Traidor y revolucionario

| Escritor, poeta y docente, el cubano René Fuentes, radicado en Uruguay, ha tomado a su país y a la Revolución -de la que, al mismo tiempo, toma distancia y aún se siente parte- como musa de sus obras.

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M.H.

Vino por primera vez a Uruguay en agosto de 1995. Hacía un frío enorme, "incomprensible", recuerda el escritor y poeta cubano René Fuentes Gómez. En esa ocasión llegó hasta Montevideo a brindar unos seminarios sobre cultura cubana y poesía. Sin embargo, también tenía el deseo íntimo de pasear, disfrutar y encontrar una manera de trabajar por un tiempo. "Hacer un poco de dinero y volver".

René Fuentes se define como un hombre del Oriente de Cuba, hijo de un padre campesino que estudió y se hizo médico veterinario con la Revolución y una maestra que se licenció estudiando mientras trabajaba y cuidaba a sus hijos. "Soy hijo de militantes comunes del Partido Comunista de Cuba; personas que dedicaron su vida a la Revolución cubana y que con esos mismos principios educaron a sus hijos".

Su padre falleció en 2001, después de muchos años enfermo. Quiso el destino -¿o la situación cubana?- que tres meses después de su entierro llegara a su casa una carta de invitación que su hijo René le envió, a través de otra persona, para que visitara Uruguay. En aquel entonces, tampoco le permitían a Fuentes ingresar a Cuba por lo que no pudo despedirse de su padre. "Mi madre, después de casi cuarenta años de trabajo, recibe una jubilación que no llega a los 15 dólares; ella sí luego pudo visitar Uruguay en dos ocasiones. Pero mi madre no se queja. De noche, sola en la casa que sus hijos le ayudamos a construir, se entretiene viendo la telenovela y las mismas películas que pasan por dos o tres canales estatales. No hay otros. Mi madre mece el grueso tiempo que le sobra en un balance de madera, su mueble más fiel".

-¿A qué edad se vino a Uruguay definitivamente y por qué?

-Tenía 25 años, ya me había divorciado de mi primera esposa. Fue un matrimonio que duró unos meses, pero nos dejó un hijo. Todo lo anterior y más está narrado en mi primera novela autobiográfica: Las trampas del paraíso (1996), que fue el primer libro que publiqué en Uruguay. Vine la segunda vez a eso, a publicar el libro. Durante el primer viaje, pocos días antes de regresar, conocí por casualidad a Edmundo Canalda, de Fin de Siglo. Él me preguntó si escribía narrativa; le dije que recién había terminado mi primera novela, me pidió el original para leerlo y se lo di. Le gustó y volví a Uruguay para publicarlo. Luego ese libro tan ingenuo como sincero, ágil y mal escrito me costó el exilio. El motivo o la justificación tangible, para mí, en ese momento, era que había escrito un libro sobre las miserias íntimas y públicas de la Cuba de entonces, pero enalteciendo el hedonismo y cierto dandismo de una parte de la juventud cubana que comenzaba a encontrar otras maneras de manifestar sus desencantos. También en ese libro hay un capítulo donde el protagonista sueña cómo muere Fidel Castro y cómo lo llevan maquillado y en una silla de ruedas, para que asista con su voz enfática a otro de sus incontables discursos. No lo escribí con intenciones rupturistas ni política; tampoco porque quería ser más rebelde que nadie.

-¿Qué aceptación tuvo ese libro en Uruguay, donde una buena parte de la población idealiza su país?

-Todo lo que decía era algo que contradecía el imaginario instalado que muchos tenían. No hay que olvidar que en octubre de 1995 Fidel visitó Montevideo y fue impresionante el recibimiento que tuvo. Yo estaba aquí y fui a verlo a la explanada de la Intendencia Municipal. Fui porque quería experimentar cómo era escuchar a Fidel fuera de Cuba. Aquel hecho me dejó un nudo enormes de reflexiones.

