Revelar la contraseña: una moderna prueba de amor

Es la nueva "moda" entre las parejas adolescentes en Estados Unidos, pero también se da en adultos. Expertos advierten de los riesgos si hay una mala ruptura y señalan qué dice esta tendencia sobre la confianza.

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Me das la tuya y te doy la mía. Ese es el nuevo contrato que ponen sobre la mesa las parejas en época de Internet y redes sociales para demostrar su ¿confianza? mutua: revelar al otro las contraseñas de correo, Facebook, Twitter y ainda mais. En otras palabras, regalarle la llave para que abra sin problemas todas las puertas de su mundo virtual.

Pero mientras para algunos se trata simplemente de un claro "no tengo nada que esconder", otros acusan las falencias y riesgos de este plan. Primero, porque se atropella cualquier tipo de privacidad, necesaria también dentro de los límites de una pareja, por más sólida que ésta sea. Segundo, porque puede constituir un arma de doble filo al volverse un potencial caldo de cultivo para los celos. Y tercero, porque, tal como explica el psicólogo Luis Correa, la verdadera confianza no necesita sistemas de control.

Aún así, la tendencia pisa fuerte en un universo donde la diáspora virtual parece ir engulléndolo todo.

ADOLESCENTES. De acuerdo a un artículo publicado días atrás en The New York Times, los principales promotores de esta nueva práctica son los adolescentes. Es una suerte de moda. Pero también "es un signo de confianza", dijo Tiffany Carandang, estudiante del último año de bachillerato en San Francisco, entrevistada por el diario neoyorquino, sobre la decisión que su novio y ella tomaron hace varios meses de compartir contraseñas de correo electrónico y Facebook. "No tengo nada que ocultarle, y él no tiene nada que ocultarme", explica.

El problema es que, tal como aclara la propia nota, no siempre termina tan bien. Muchas historias finalizan con episodios de venganza tras una ruptura en malos términos, lo que significa utilizar la contraseña del otro como un arma en su contra para revelar secretos o humillarlo públicamente. Y si bien cambiar una contraseña es sencillo, alumnos, consejeros y padres dicen que el daño a menudo se causa antes de hacerlo. O incluso creen que compartir la vida en Internet puede ser la causa de que falle una relación.

Las historias de riñas incluyen desde un novio despechado en la secundaria que trata de avergonzar a su ex divulgando sus correos secretos a las tensiones en la pareja por revisar los mensajes privados el uno del otro en busca de pistas de deslealtades o infidelidades; o tomar el teléfono celular del ex mejor amigo, desbloquearlo con una contraseña y enviar textos amenazadores a alguien más.

El artículo estadounidense citado ejemplifica esto con la historia de Emily Cole, de 16 años, quien sintió el golpe de la traición en séptimo grado, cuando le dio la contraseña del correo electrónico a su primer novio. En ese entonces ella empezó a desarrollar sentimientos por otra alumna y le envió un e-mail. El novio lo leyó y empezó a difundirlo por toda la escuela llamando a Cole una "pervertida". La joven cuenta que el episodio fue profundamente doloroso. Sin embargo, no tuvo reservas para compartir la contraseña con su nuevo novio. "Sé que suena algo raro, pero tenemos una relación diferente. Ya no estamos en séptimo grado. Confío en él en forma distinta, supongo".

La madre de Cole, Patti, de 48 años y psicóloga infantil, cree que ahora su hija será más sensata. Sin embargo, más en general, opina que a los jóvenes les atrae ese comportamiento, como el sexo, en parte porque los padres y otros les advierten que no lo hagan (ver recuadro). "Lo que me preocupa es que no hemos hecho un buen trabajo en cuanto a evitar que los chicos tengan sexo", comentó. "Así que, en realidad, no tengo confianza en qué tanto podemos cambiar este comportamiento".

CONFIANZA. Alexandra Radford, de 20 años, revela las contraseñas que compartió hace unos años con su novio del bachillerato. La de ella: AmoaKevin. La de él: AmoaAly. "Lo hicimos así para que yo pudiera revisar sus mensajes porque no confiaba en él, lo que no es sano", reconoce en una entrevista.

Es que, al fin y al cabo, de eso se trata todo. Y ciertamente el tema no comenzó con el auge de las redes sociales. Según lo ve el psicólogo uruguayo Álvaro Alcuri, últimamente se le da demasiada importancia a la tecnología como supuesto condicionante de la conducta humana. "Es como decir que el color del acolchado determina la actividad sexual. Hace cinco mil años nos matábamos con un palo, ahora lo hacemos con una ametralladora; pero es lo mismo. Acá estamos hablando de una demostración de confianza; en la prehistoria se haría mostrándole la cueva al otro y hoy te dejo saber la contraseña. Pero no es un comportamiento nuevo en ningún sentido. Se trata de no tener secretos", razona.

