Detrás de los enigmas del escritor maldito

| Ruperto Long investigó cinco años para recrear la breve y oscura vida del Conde de Lautréamont.

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LUIS PRATS

Isidore Ducasse nació en la muy montevideana esquina de Brecha y Camacuá y murió apenas 24 años después, en el tercer piso de un hotelucho de Montmartre, en París. De su vida breve poco se sabe y de su obra, condenada a tiradas mínimas o incluso a la hoguera, todavía menos. Su periplo de escritor maldito, descubierto mucho después de su muerte, es el típico de estas historias, pero quien decidió investigarlo no es el típico especialista literario, sino un ingeniero, exsenador y hoy ministro del Tribunal de Cuentas.

Durante cinco años, Ruperto Long realizó una labor casi detectivesca tras los rastros del Conde de Lautréamont en Uruguay y Francia; el resultado es No dejaré memorias, que el sello Aguilar puso en librerías este fin de semana.

"No se trata de un ensayo ni una especulación, sino una recreación muy aproximada de su vida real, basada en los datos que pude encontrar", explica. Mario Delgado Aparaín, uno de sus primeros lectores, la denominó "crónica novelada".

Ducasse nació en 1846 en Montevideo y en esa ciudad vivió hasta los 13 años. Formó parte de la importante colonia francesa en un país lleno de extranjeros, mientras los criollos se mataban con prodigación en la Guerra Grande. Cuando era niño, su madre se suicidó. Tuvo una juventud libre y bohemia. Luego viajó a Europa para completar sus estudios, regresó al Uruguay por un año, cuando tenía 21, probablemente mantuvo un fugaz romance y volvió a Francia, donde murió en 1870.

No era conde ni noble, aunque como hijo de un diplomático francés en Uruguay tuvo un relativo buen pasar. Cuando decidió publicar su principal obra, Los cantos de Maldoror, se autodenominó conde. Long está convencido que el seudónimo es un juego de palabras en francés, que puede significar "el otro está en Montevideo" o bien "conde de otro monte", en referencia al Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, por entonces en el apogeo de su éxito.

URUGUAYO. Hace algunos años, releyendo a Albert Camus, Long encontró referencias a una dura polémica con otros intelectuales sobre la figura de Lautréamont. "Allí nació mi fascinación por este personaje enigmático, que a la vez es universal y un perfecto desconocido", afirma. Comenzó entonces a recorrer archivos y lugares, primero en la Ciudad Vieja de Montevideo y luego en París y otros puntos de Francia (Tarbes, Pau, Burdeos), pesquisa que incluyó la lectura de "miles de páginas" en la Biblioteca Nacional de Francia. "Eso me permitió tener una visión de lo que fue su vida y su importancia universal. Y, como uruguayo, también intento rescatarlo como parte del aporte de nuestro país al patrimonio cultural universal", asegura.

Pese a provenir de familia francesa y utilizar la lengua materna en sus obras, Ducasse se definía como "el montevideano" y en la única referencia a su persona que dejó por escrito anotó "Nacido en Montevideo (Uruguay)". De la misma forma, en su prosa se colaron numerosos hispanismos y referencias al Sur.

DEBATE. Una de las novedades de No dejaré memorias es la reconstrucción, por primera vez, del debate que varios intelectuales franceses de nota mantuvieron sobre la obra de Lautréamont en las páginas de medios parisinos durante 1952. Camus, Jean-Paul Sartre, André Breton y otros intercambiaron comentarios, a veces en durísimo tono y seguidos por la ruptura de relaciones. "Este episodio resulta esencial para comprender la impresionante influencia de Lautréamont entre los surrealistas y a través de ellos en la conformación del mapa cultural del siglo XX. Dalí pintó unos 50 cuadros basados en su obra. Incluso el Conde influyó sobre Maurice Blanchot, autor del primer manifiesto sobre el mayo del 68", sostiene Long.

Hubo otro descubrimiento: la polémica se inició tras la publicación de un fragmento de la obra de Camus El hombre rebelde, titulado "Lautréamont y la banalidad", pero en el original decía "Lucifer y la banalidad". El premio Nobel de 1957 lo sustituyó a último momento, pero según Long la idea subraya la identificación de Ducasse con el satanismo y como paradigma de los escritores malditos.

Esa vinculación con el mal venía desde mucho antes. Cuando Ducasse concluyó el primer canto de su obra clave, Los cantos de Maldoror, trajo el original en su viaje de regreso a Montevideo, firmado simplemente con tres asteriscos. Intentó que unos tíos que vivían en Córdoba le financiaran la impresión. Esos parientes resultaron muy religiosos, por lo cual le pasaron esos papeles a un sacerdote. El dictamen del cura fue claro: ordenó que los quemaran por "sacrílegos".

Con la obra completa y ya bajo la firma de Conde de Lautréamont, intentó de nuevo la publicación. Albert Lacroix, el editor, leyó el libro y lo escondió en el sótano, tal vez temiendo la censura, aunque a pedido del distribuidor, Poulet Malassis, le armó diez ejemplares. Con el tiempo, muerto y olvidado el autor, uno de esos ejemplares permitió que el mundo conociera Los cantos.

El otro trabajo que publicó, esa vez por fin con su firma, fueron los dos tomos de Poesías, en realidad constituidos por una serie de aforismos, un género bastante extendido en su época.