-¿Por qué un nudo?

-La primera reflexión fue por la admiración que aquella multitud le expresaba a Fidel y a la Revolución; parecía que desde aquí no se esperaban ni se pedían cambios en los procedimientos ni en los objetivos de la Revolución. La segunda fue comprender que aquí había un arraigo indiscutible de esa simbología en cadena que mi generación (y mis libros como parte de ella) quería y quiere transformar: Revolución-Cuba-Fidel. Sin embargo, aquí en Uruguay parecía que la mayoría de las personas allí presentes aceptaba de las palabras de Fidel el poder incorregible que continuaba imponiéndose en Cuba. Otra reflexión que rápidamente me sacudió mientras estaba allí fue la ovación prolongada que se impuso luego de las palabras "las conquistas del socialismo"; fue evidente que, aunque ya el socialismo europeo había terminado y el cubano estaba en una profunda crisis, para una parte de la ciudadanía uruguaya el socialismo era todavía una aspiración o un sistema que merecía ser recordado con elogios. Esto también lo interpreté como un apoyo fervoroso y un abrazo a distancia que una parte de la ciudadanía uruguaya daba a mis padres comunistas, a su generación, a mi familia. No a mí.

-¿Qué le generó todo eso?

-De una manera lenta, pero calladamente demoledora, empecé a sentirme traidor. Sin embargo, todavía me sentía revolucionario; a favor y en contra de esa Revolución con mayúscula, pero revolucionario por el sentido de la honestidad con que creía que debía escribirme y escribirse también conmigo otra perspectiva de Cuba. Por eso titulé ese libro Las trampas del paraíso, porque no podía dejar de pensar en las diferencias entre la imagen idílica que se respiraba todavía aquí de la Revolución-Cuba-Fidel en aquel discurso y en los ojos de quienes me rodeaban, diferente de mi experiencia diaria en un sistema social y político donde nací, crecí y viví durante casi 26 años.

-¿Qué sucedió entonces cuando sale el libro en Uruguay?

-Cuando el libro finalmente se publicó, yo estaba haciendo algunos trabajos en negro para sobrevivir y mis amigos acá eran gente de izquierda que rápidamente se ofendieron. El embajador cubano de entonces y las pocas personas que conocía del medio cultural uruguayo reaccionaron del mismo modo. No así el periodismo cultural uruguayo, que por lo general reconoció el valor literario del libro. Yo, sin embargo, comencé a enfrentarme a otro problema: tenía el permiso de salida vencido, pues había salido con un permiso oficial del Ministerio de Cultura cubano. Y aunque en la primera visita a Uruguay el trámite para la habilitación de la prórroga fue cuestión de un rato en la embajada, ahora, aunque llamaba todas las semanas o iba, no tenía respuesta.

-Tan así, ¿no buscaba inconscientemente no regresar a Cuba?

-Recuerdo que iba a entrevistas en los medios por el libro, y hablaba de Cuba pero no decía lo que me estaba pasando personalmente. Porque no quería problemas. No comprendía que el problema ya estaba en curso y que era inevitable. Así estuve algunos meses, esperando. Me quedé un tiempo en la casa de una novia que tenía, pero mi inestabilidad emocional y económica y mi preocupación por mi familia en Cuba me absorbían. Estaba perdido en un limbo interno y externo. Así que un día regresé a la pensión donde vivía antes y busqué otros trabajos en negro: una fábrica de zapatos y haciendo encuestas. En febrero de 1997 me cansé de esperar una respuesta de la embajada y pedí asilo político. Fui el primer cubano en pedir asilo político en Uruguay, también fui el primero a quien se lo negaron. No era un perseguido político: fue el argumento que me dieron. Tampoco me dieron la figura de refugiado. Pero cuando recibí estos fallos negativos, también ya tenía vencido el pasaporte. Así que tampoco podía irme a otro país. Cuba, o la embajada de Cuba en Uruguay, nunca me respondió. Sólo declaró que yo había pedido el asilo por mis vínculos políticos con el Herrerismo (lo cual era imposible, pues yo no tenía ni tengo ningún vínculo partidario) y que podía regresar a Cuba. En fin, desde su punto de vista, yo era otro cubano al servicio de intereses espurios. Y en verdad yo estaba tan solo y desesperado que hasta perdí los únicos lentes que tenía y no tenía dinero para comprarme otros. Todo eso y más lo narré luego en La ida por la vuelta (1998) y en El mar escrito (2006); dos novelas autobiográficas más donde "saqué" otras etapas de mi vida a través del personaje Rebobinato Rebobinado.

