La peor de las pérdidas

La muerte de un hijo es una de las situaciones más difíciles de superar. El mundo se derrumba y la vida pierde sentido. La única salida es lograr construir una nueva realidad sin él.

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DANIELA BLUTH

Cuando uno pierde un hijo el mundo se derrumba". Con esa afirmación, sencilla y sin preámbulos, comienza su relato Enrique Conde. Su hijo mayor, Enrique Aníbal, murió a los 32 años, en 1993, "por decisión propia". Enrique y su esposa Ana quedaron "desorientados" y tuvieron que volver a empezar. No fue fácil pero hoy, 18 años después, se animan a decir que aprendieron a volver a disfrutar. Es una vida diferente, sin él, pero que también vale la pena.

Nadie está preparado para ver morir a un hijo, y por eso el dolor que esa situación genera es uno de los más difíciles de superar, aunque no imposible. Se suele creer que en la vida los acontecimientos se van a dar de forma natural y esperable, y no se está preparado para los imprevistos. Las personas nacen, crecen, se reproducen, envejecen y mueren, ése es el paradigma compartido e internalizado por la mayoría. "En todas las culturas la muerte de un hijo es considerada un hecho antinatural, emocional y racionalmente inadmisible", explica la terapeuta gestáltica especializada en duelos y pérdidas Dafna Curiel. Y si bien vivir siempre significa perder -un trabajo, una pareja o nuestros padres-, ninguna pérdida es tan desgarradora como ésta.

Ni siquiera existe una palabra equivalente a viudo o huérfano para nombrar a los que penan un hijo muerto. "Cuando uno no puede nombrar algo es que no lo puede asir, no lo puede controlar", analiza el psicólogo y logoterapeuta Alejandro De Barbieri. "La muerte de un hijo es el dolor con que se miden todos los dolores", agrega citando una frase del escritor Sandor Márai, un hombre que supo de pérdidas y se suicidó a los 89 años.

Contrariamente a lo que podría pensarse, los especialistas coinciden en que la muerte de un hijo duele de igual manera, no importa su edad. Cuando se trata de un bebé o un niño pequeño, la tristeza es también "por todos los acontecimientos que no pudieron vivir y disfrutar juntos", dice Curiel. Si se trata de un adulto, hay muchos recuerdos "que pueden atesorar de por vida".

En el otro extremo, "los recursos emocionales" de esos padres y las circunstancias en las que se da la muerte sí pueden incidir en el proceso de elaboración del duelo, siendo el suicidio el escenario más complejo.

Mientras trabajaba como carpintero, el primogénito de Enrique y Ana sufrió un accidente con una máquina que marcó un antes y un después. Quedó sumido en una depresión que duró casi diez años. Sin embargo, su muerte fue como si cayera una bomba. "Nosotros hicimos lo imposible, pero no pudimos", reflexionan. Los primeros meses resultaron muy difíciles de soportar."Estábamos desorientados, no sabíamos cuál era el capítulo siguiente", recuerda Ana.

Tan extrema puede llegar a ser la pena, que muchos padres dejan de encontrarle sentido a su vida, abandonándose en una cama o incluso pensando en el suicidio. Es su proyecto de vida el que se desmorona, y con él sus esperanzas. Por eso, explican los especialistas, la situación es comparable a un naufragio al que hay que sobrevivir. "El hijo es el gran proyecto en común de la pareja, y si ese proyecto se hunde, hay que lograr salir del naufragio, asirnos de las pocas tablas que quedan y a partir de ellas reconstruir una nueva realidad sin él", señala la psicoterapeuta especializada en pérdidas Marta Herrera. Es más fácil de decir que de hacer, asegura la profesional: "Cuando muere un hijo uno pierde parte de su identidad… `Soy la mamá de …, el papá de…`", ejemplifica. "Hay que entender que no se pierde, sino que se transforma. Se abre una nueva realidad".

"El dolor es tan desgarrador que, en una primera instancia, los padres creen no poder superarlo nunca. El trabajo a realizar con ellos es ayudarlos a encontrar un nuevo sentido a sus vidas. A veces esto no es fácil, pero siempre es posible", señala Curiel.

Amor vacante. Para Ana y Enrique la vida volvió a cambiar en 1995, cuando vieron en el programa de Omar Gutiérrez una pareja que hablaba de un grupo llamado Renacer, que reunía a padres que enfrentaban la pérdida de sus hijos. La iniciativa había nacido en Río Cuarto, Argentina, de la mano de Gustavo y Alicia Berti (ver recuadro).

Si bien los Conde no estaban "en un pozo" el sufrimiento persistía, al punto que no les permitía conversar de lo sucedido. "Es que el dolor genera personas egoístas", explica Enrique. Cuando empezaron con las reuniones grupales no tenían claro cuál era su objetivo, pero sí sabían que no querían juntarse a llorar.

"Una de las cosas más importantes que hay en el grupo es el otro. A medida que uno se entrega al otro para ayudarlo, el dolor empieza a bajar. Transformamos ese dolor que nos dejó nuestro hijo en la parte de amor que quedó vacante para darla a los semejantes", explican. "Uno de los dilemas que tenemos todos los padres es que podemos elegir una vida digna o una miserable, nosotros elegimos una vida digna en homenaje a nuestro hijo. En eso te ayuda Renacer, en encontrarle un sentido a tu vida en todo lo que hacés".