MISTERIOS. La memoria sobre Ducasse fue siempre muy borrosa, pero las casualidades jugaron para hacerla todavía más difusa. Apenas se conoce una foto del escritor. Hacia 1920, dos hermanos investigadores, los Guillot Muñoz, dieron con otra imagen, pero se perdió en un allanamiento policial cuando vivían en Argentina. Se sabe que Ducasse fue expulsado del liceo en Tarbes junto con dos compañeros y que allí era a veces reprendido por sus profesores debido a la imaginación galopante de sus escritos, pero los archivos del instituto se perdieron en un incendio. Ya en el siglo XX, un periodista francés se contactó con su mejor amigo, un hombre de avanzada edad y apellido Dazet. Concertada la entrevista, Dazet falleció súbitamente sin llegar a contar sus recuerdos.

La conclusión de una vida misteriosa a los 24 años puede encerrar otro enigma, tal vez un crimen o un suicidio. Sin embargo, Long concluye que Lautréamont falleció de causas naturales, posiblemente de tifus. "Nació en la Montevideo sitiada de la Guerra Grande y murió en una París sitiada por los prusianos. El hambre y las enfermedades eran comunes allí. Tampoco hay referencias a una muerte violenta", explica.

Los escasos documentos que le sobrevivieron tienen hoy gran valor. Hace poco se subastó por 100 mil dólares una carta que le envió al banquero que le administraba los fondos enviados por su padre, nada especial en relación a su obra literaria.

RAÍCES. Las raíces de un escrito imaginativo y perturbador como Los cantos de Maldoror pueden resultar tan indescifrables como la vida de su autor, pero Long considera algunas razones: "Ducasse creció sin la figura materna, por el suicidio de su madre. Su padre era muy mujeriego. El muchacho creció libre en una Montevideo de amplia cultura, con muchos cafés donde llevar una vida bohemia. Pero luego pasó al liceo de Tarbes, un pueblo chico, bajo un control muy fuerte de los educadores. Cuando quiso publicar su primer trabajo, le terminaron quemando los originales. Consiguió publicar su primer canto y tuvo una crítica sola. Fue buena, pero el resto lo ignoró. Hay quienes afirman que en París bebía ajenjo, luego prohibido porque decían que provocaba alucinaciones. Sé que tomaba mucho café y también mate. Su padre le enviaba yerba a Francia".

¿Y cómo un ingeniero que además es político se interesó por una figura como Lautréamont? "Mi cruce con Lautréamont fue casual, pero no hay ninguna contradicción con mi pertenencia al mundo de la ingeniería o al de la política. Al contrario. Ducasse obtuvo en Burdeos el bachillerato en Ciencias, además del de Letras. Es decir, rompió con el prejuicio de que las ciencias van por un lado y las letras por otro. Era un entusiasta de las matemáticas y lo dice en su obra. En cuanto a la política, Lautréamont fue una voz libre, en cualquier circunstancia que le tocó vivir".

"Además, si alguna lección se desprende de su vida -añade- es que debemos creer en nuestras propias capacidades. Confiar en que lo podemos lograr. Y ese es un mensaje político para todos nosotros y para el país. Lautréamont juntó sus escasas pertenencias y fue a conquistar París, la meca de la cultura mundial. Estaba convencido que era el poeta que el final del siglo XIX estaba esperando. Era un sueño, más bien una locura, pero lo logró, aunque su corta vida no le permitió disfrutar esos éxitos".

inquietantes juegos de la imaginación

Ni Lautréamont era Nostradamus, ni Los cantos de Maldoror presentan profecías, pero algunos pasajes de la obra contienen descripciones inquietantes, si bien Long siempre destaca "la imaginación de otra galaxia" del autor franco-uruguayo. Maldoror, una suerte de entidad diabólica, le declaró la guerra a la humanidad, en un enfrentamiento que será eterno. "No utilizaré armas construidas con madera y con hierro", anuncia el personaje, que habla en cambio de explosiones de grisú (un gas que se encuentra en las minas de carbón y es potencialmente explosivo) que destruirán familias enteras. "Conocerán poco tiempo la agonía porque la muerte es casi súbita entre los escombros y los gases deletéreos", agrega. El conde también advierte sobre divisiones en el campo humano: "En vez de unir nuestras fuerzas para defendernos contra el infortunio, nos separaremos, con los temblores del odio, tomando dos caminos opuestos (...) Esta guerra terrible arrojará el dolor en ambas partes". "Diríase que el uno comprende el desprecio que inspira al otro", dice.

En otro pasaje, Maldoror tiene la visión de dos enormes torres, elevadas y macizas, que se vislumbran en un valle. El genio maligno razona que multiplicándolas por dos, el producto sería cuatro, pero luego no ve claramente la necesidad de multiplicar las torres por dos. Y al pasar por las torres, "había oído rechinar de cadenas y gemidos dolorosos".

En la puerta de calle del hotel de Montmartre donde murió en 1870, una placa recuerda al Conde de Lautréamont y su lúgubre prosa: "¿Quién abre la puerta de mi cámara funeraria? He dicho que nadie entrara. Quien quiera que sea, apártese". El título del libro de Long es el noveno aforismo de Poesías 1: "No dejaré memorias". Aunque resulta improbable que un escritor desconocido de apenas 24 años pudiera pensar entonces en escribir su autobiografía, Ducasse pareció anticiparse al misterio que rodeó después su vida.

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