la ilegitimidad de las normas".
A Germán y su familia no le quedan muchas alternativas (ver recuadro aparte). Quizás alguna docente canchera le hace un seguimiento personalizado. Pero, ¿los profesionales están preparados para lidiar con estas capacidades diferentes? "No". Así de tajante es la respuesta del grupo interdisciplinario Superdotación, primer equipo de especialistas uruguayos que trabajan con altas capacidades intelectuales (www.superdotacion.com.uy). En Magisterio no hay una especialización en altas capacidades intelectuales y tampoco en la Facultad de Psicología. Paradójicamente, Uruguay fue el primer país en la región en incluir la educación para capacidades diferentes. La Escuela de Sordos de Montevideo tiene más de cien años, a lo que el padre de Andrés y Paula dice: "Se olvidaron de incluir a otra parte de la población: los superdotados".
Mayores. La exclusión también puede provenir de los adultos. Andrés es prueba de ello. Con dos años ya sabía escribir y leer. Aprendió solo, "observando los cuentos que le leíamos antes de dormirse", recuerda su padre. Un día la maestra de un taller preescolar al que asistía les propuso a los niños que dibujaran un regalo para sus madres. Casi todos hicieron garabatos. Un chico no. Andrés. Él representó la figura humana y hasta le hizo los dedos. Debajo escribió en una letra estirada y legible: "Mamá, te amo". Las madres de los compañeros encararon a la maestra. No entendían por qué sus hijos no habían hecho también ese trabajo. Como reprimenda, la intención del colegio fue que el pequeño genio no se destacase más. "Tuvimos advertencias de que no sobreestimuláramos al niño. Le explicamos que el chico no estaba mucho tiempo con nosotros, que trabajábamos y lo veíamos poco. Cuando lo hacíamos, lo menos que queríamos era enseñarle algo nuevo", explica el padre con angustia.
Los papás sienten la carga de tener al menos un hijo con altas capacidades intelectuales. Jessica reconoce que la crianza de Germán le produjo roces familiares. "Tenemos problemas entre los padres por cuál penitencia ponerle. A veces pienso que determinado límite puede ser contraproducente para su condición. Es como lidiar con dos niños al mismo tiempo: el que tiene seis años y el que su estado lo hace de mucho más. Cumplió seis años, pero su pensamiento es de un niño de nueve. Cuanto más grandes son, más se distancia el aspecto físico del intelectual. Es de prever que a los 16 años esté en las condiciones de aprobar una carrera universitaria".
El pensamiento de esta madre parece un disparate para los especialistas. El psicólogo Horacio Paiba, quien coordina el grupo Superdotación, explica que "el niño es un niño, tiene los afectos de un niño y las necesidades de un niño". Pero para los padres no es tan fácil la aceptación del problema. "Es un camino lleno de posibles satisfacciones", dice la psicopedagoga Karen Bendelman. En ese recorrido hay quienes exaltan su orgullo, sobre todo en los primeros años. "Germán aprendía todos los colores en inglés en una semana", cuenta feliz Jessica, que es docente de ese idioma. Hoy está frustrada por las complicaciones del niño en la escuela. "Es mi culpa", dicen los padres que fijan la atención en el componente genético de las inteligencias (ver recuadro aparte). Como explica Bendelman, "la superdotación es común dentro de familias, por factores genéticos y ambientales. Sin embargo, no es una regla fija, ya que hay muchos factores que influyen en el comportamiento". En el caso de Germán no hay antecedentes familiares. Sus padres fueron buenos estudiantes, de la norma. Distinta es la situación de Andrés y Paula. Son hijos de profesionales, ambos con posgrados. En su casa prima la frase: "La genética es implacable".
El aspecto innato de las capacidades intelectuales hace que haya mayores probabilidades de que un hermano de un superdotado también tenga un alto coeficiente. El hermano de Germán no tiene las mismas características intelectuales. Pero con nueve meses es un chico despierto y ya camina solo. Andrés y Paula compiten entre ellos. Se pelean. Y se quieren.
En el caso de los compañeros, el afecto es más intermitente. "La peor edad para niños con altas capacidades es entre los cuatro y los nueve años, principalmente porque aún no logran la seguridad personal y sus compañeros son muy infantiles y pueden llegar a ser crueles", dice Enrique.
En la margen oriental del Río Uruguay puede estar el futuro Mozart o Einstein. Prodigios que, en las condiciones actuales, difícilmente ocupen un lugar en el sistema. Mientras, Andrés continuará su camino para ser el ingeniero en robótica que desea. Paula eternizará sus payasadas y el gran sentido del humor. Ger mán encuadrará el título de científico y venderá cuadros pintados por él en la plaza de Treinta y Tres. Rodrigo armará su propia familia y se reirá de aquel día en que olvidó presentarse a la Olimpíada de Matemáticas. Todos seguirán con sus talentos escondidos, cuanto puedan, acá. En su Uruguay.