El matrimonio, que lleva 52 años de casados, tiene otros tres hijos: los mellizos Ulises y Héctor (49) y la única representante femenina, Ana Doris (48). Muchas veces los hermanos sienten la pérdida incluso más que los padres. "El que muere era su compañero de pieza, de picardías, su modelo o su consentido. Y cuando ellos ven que los padres también están muriendo, sufren doblemente", dice Enrique. Según Renacer, el fallecimiento de una persona joven produce una "severa disfunción" no sólo en el núcleo reducido, sino también en la familia extendida; en promedio quedan ocho personas afectadas.

Vivir el dolor. La palabra duelo viene de dolor y luto de llorar, dos instancias que, aunque suene increíble, cayeron en desuso. Los velorios son cada vez más cortos o directamente inexistentes, y los entierros un trámite sólo para los muy cercanos. Sin embargo, los especialistas coinciden en que la única manera de procesar el duelo es vivirlo. "Hay que enfrentar la realidad. Cuando en el velorio la persona involucrada cuenta lo que le pasó una y otra vez, también se lo está contando a sí misma", dice Herrera al tiempo que critica la tendencia de "empastillarse" para superar estas etapas.

Cuando se trata de la pérdida de un hijo, el duelo suele prolongarse más de lo habitual. En lugar de un año, que se considera "lo esperable", pueden llegar a ser dos. Pasado ese tiempo, estiman los expertos, la persona debería haber recuperado el ritmo habitual de vida. Y la sonrisa, una de las cosas más difíciles de lograr.

Si el proceso del duelo se transita con normalidad, la persona va tomando consciencia de que ya no necesita llorar cada vez que evoca a su hijo, explica Curiel, y comienza a experimentar lo que ella llama "nostalgia dulce", un sentimiento "pleno de ternura que llena el corazón de una calidez que reconforta".

Para Herrera, en ese vínculo interno que se establece con el hijo perdido los padres tienen que ir entendiendo que él no querría verlos paralizados ante la vida. Así, de a poco, se van permitiendo disfrutar de afectos, de otros hijos, pareja, nietos, sintiendo paulatinamente que disfrutar no es traicionarlo. "La vida continúa y tiene que haber alguna instancia de disfrute. Tienen que lograr sentir que eso le va ganando terreno al dolor insoportable", dice.

Ante este nuevo escenario, hombres y mujeres no reaccionan igual. Ellos suelen abocarse a proyectos laborales y cuando consultan, lo hacen en busca de medicamentos para "bancar" la angustia. Ellas, en cambio, sienten más culpa pero también buscan ayuda con mayor frecuencia. Además, se suman fácilmente a los "proyectos ajenos", como puede ser ver a un nieto recibido o casado.

Según De Barbieri, todos estamos preparados para elaborar un duelo; el psicólogo debe aparecer cuando éste se vuelve patológico. Para el terapeuta, transitar por esta instancia habla de la capacidad de las personas de amar y tener vínculos. "La elaboración buena de una pérdida favorece la de las siguientes, como puede ser una separación. Genera una suerte de resiliencia", concluye.

Presencia y silencio. El entorno, sobre todo la familia y los amigos, juegan un rol fundamental. Sucede que a veces ellos tampoco saben cómo sostener a esos padres, qué decir o cuándo preguntar. "No es que te desprecien o que sean indiferentes, simplemente no saben cómo manejarlo", dice Ana.

La psicóloga Herrera coincide: "No estamos acostumbrados a que el otro se desarme delante nuestro, a continentar al otro. En esta sociedad donde prima el individualismo siempre estamos apurados".

Allí radica parte del éxito de los grupos como Renacer, donde las personas que se reúnen comparten mucho más que una experiencia. "Nos entendemos porque tenemos el mismo lenguaje, en unos casos fue de una manera y en otros de otra… pero podemos hablar de nuestros hijos con total libertad", cuenta Ana. "No se llora ni se habla de tragedias, pero si un padre nuevo quiere contar su historia, se lo escucha", explica.

Para Curiel hay dos términos clave a la hora de acompañar: presencia y silencio. "Hablar sólo cuando el deudo lo hace, y en ese momento, facilitar para que pueda expresar lo que siente. Si no, permanecer cerca y en silencio. En nuestra sociedad estamos acostumbrados a llenar todos los espacios con palabras, aun cuando no estén sirviendo para comunicar nada, simplemente por no saber sostener el silencio".

Algunas parejas buscan tener otro hijo como forma de paliar el dolor. Y si bien generalmente esto sucede, Curiel no aconseja agrandar la familia antes de elaborar la pérdida. "Cada persona ocupa un lugar que nadie puede ni debe reemplazar", dice.

