Mi mamá se daba cuenta que no se podía llevar nada; por eso fue que me hizo atar mi almohada en la espalda. (…) Mi mamá y mi papá llevaban cobertores grandes, de pluma. Podíamos poner tres cabezas en la almohada y taparnos con el acolchado que llevaba mi papá", recuerda Lea Turim de Lustgarten sobre el momento en que tuvo que abandonar su pueblo natal polaco ante la invasión del ejército de Adolf Hitler. Esa almohada, un objeto tan cotidiano como banal, se convirtió para Lea en un símbolo de esperanza y de su voluntad por sobrevivir, y da el nombre al libro que cuenta su historia, Memoria de una almohada (Banda Oriental, $ 300), último trabajo de la antropóloga uruguaya Anabella Loy.
"Se trata de un elemento que ella se llevó a los trece años desde su pueblito polaco, atada a la espalda, que la acompañó durante toda la guerra y posguerra en Europa, que vino con ella al Uruguay y que luego fue resignificada, con valor ritual, religioso, para realizar sobre ella un rito que expresa la pertenencia al pueblo judío", explica Loy. En las últimas páginas del libro, Lea cuenta con orgullo que su almohada es utilizada aún hoy por sus bisnietos en la ceremonia del berit milá (circuncisión).
Si bien este objeto está presente a lo largo de todo el relato, no es protagonista, dejando paso a gran cantidad de recuerdos y detalles de la vida de los judíos en la Polonia anterior al estallido nazi. Allí están las tradiciones religiosas, las aspiraciones de los padres acerca del futuro de sus hijos, los horizontes de la imaginación de los niños, las instancias compartidas en familia, las perspectivas de un futuro mejor. Y la historia de Lea, que tiene mucho en común con la de otros sobrevivientes, pero a la vez una gran diferencia: su familia no estuvo en un campo de concentración, sino que fue deportada a una aldea entre los bosques rusos, a unos 120 kilómetros de Siberia. Eran lo que en ese momento se llamó "desplazados especiales".
"La deportación, paradójicamente, los salvó de una muerte casi segura a manos de los nazis. Hay, además, una historia personal de entereza y coraje de una mujer, casi una niña en ese entonces, particularmente inteligente y llena de recursos, que da pistas sobre la vida cotidiana en tiempos y circunstancias extraordinariamente difíciles", dice la autora.
Hace ya varios años que Loy conoció a la familia Lustgarten. En 2005 publicó la historia de vida del esposo de Lea, Bernardo (Bernardo, un hombre en la vida. Biografía de un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial) y ahora le tocó el turno a ella. Contar las peripecias de esta mujer de 85 años le insumió alrededor de 30 entrevistas en unos cuatro meses. Para la antropóloga, "la entrevista es una aventura imprevisible" y si bien ella elaboraba las preguntas previamente, "la charla informal resultaba más rica que la adhesión al cuestionario". Luego, investigaba a partir del relato autobiográfico para contextualizar, verificar y permitir la comprensión del eventual lector.
Además del libro acerca de Bernardo, Loy ha trabajado este período histórico en varias oportunidades. Escribió junto al profesor Miguel Feldman y al antropólogo Daniel Vidart sobre la historia del judaísmo húngaro y realizó un máster en Estudios Migratorios cuya tesis versó sobre la inmigración al Uruguay en las primeras décadas del siglo XX. En la búsqueda de información para esta obra, Loy encontró un libro realizado por los sobrevivientes del pueblo de Lea, llamado Lezajsk, donde cada uno relataba su experiencia y complementó la de su entrevistada con la de diversos contemporáneos, muchos de los cuales ella recordaba. Y aclara: "No hubo discrepancias entre Lea y sus paisanos".
A lo largo de las 218 páginas, el texto está impreso con dos tipos de letra, una es en primera persona y expresa el relato de Lea, mientras que la otra oficia de contrapunto y consiste en la voz de la antropóloga, de la investigación o la academia, que bucea en las fuentes para contextualizar el relato. Bajo ese esquema que- da en evidencia la fuerte carga antropológica del trabajo y el concepto de que ninguna historia personal es comprensible sin "la referencia necesaria al `aquí y ahora` donde opera dicho transcurrir".
En ese sentido, el nuevo trabajo de Loy es al mismo tiempo la peripecia de una adolescente que a través de su experiencia personal registró los horrores del nazismo y una gran lección de historia universal. Dos elementos que permiten entender un poco mejor la complejidad del tiempo que nos ha tocado vivir.
Las frases
Peripecias de una sobreviviente
"Todas las viejitas y las madres usaban las plumas de los gansos que se comían en invierno (...). Cuando teníamos plata comprábamos gansos y a esas plumas mi mamá las agregaba a mi almohada, a la de ella, cuantas más tenía, más abrigado era".
"Nunca volví a mi pueblo después de la guerra, no quise ver a los polacos, no quise ver a mis vecinos con los que yo estudiaba. A mí no me interesa nada de mi ciudad".
"Y yo me acuerdo, en mi pueblo, cuando entraron los alemanes; un día antes todos los hombres se fueron de la ciudad. Era una migración salvaje. La gente se cruzaba, escapaban de los alemanes pero no sabían adónde ir".