-¿Cómo es que ahora tiene la residencia uruguaya?

-Después de muchas vueltas e investigaciones, pude sacar una cédula provisional, luego la residencia temporal, luego la residencia definitiva y después de aportar varios años al BPS, obtuve la ciudadanía legal uruguaya. Esta rápida enumeración me costó un periodo de muchos años, otro divorcio, nuevos amigos ganados y otros perdidos, la muerte de mi padre sin permiso para volver a su funeral. Una necesidad visceral que me impuso escribir más de una docena de libros en pocos años. Mi reencuentro con mi pasión por la docencia a través de mi trabajo como docente de redacción en la Universidad ORT, donde trabajo hace 13 años. Mi dedicación parcial a la redacción periodística cultural durante varios años primero, y a la corrección y a la edición ahora. Otro matrimonio con mi actual esposa desde hace 7 años y el nacimiento de mi hija uruguaya.

-En definitiva, ¿cuándo salió de Cuba no sabía que era casi para siempre?

-No, no sabía cuando salí de Cuba que pediría asilo en Uruguay ni en otra parte. Pero hoy creo que eso no importa. Es decir, pasó lo que de todos modos iba a pasar: tenía que enfrentarme a mis actos y a mis palabras escritas; asumirlas como parte de mí, no esquivarlas más. Por eso creo que se debe escribir por encima del miedo y de las malas consecuencias. Se debe escribir por un verdadero placer. Porque escribir es como el deseo sexual: uno es honesto con lo que disfruta o no lo es con nada verdaderamente. De lo contrario no vale la pena escribir, y se nota.

Dos pueblos muy atentos al pasado

-¿Qué es lo que más extraña de Cuba, fuera de familiares y amigos?

-Bayamo, la ciudad donde nací y viví mi infancia en un barrio muy pobre. También extraño siempre el mar y la levedad que, como isleño, a veces percibo allá en el peso de mi cuerpo y en la claridad de la luz.

-¿Y qué no extraña para nada?

-No extraño nunca el abuso del poder, la obediencia por conveniencia, el desprecio a la inteligencia de quien piensa diferente a quien manda. No extraño que me pidan en la calle el carné de identidad o ser reclutado a la fuerza para un ejército, y perder mi trabajo y dos años de mi existencia personal y creativa. Tampoco extraño a los Comités de Defensa de la Revolución y su vigilancia cuadra por cuadra. Pero sí extraño el sentido trascendente que como personas y como país nos dio a muchos cubanos la Revolución; cuando tenía sentido nacer en ella y crecer con ella.

-¿Encuentra similitudes entre los cubanos y los uruguayos?

-Nos parecemos más en un defecto bueno y en otro malo. El bueno es que en ambos sobrevaloramos mucho nuestra historia nacional; eso es gratificante y preserva esa forma de memoria colectiva. El defecto negativo es que a ambos les cuesta ser más pragmáticos. El pasado nos ocupa demasiado tiempo. También los dos países tienen una relación excepcional con la política. Pero nos cuesta ser ciudadanos del presente, y útiles y dúctiles para el bien común, sin sacrificar la independencia de criterios, por supuesto.

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