Patrimonio en cuarentena

Con 1.700 metros de largo, la isla de Flores es la que tiene más cantidad de edificios y la que tuvo un rol más preponderante en la historia del país. Hoy está abandonada.

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GABRIELA VAZ

Está llena de sapos. Tantos, que hay que ir mirando al pisar para no convertirlos en resortes pegajosos. Está llena de conejos. Salen de todos lados y, cuando uno menos se lo espera, elevan su par de orejas blancas, o negras, o grises, en la cima de algún puñado de escombros. Está llena de gaviotas. Son tantas que, de lejos, parece imposible que sean. A la distancia se disimulan como inexplicables lunares blancos sobre las rocas y los visitantes se preguntan incrédulos: ¿en serio son gaviotas? Y son nomás. Pero, de lo que más está llena esta pequeña porción de tierra, es de historia.

A las 10:30 de la mañana de un martes, dos horas después de partir del puerto de Montevideo, el buque balizador de la Armada Sirius atraca en el muelle de la isla de Flores. Llega para efectuar el recambio de fareros, que se produce cada 14 días, y también para dejar las provisiones que la pareja de funcionarios que acaba de arribar para cubrir la posta tendrá durante las siguientes dos semanas en soledad.

Pero esta vez, la tripulación tiene compañía: un par de monjas, un puñado de constructores y los integrantes de una ONG aprovecharon el viaje cortesía de la Armada. Aunque con distintos objetivos particulares, a todos estos visitantes los impulsa una misma idea: reconstruir el acervo material e inmaterial de la isla que ha tenido un papel protagónico en la vida del país.

El proyecto comenzó hace tres años, cuando un grupo de amigos arribó al lugar en plan turístico y con la curiosidad acicateada por la lectura del libro Historias y leyendas de la isla de Flores, de Eduardo Langguth y Juan Antonio Varese (Torre del Vigía, 2000). Una vez que caminaron por allí, la fascinación se tornó en deseo, y el deseo, en un plan. "Surgió la idea de hacer algo", cuenta Juan Antonio Pérez Sparano, quien luego se convertiría en director del "algo": el Instituto de Investigaciones Históricas y Sociales del Plata (IIHSP), una ONG que nació con el Proyecto Isla de Flores como su buque insignia. El objetivo: refaccionar sus construcciones, reconstruir su legado histórico y convertir ese espacio en un punto ecoturístico.

El 3 de octubre de 2011, luego de conseguir el apoyo de siete ministerios, el proyecto fue declarado de interés nacional con la firma del presidente José Mujica; un logro que la ONG destaca como el mayor empujón que tiene hasta ahora el proyecto, si bien entienden que todavía falta mucho para el ambicioso objetivo final. "El montevideano ve la isla desde lejos pero en general no tiene mucha idea de qué hay ni conoce su historia. Otra de nuestras luchas es por incluirlo en los programas de estudio, que se sepa que fue una barrera (sanitaria) para que podamos vivir mejor. En una época, todos los inmigrantes pasaron por la isla; la mayoría de nuestros antepasados", dice Pérez Sparano. Y no le falta razón.

LAZARETO LIMPIO, LAZARETO SUCIO. La isla de Flores está a unos 10 kilómetros de la costa, a la altura del Parque Roosevelt y se puede ver ya desde Carrasco. Es pequeña -tiene 1.700 metros de largo y unos 400 de ancho- y está "dividida" en tres: "la primera", "la segunda" y "la tercera", son los originales nombres con que se bautizó a cada tramo. En realidad, la isla es una sola, pero los vaivenes del mar le cambian la geografía. La primera y la segunda están unidas por un terraplén rocoso que puede desaparecer con un gran temporal y creciente; la segunda y la tercera están separadas, excepto que se dé alguna pronunciada bajamar.