Alternativas educativas para chicos con capacidades diferentes
Enrique Latorres tiene dos hijos con altas capacidades intelectuales, Andrés y Paula. Junto a su esposa comenzaron una odisea cuando el varón, hijo mayor, tenía cuatro años. Los padres pretendían, al igual que los maestros, un adelantamiento a primero de escuela. Los directores del jardín de infantes privado se negaron. Consultaron en más de una decena de centros habilitados y dieron con la clave: en Uruguay no existen programas especiales para superdotados. "La escuela, como tal, no tiene una propuesta institucional ni una didáctica diferencial para los niños con altas capacidades intelectuales", afirma Héctor Florit, consejero de Primaria. Tampoco hay colegios especiales, como en Argentina, aunque la tendencia indica que "no es conveniente que los niños estén separados del resto de la sociedad", explica la psicopedagoga Claudia Kohen. La aceleración y el enriquecimiento son las herramientas más utilizadas con esta población excluida del sistema. La primera opción implica la posibilidad de que el niño se adelante en las generaciones de estudio y pueda obtener los contenidos correspondientes a los grados superiores. La segunda ofrece un complemento del programa de estudio curricular: cursos independientes, proyectos de investigación e intereses personalizados. Problema: Primaria no permite la aceleración cuando un niño es menor a la edad correspondiente a cada grado. Sí es posible la recuperación de cursos para chicos que están por debajo de los requisitos académicos básicos. La reglamentación establece que para entrar a primero de escuela hay que cumplir seis años antes del 30 de abril. La alternativa depende de la motivación del chico. "El ingreso de la computadora al aula permite un mayor acceso y un programa más especializado", afirma Florit. La otra opción, aunque engorrosa, es emigrar.
El PERFIL
Genio se nace no se hace
El niño demuestra niveles excepcionales de razonamiento y aprendizaje en, al menos, un área. Comprende rápido y más profundo que sus compañeros de su misma edad. Los padres se sienten orgullosos: "¡Qué inteligente que salió el nene!", repiten. Luego, cuando el sistema los acorrala, sienten frustración. El discurso pasa a ser: "Es por mi culpa". Estos adultos hacen valer la responsabilidad genética en la población superdotada. Es el mismo razonamiento que explica que en todas las sociedades existan personas con altas capacidades intelectuales.
Pero, los aspectos innatos no son los únicos. "No es una capacidad estática", indica la psicopedagoga Karen Bendelman. Hay otros factores, vinculados al entorno, que influyen en el desarrollo de los dones. Las experiencias, el aprendizaje, la familia y hasta los amigos son centrales. Este contexto puede ser permisivo y también limitante. Por ejemplo: "Hay menos mujeres con alta capacidad lógica; la sociedad no las estimula. No está bien visto", explica el psicólogo Horacio Paiba.
LAS CIFRAS
130
Es el punto bisagra para identificar si una persona tiene un Coeficiente Intelectual elevado. El número es el resultado de tests que están avalados internacionalmente.
3% de la población
Es el mínimo de menores de 19 años con altas capacidades intelectuales en Uruguay. Mundialmente se estima que son entre el 1% y el
7
Son las inteligencias humanas según el teórico Howard Gardner: musical, cinética, lógica, verbal, espacial, interpersonal e intrapersonal. Todas son un potencial a desarrollar.
FALSAS CREENCIAS SOBRE LOS NIÑOS SUPERDOTADOS
"Los padres con hijos talentosos pasan de la angustia a la satisfacción y orgullo"
"Los niños superdotados tienen necesidades como todos los niños y en muchos casos tienen más aún", asegura la psicopedagoga Karen Bendelman. Por ello,y para dejar en claro los conceptos que se manejan a nivel internacional, la especialista enlistó una serie de mitos a tener en cuenta.
Los superdotados tienen la vida fácil debido a su inteligencia, les va a ir bien por sí solos.
Estos chicos tienen un mayor desarrollo en el área intelectual pero poseen un nivel emocional que corres- ponde a su edad cronológica. Como todo niño van a necesitar apoyo y soporte.
Un superdotado debealcanzar un determinado puntaje en el tests de CI.
Un niño puede poseer capacidades que no son captadas por un test de inteligencia pero que son sumamente importantes en la definición del ser superdotado, como la creatividad y la motivación.
Si tiene malas calificaciones en la escuela, no puede ser superdotado.
No todos poseen talento académico. Algunos pueden llegar a "fracasar", por no recibir la instrucción que necesitan y caen en el aburrimiento, desinterés y hasta pueden desarrollar problemas de conducta y aprendizaje.
Acelerar a un niño en la escuela es nocivo para él.
Cada ser es único; la mejor opción es conocer al niño para poder ofrecer las opciones curriculares que mejor se adapten a sus necesidades.