Cada Navidad los Conde levantan una copa "por Enriquito" y evocan sus pillerías de niño y su sentido del humor. Recordarlo es su forma de mantenerlo vivo. "No es que pensemos cosas raras, pero él sigue formando parte de nuestras vidas". Por eso, se refieren a él en presente y siempre le rinden algún homenaje el día de su cumpleaños. En ese cambio de actitud ante la vida, ellos se sienten mejores personas y le perdieron el miedo a la muerte.

Y en eso coinciden los especialistas. Curiel lo dice así: "Para que una persona pueda atravesar y elaborar profundamente el duelo por un hijo es necesario que rompa con muchísimos esquemas previos de lo que cree que es la vida, de lo que cree de sí mismo, de lo verdaderamente importante y de lo superficial. La muerte de un hijo conecta al padre con el misterio de lo desconocido, con un abismo muy profundo del cual sale -si se permite atravesarlo- fortalecido, con muchísimos recursos nuevos, con una nueva forma de ver el mundo, con una sensibilidad y una humildad como pocos, con una integridad muy sólida. Es lo que se llama resiliencia, esa capacidad de atravesar momentos de gran dolor y salir fortalecidos".

Así lo sienten Enrique y Ana, quienes hablan de su hijo con una sonrisa en lugar de lágrimas. Para ellos él es su maestro, pues les enseñó a vivir de otra forma. "A él no le gustaban los horarios ni las ataduras, quería ser libre. Nos encadenó a muchos en su momento, pero logró la tan ansiada libertad. A su manera, pero la alcanzó".

Cada etapa del duelo tiene un porqué

Aunque no hay una manera "correcta de duelar un hijo", la psicóloga Dafna Curiel cita a la doctora suiza Elizabeth Kübler -Ross para establecer las principales etapas de este proceso:

Negación. Frente al impacto de la noticia, la persona reacciona negándola. El shock es tan grande que no puede sostenerlo, por lo que actúa como si no estuviera pasando.

Rabia. Luego de que toma conciencia de la situación, reacciona con rabia y resentimiento, a veces contra todo y todos: los médicos, demás familiares, el sistema socio-económico, el país, Dios, incluso contra la persona fallecida.

Tristeza. Ya más procesando el duelo, la persona se conecta con la profunda tristeza que le causa, y llora desconsoladamente.

Aceptación. Es la última etapa, en la cual la persona, a pesar de su dolor, puede comenzar a aceptar que la pérdida es irreversible.

"Renacer da la posibilidad de explotar algo que todos los padres tienen: amor al hijo"

Nicolás, el hijo de Alicia y Gustavo Berti, murió en un accidente de moto. Fue en Río Cuarto, Argentina, y tenía 18 años. Como una forma de compartir y paliar su dolor, el matrimonio empezó a buscar otros padres que hubieran pasado por una experiencia similar en los obituarios del diario local. Seis meses después, en diciembre de 1988, crearon Renacer, un grupo de ayuda mutua para aquellos que enfrentan la pérdida de sus hijos.

Su trabajo llegó a Uruguay a través de la televisión. Después de ver a los Berti en el programa de Mirtha Legrand, cuatro papás viajaron a Río Cuarto sin siquiera saber dónde quedaba en el mapa. "Gustavo y Alicia estaban en la tevé con la cara que yo quería tener y no sabía cómo", dijo Amelia Viera en aquel momento. Su hijo Pablo había fallecido hacía cuatro meses y se sentía perdida. "La gente no se reía delante mío porque les daba cosa y yo les decía: `Ríanse porque algún día yo me voy a reír con ustedes".

La primera reunión en suelo uruguayo fue el 15 de diciembre de 1994. Uno de sus principios es que de una experiencia tan dolorosa pueden surgir personas más fuertes, solidarias y compasivas.

"Renacer da la posibilidad de explotar algo que todos los padres tienen: amor al hijo. Cuando un hijo parte, ese amor no desaparece sino que se vuelve incondicional. Y lo único que tenemos para homenajearlo es nuestra propia vida", explica Enrique Conde, uno de los padres del grupo.

Así como algunos se refugian en la religión, el psicólogo o el trabajo, otros lo hacen en Renacer. Todos pueden acceder, pero no es para cualquiera. Hay que tener "el campo propicio en el interior"; mucha gente prueba y luego desiste.

Hay grupos en Argentina, Chile, Paraguay, Perú, Panamá, Honduras, México y España. En Montevideo, se juntan los segundos y cuartos jueves de cada mes, a las 20 horas, en la sede de la Caja de Auxilio de Ute y Antel (Agraciada 2417). También funcionan grupos en 13 departamentos del interior.

¿Qué opinan los expertos?

Alejandro De Barbieri

"Todos estamos preparados para elaborar un duelo. La buena elaboración de una pérdida favorece la de las siguientes, como puede ser un divorcio. La persona genera una suerte de resiliencia".

Dafna Curiel

"En todas las culturas la muerte de un hijo es considerada un hecho antinatural. Ni siquiera existe una palabra equivalente a huérfano o viudo que nombre a los que penan un hijo muerto".

Marta Herrera

"En ese vínculo que se establece con el hijo perdido, los padres tienen que ir entendiendo que él no los quiere muertos, y de a poco se permiten disfrutar sin sentir que lo están traicionando".

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