Hoy, a excepción del faro -que administra la Armada-, la isla está bajo jurisdicción de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) e integra el Sistema Nacional de Áreas Protegidas. Se puede visitar (ver recuadro en página 3) pero los turistas sólo tienen permitido recorrer la primera zona; el paso a "la segunda" y "la tercera" está vedado al público.

Los únicos residentes semipermantentes son los fareros que, en guardias realizadas en parejas que rotan cada 14 días, se encargan de la única construcción que queda activa y que también es la más antigua. El faro fue inaugurado en 1828 debido a la gran cantidad de naufragios que había en la zona, y fue el segundo que tuvo el país, luego de que se levantara el del cerro de Montevideo, en 1802. Ahora es el único edificio del lugar que goza de manutención y que incluso ha sido ampliado; está en perfecto estado y hasta tiene un comedor con amplios y modernos ventanales.

El resto de la isla exhibe esqueletos de lo que fue: escombros, puertas herrumbradas, cascarones de edificios, escalones solitarios, marcas de rieles, además de vegetación y animales que se hacen paso, impunes, entre tanto vestigio histórico. Hasta pedazos de vajilla del siglo XIX pueden encontrarse entre las ruinosas edificaciones.

Es que la zona albergó un lazareto que fue el núcleo de toda su actividad en la época en que tuvo más vida. Se empezó a construir durante el gobierno de Venancio Flores (1865-1868) y se inauguró en 1869, en la administración de Lorenzo Batlle. Frente a la gran cantidad de epidemias que en ese entonces venían de ultramar, las autoridades pensaron en la isla como el emplazamiento ideal para un hospital donde aislar a los infectados o los sospechosos de enfermedades contagiosas (es decir, un lazareto, precisamente). Así que allí atracaban todos los barcos que habían tocado puertos de riesgo sanitario, como Brasil o el Caribe, y los pasajeros debían realizar cuarentena. Por esa razón, la gran mayoría de los inmigrantes que llegaron al país después de 1881 (cuando el requisito se hizo obligatorio para todos) pasaron por Flores.

El lazareto "limpio", o de observación, se construyó en la primera isla. Era un edificio de dos pisos y tenía construcciones auxiliares, como un centro de desinfección, con cuatro enormes estufas a vapor (hoy todavía quedan dos) donde se colocaba la ropa. También aparecían allí, en la primera, una oficina de correos y la comandancia, donde vivían el jefe de la zona y su tropa. En la segunda isla se instaló el hospital de enfermedades infectocontagiosas y lindero a éste se cercó un espacio a modo de cementerio. Y en la tercera se edificó el lazareto "sucio", compuesto -según apunta el libro de Langguth y Varese- por el hospital de "enfermedades exótico-pestilenciales", una sala de autopsias y la casa del médico. También se construyó una capilla y un horno crematorio, que todavía queda en pie.

Todos estos edificios, que alojaban a mucha gente -entre funcionarios y pasajeros que podían quedarse desde uno hasta cuarenta días- en un territorio muy pequeño, convirtieron a la isla en un pueblito con bastante movimiento.

Un problema importante de aquel entonces era la alimentación, aunque los víveres llegaban, y sobre todo el abastecimiento de agua potable. Además de imprescindible para beber o cocinar, también lo era para la higiene personal, en un ámbito cuyo objetivo era la prevención de enfermedades. Todavía hoy el tema configura un problema para los fareros que residen en la isla -se manejan con agua embotellada y el acopio a través de lluvias-, quienes la deben administrar cuidadosamente.

De hecho, cuando por los avances de la medicina el lazareto pasó a ser menos utilizado y, más de una vez, se pensó en aprovechar las edificaciones como cárceles (ver recuadro en página 2) e incluso construir prisiones, la falta de agua potable (junto con la dificultad de las comunicaciones y lo costoso del abastecimiento) inclinó la balanza para desestimar esos proyectos.