En cuanto a la práctica en sí, Alcuri opina que lo sano es que cada pareja decida tener los niveles de confianza que ellos mismos acuerden. "Si querés ocultar todo y el otro está de acuerdo, ocultá todo. Si el otro te dice `no confío en vos si no me mostrás todo` y estás de acuerdo, mostrá todo. La confianza se contrata".

Pero en última instancia -y si bien el psicólogo cree que tener la chance de husmear en la vida del otro a través de Internet al final termina aumentando el recelo-, destaca, el tema de la contraseña no es relevante. "La confianza te la ganás de otra manera. Si querés darle la contraseña, dásela: total, podés inventar otra pasado mañana, ¡qué importa! No es relevante. La necesidad de confianza en una pareja es central; si saber la contraseña del otro te da más o menos seguridad, para mí es una gota de agua en el océano. La confianza ni se gana ni se pierde así. Si sos un tramposo, te vas a inventar otra casilla de correo a los dos minutos, o sea que no cambia nada. En todo caso, hay más formas de trampear, entonces se multiplican los métodos de control".

El psicoanalista Luis Correa, por su parte, señala que el tema de fondo cuando aparece esta "práctica ritualizada" de compartir la contraseña con la pareja tiene que ver con lo celotípico; el deseo de control o de neutralizar el control. "Porque a veces es proyectivo: como me genera inseguridad y quiero controlar con quién hablás, entonces para obligarte a que te dejes controlar te digo que podés acceder a mi cuenta, como una especie de anticipación. Muchas veces estos procesos surgen de manera inconsciente. Tengo el deseo de controlar, por lo que me ofrezco a ser controlado".

Correa cree que "si en una pareja hay confianza, está madura y el tipo de comunicación es adecuado, en realidad no hace falta compartir nada. Cada uno tendrá su estilo y hablará con sus amigos o amigas de cosas que no es ni bueno ni necesario hablarlo con la pareja".

Es que existen nichos de intimidad y privacidad que tienen que ser respetados. De igual manera que se acepta que equis día de la semana se reserva exclusivamente para reuniones solo con los amigos o amigas, sin parejas presentes, en Internet puede darse la prolongación de esos vínculos. Cualquiera puede rehusarse a enviar un mail a un amigo/a si sabe que quizás también lo lea su pareja.

Esa inseguridad, entiende Correa, viene atada al hecho de que las redes sociales se han vuelto un nuevo espacio de conquista amorosa y el deseo de control proviene de haber sido protagonista de una de esas historias o conocerlas por terceros. Pero lo cierto, apunta el psicólogo, es que "si hay verdadera confianza, no necesitás controlar. Es sentido común".

Una práctica que se parece al sexo

Rosalind Wiseman, investigadora estadounidense que estudia cómo usan los adolescentes la tecnología y es autora de Queen Bees and Wannabes, un libro para padres sobre cómo ayudar a las chicas a sobrevivir a la adolescencia, cree que compartir las contraseñas, y la presión para hacerlo, se parece en algo al sexo.

Compartir las contraseñas, asegura, se siente algo prohibido porque los adultos lo desaconsejan con frecuencia e implica vulnerabilidad. Y hay presión en muchas relaciones adolescentes para compartir las contraseñas, justo como la hay para tener sexo. "La respuesta es la misma: si tenemos una relación, me tienes que dar cualquier cosa", asevera Wiseman.

En una encuesta telefónica de 2011, el Proyecto Pew sobre Internet y Vida Estadounidense encontró que 30 por ciento de los jóvenes que entran regularmente a Internet había compartido la contraseña con un amigo, novio o novia.

El sondeo, realizado entre 770 personas entre 12 y 17 años, también halló que es casi dos veces más probable que las chicas compartan a que los chicos lo hagan. Y en más de dos docenas de entrevistas, padres, alumnos y consejeros dijeron que la práctica ya se generalizó.

Entre tanto, en una columna reciente en el sitio web Gizmodo sobre tecnología, su editor, Sam Biddle señaló que compartir la contraseña es una parte primordial de intimidad en el siglo XXI, pero lo desaconsejó. "Conozco a bastantes parejas que comparten contraseñas y todas lo han lamentado", dijo Biddle en una entrevista, y agregó que la práctica incluye la idea implícita de destrucción mutuamente asegurada si alguno se comporta mal. "Es el tipo de simbolismo que siempre resulta mal".

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