En casa de la británica Suzanne Lee abundan las hojas de té verde. El exceso poco tiene que ver con el poder antioxidante de la planta, con los supuestos beneficios de la infusión en la salud o porque sus genes ingleses así se lo ordenan. En los últimos dos años, el té se ha transformado en la base del trabajo de esta diseñadora e investigadora de la Escuela de Arte y Diseño Saint Martins, en Londres.
Con la ayuda de los científicos y expertos en materiales Alexander Bismarck y Paul Freemont, hace algún tiempo la diseñadora comenzó a experimentar con bacterias en la producción de ropa. Las mezcla con levaduras y té azucarado, y forma una pasta fibrosa que más tarde moldea.
Cuando están secas, estas fibras se convierten en una especie de "papiro" que se corta y cose sin problemas. "En el proceso se utiliza un cultivo llamado Kombucha, que fermenta en el té azucarado y produce alcohol. Se introducen microbios a la mezcla y esto se convierte en ácido acético y una capa de celulosa", explica Paul Freemont, del Imperial College del Reino Unido.
"Después de varios días cultivando la capa de celulosa bacterial, ésta comienza a adquirir unos cuantos centímetros de espesor. Una vez seco, el material empieza a asemejar la apariencia del cuero y permite que se trabaje sobre él", agrega Alexander Bismarck, químico que también asesora a Lee en el proceso.
La colección de la diseñadora fue bautizada "BioCouture" y ya incluye piezas como chaquetas, abrigos, zapatos y hasta un quimono. Siguiendo con su línea "verde", para dar color a las "telas" sólo se utilizan tinturas naturales extraídas de frutas y especias, como arándanos y cúrcuma. "El tejido no pone ningún problema. Puede teñirse y coserse", indica Bismarck.
Las prendas de "BioCouture" ya se han exhibido en el Museo de Ciencias de Londres. Además, varios simposios las han usado como ejemplo de ecomoda y ciencia sustentable, pero sus creadores todavía son tímidos al hablar de comercializarlas a un público masivo.
"Tenemos algunos retos, como que el material sea muy hidrófilo. Esto significa que ama el agua y que se hincha al contacto con cosas húmedas", dice Bismarck.
Por ahora las prendas absorben toda el agua que les llega, lo que hace que su peso aumente hasta cien veces. Nefasto para un impermeable.
Además, la ropa sólo asegura una vida útil de cinco años. "Con el tiempo se llena de escombros y células muertas del cultivo", indica Paul Freemont.
Más que desalentarlos, los obstáculos se han vuelto desafíos para los científicos. En sus clases, por ejemplo, Bismarck y Freemont incentivan a sus alumnos a buscar soluciones a estos problemas. A través de su libro Poniendo el futuro a la moda: el clóset de mañana, Suzanne Lee aborda el trabajo de otros diseñadores y explica cómo las complicaciones en el camino finalmente motivaron a todos ellos a trabajar aún más duro. "Es un proceso lento... ¡pero seguiremos intentándolo!", concluye Alexander Bismarck.
La propia Susane Lee es optimista en cuanto al futuro de estos productos, "porque los consumidores están acostumbrados a ver las cosas más exquisitas del mundo, y siempre van a compararlo con eso. Lo sostenible tiene que ser igual, o, incluso, mejor que lo convencional. La gente no sólo va a dejar de comprar lo otro porque deberían. Lamentablemente, así no es como funciona la moda". Por eso, la apuesta es a la excelencia. *En base a El Mercurio/GDA