MUSEO Y MÁS. De todas esas construcciones, hoy, apenas quedan los despojos. Y en riesgo de derrumbe. De más derrumbe del que ya existe, claro. Por eso, la idea del IIHSP es refaccionar y reconstruir el acervo material para, por extensión, revitalizar el patrimonio intangible; es decir, la historia.

Entre los objetivos puntuales del Proyecto Isla de Flores se destacan: la refacción de la oficina de correos existente en el primer islote; la refacción del crematorio; la reconstrucción del puente de 280 metros de calzada que unía el segundo y el tercer islote; el reacondicionamiento de la capilla; la restauración de los tramos del muro de piedra del cementerio; la posibilidad de un embarcadero para lanchas deportivas; la instalación de una biblioteca temática; la creación de un museo donde se puedan conservar muestras de materiales del sitio recuperados, como cucharas de plata o copas de cristal con el sello del lazareto, postales de la época, correspondencia con el matasellos de la estafeta del lugar, etcétera; un sistema de señalización con planos, información meteorológica y horarios de las mareas; y un circuito de buceo.

Uno de los ítems se cumplió el pasado martes 6: el anclaje de una imagen de la virgen María Auxiliadora. Pero, a diferencia de los demás objetivos, éste no nació a instancias del IIHSP, sino de las salesianas, aclara la hermana Fanny Serrés, directora del Instituto Hijas de María Auxiliadora en Uruguay. Para ellas la isla de Flores siempre tuvo un significado especial, ya que allí pisaron tierra americana por primera vez monjas de su congregación (ver recuadro en página 2). Serrés incluso tiene en su poder las cartas que ellas escribieron desde la isla a María Mazzarello, contándole de su travesía y la vida allí: "La llaman Flores, pero son tres islas unidas: en la primera hay otras personas, también en cuarentena; en la segunda estamos nosotros y está llena de caracoles y serpientes, ¡otro que flores!", dice en una de las misivas, fechada el 14 de diciembre de 1877.

Un día, casualmente, Serrés cruzó caminos con miembros de la ONG, quienes la ayudaron a tramitar los permisos para instalar la imagen de su virgen. Ella, en tanto, se ocupó de conseguir el dinero que le enviaron desde Estados Unidos y el visto bueno de los salesianos en Italia. Así se encargó la manufactura a una monja de clausura, la hermana clarisa franciscana Teresita Bardier, quien construyó una réplica a escala humana de una pequeña imagen de María Auxiliadora que se encuentra en Catania. Las salesianas esperarán ahora que pase el invierno para inaugurar esta virgen, con "una movida" que incluya no sólo a autoridades de la Iglesia, sino también a alumnos de sus colegios visitando la isla.

También tienen interés en seguir la evolución del proyecto del IIHSP, pues esperan que se reconstruya la capilla y colaboran con la investigación histórica. Es que, a fin de cumplir con su objetivo final, los integrantes de la ONG están en una reconstrucción de los hechos y los personajes famosos que pasaron por isla (que han sido muchos y variados, desde presidentes como Andrés Marínez Trueba -que estuvo en su condición de mandatario pero también como prisionero- hasta artistas como Carlos Gardel, quien tuvo que cumplir su cuarentena e incluso cantó en una terraza, y Alfredo Zitarrosa, cuya lancha recaló allí a mediados de los 80 por reparaciones). Para eso reciben información y aportes de toda índole en proyectoisladeflores@hotmail.com.

Uruguay tuvo su Alcatraz

Cuando, a principios del siglo XX, los adelantos de la medicina hicieron que el lazareto caiga en desuso, las autoridades pensaron en aprovechar sus pabellones vacíos y utilizarlos como cárcel. Así, en diferentes etapas, la isla se convirtió en una suerte de Alcatraz (la legendaria prisión en la bahía de San Francisco, Estados Unidos) montevideana, donde permanecieron desde presos políticos hasta reos comunes.

Según consigna el libro Historias y leyendas de la Isla de Flores, la primera vez fue en mayo de 1904, cuando allí quedaron recluidos revolucionarios de la guerra civil. En septiembre de ese año, con la muerte de Aparicio Saravia, la guerra terminó y en octubre los liberaron a todos. En 1910, con un nuevo alzamiento, hubo otra vez encarcelados, pero esa vez sólo por dos semanas.

El tercer grupo de presos políticos se conformó durante la dictadura de Gabriel Terra, en 1933. En total hubo 150, de los cuales varios permanecieron en la isla más de un año. Como las cárceles de Montevideo estaban superpobladas, se decidió traer también a los presos comunes más peligrosos e incluso comenzaron las obras de construcción de calabozos. Pero meses después se abandonó el proyecto.

En 1968, 50 de los 200 obreros que fueron detenidos por protestar contra las medidas prontas de seguridad implantadas por el gobierno de Jorge Pacheco Areco fueron llevados a Isla de Flores. Nuevamente se pensó en refaccionar las instalaciones para convertirlas en una cárcel y trasladar presos desde Punta Carretas. Se comenzaron las obras pero, otra vez, quedaron en evidencia los obstáculos y se suspendió el proyecto. Desde entonces, dos veces el Consejo del Niño planteó la posibilidad de construir allí un albergue de "menores peligrosos", pero tampoco se concretó.

Durante el siglo XIX, albergó un lazareto donde los inmigrantes, previo al desembarco en Montevideo, realizaban cuarentenas obligatorias.

La virgen da la bienvenida

En 1877, Don Bosco y María Mazzarello (fundadores del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, IHMA) enviaron en misión a seis monjas de Italia a América; era la primera vez que salesianas pisarían este continente. Pero antes de que el buque atracara en su destino final -Montevideo-, debió hacer la parada sanitaria obligada en Isla de Flores, donde las monjas permanecieron por 4 días. Por eso, para las salesianas, la isla es especial: simboliza el desembarco de la congregación en tierra americana, ya que fue desde aquí que se diseminaron por el resto de la región. El pasado martes 6, lograron que se reconociera ese hecho al levantar una virgen de María Auxiliadora en la Isla de Flores. "Para nosotros es histórico. Hoy, toda nuestra congregación en Roma sabe que estamos haciendo esto", dijo Fanny Serrés, directora del IHMA en Montevideo.

Un paseo entre escombros y gaviotas

La isla de Flores se puede visitar. Además de las embarcaciones privadas, una opción es tomar la lancha Alba, que todos los sábados y domingos sale con ese destino desde el puerto del Buceo, a las 14 horas. Por 500 pesos por persona, ofrece la posibilidad de pasar la tarde en Flores: el viaje de ida dura 1 hora 40 minutos, el de vuelta 1 hora 10`, y la estadía en tierra cerca de tres horas, por lo que toca puerto de regreso sobre las 19:30. Dado que en la isla no hay servicios de ningún tipo para turistas, vale llevar su propia comida y bebida si pretende merendar allí. Si el visitante desea subir al faro -lo que es opcional, pero vale la pena tanto para conocer por dentro la construcción más antigua de la isla como para apreciar la vista panorámica en la altura, desde donde se aprecia la totalidad del territorio- debe abonar $ 25 extra. Los visitantes son acompañados por un guía que explica qué fue cada edificio y los distintos acontecimientos históricos que se dieron en el lugar. Los paseos se realizan hasta mayo y se suspenden durante el invierno. Como la lancha tiene espacio para 18 personas, es necesario reservar por el 2606 0745.

LA CIFRA

1828

Fue el año en que se inauguró el faro -la construcción más antigua de la isla- debido a la gran cantidad de naufragios.

2

Son los residentes "permanentes" de la isla: los fareros, que cada 14 días se rotan, en parejas, para vivir y pernoctar allí.

$ 500

Es el precio por persona que cobra la lancha Alba por una visita guiada a la isla. Sale sábados y domingos desde el Buceo.

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