Jenny Anderson, The NEw York Times
Pasi Sahlberg, un educador y escritor finlandés, lanzó una pregunta simple a los estudiantes de los últimos años de un liceo en Manhattan a quienes se dirigió a comienzos de diciembre: "¿Quién de ustedes quiere ser maestro?"
De una clase de 15, solo dos manos se levantaron y una de ellas no parecía muy convencida.
"En mi país, hubiera conseguido el 25 por ciento", dijo Sahlberg. "Y la reacción hubiera sido más tirando a así", agregó, sacudiendo la mano con entusiasmo.
En Finlandia, contó después en una entrevista, un maestro promedio pasa cuatro horas al día en el aula y se les paga para que dediquen dos horas más por semana a su desarrollo profesional. En la Universidad de Helsinki, donde enseña Sahlberg, 2.400 personas compitieron el año pasado por 120 vacantes en el (totalmente subsidiado) programa de maestría para maestros de escuela. "Es más difícil entrar en la carrera de maestro que en Derecho o Medicina", dijo.
Sahlberg ubica la alta calidad de los maestros finlandeses como una de las principales razones del éxito de la educación en Finlandia.
A comienzos de diciembre, Sahlberg fue el principal orador en una conferencia sobre educación en Chicago. También estuvo en Washington para la fiesta de presentación de su último libro Finnish Lessons: What Can the World Learn From Educational Change in Finland? ("Lecciones finlandesas: ¿Qué puede aprender el mundo del cambio educacional en Finlandia?"), que convocó a funcionarios de la Casa Blanca y el Congreso de Estados Unidos.
Desde que Finlandia -un país de cinco millones y medio de habitantes donde la educación formal no comienza hasta los siete años y se desdeña la tarea en casa y los exámenes hasta bien entrada la adolescencia- se colocó al tope de un muy respetado test internacional de matemáticas, ciencia y lectura en 2001, ha sido objeto de adoración entre los educadores y formadores de políticas en Estados Unidos.
Pero la Finlandiafilia solo tomó vuelo cuando ese país se ubicó cerca del tope de nuevo en 2009, mientras que Estados Unidos se colocó 15 en lectura, 19 en matemáticas y 27 en ciencia.
La embajada finlandesa en Washington organiza seminarios con convocatorias como "¿Por qué los niños finlandeses son tan inteligentes?" y organiza viajes a Finlandia para periodistas especializados en educación ansiosos por ver esa realidad con sus propios ojos. En Helsinki, el ministerio de Educación recibe anualmente un centenar de delegaciones oficiales de 40 países desde 2005. Las escuelas locales solían valorar esa atención, cocinando pasteles y ofreciendo shows de danzas folklóricas a los extranjeros, dijo Sahlberg, pero hoy el enamoramiento de los visitantes es visto como una distracción nacional.
Los críticos del sistema dicen que Finlandia es irrelevante como laboratorio para los Estados Unidos. Tiene una economía minúscula, una baja tasa de pobreza, una población homogénea -5% es extranjero- y fundamentos socialistas entre los que, por ejemplo, está eso de que las multas de tránsito son calculadas de acuerdo con los ingresos.
Su sistema escolar tiene aproximadamente la misma cantidad de maestros que la ciudad de Nueva York, pero mucho menos estudiantes: 600.000, contra 1,1 millones.
Los estudiantes finlandeses hablan finlandés y sueco y, generalmente, inglés. Patrick F. Bassett, director de la National Association of Independent Schools, con sede en Washington, un fanático de lo que hace Finlandia, dijo que una de las cosas que aprendió en sus viajes al país escandinavo fue que el ciudadano promedio retira anualmente unos 17 libros de la biblioteca.
"Hay cosas que hacen bien", dijo Mark Schneider, vicepresidente de American Institutes for Research, "pero no estoy seguro de cuántas lecciones son transferibles a Estados Unidos". Frederick M. Hess, director de estudios de política educativa en el American Enterprise Institute, afirmó que la Finlandiafilia estaba "totalmente mitificada" y "fuera de toda proporción".
Modelo de exportación. Pero Linda Darling-Hammond, una profesora de educación en Stanford, dijo que Finlandia podía ser un excelente modelo para algunos estados, y observó que tiene el tamaño de Kentucky, por ejemplo.
"Que tengamos más heterogeneidad racial, étnica y económica, y que tengamos un gran problema de pobreza, no debería significar que no queremos maestros calificados; las estrategias se vuelven aún más importantes", dijo Darling-Hammond. "Hace 30 años, el sistema de enseñanza finlandés era un verdadero desastre. Era bastante mediocre y realmente muy desigual. Tenían muchas características de nuestro sistema incluyendo una plantilla de maestros muy irregular. Y sin embargo, lograron relanzar todo el sistema".
Tanto Darling-Hammond como Sahlberg coinciden en que un punto de inflexión fue la decisión del gobierno, en 1970, de exigir que todos los maestros tuvieran títulos de posgrado, y pagar para que los consiguieran.
El salario más bajo de los maestros de escuela en Finlandia (de los cuales el 96% está afiliado al sindicato), era de unos 29 mil dólares en 2008, según cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Y en Estados Unidos era de unos 36 mil dólares.
Finlandia desprecia casi todos los exámenes estandarizados antes de los 16 años y desalienta mandar deberes domiciliarios. Se lo considera una violación de los derechos de los niños a ser niños. Por eso la escolarización empieza a los siete años, dijo Sahlberg.
"Los primeros seis años de educación no pasan por el éxito académico", detalló. "No medimos a los chicos para nada. Se trata de estar preparados para aprender y encontrar lo que les apasione".
Sahlberg -que tiene 52 años, es funcionario del Ministerio de Educación y ex maestro de matemáticas- escribió 15 libros, el último, que vendió su primera edición en una semana, para atender el abrumador interés por el sistema educativo de su país.
No pretende inculcar que el camino de Finlandia sea el mejor, aclaró, lanzando advertencias sobre cualquier intento de importar ideas al pie de la letra y luego esperar los mismos resultados. "No intenten aplicar cualquier cosa", dijo a los maestros de Dwight, un colegio del Upper West Side de Manhattan. "No funcionará, porque la educación es un sistema demasiado complejo".
Más allá de los maestros de alta calidad, Sahlberg habló de la influencia luterana en Finlandia, la casi religiosa adhesión a la igualdad de oportunidades y una decisión tomada en 1957 que exigió emitir con subtítulos los programas extranjeros como ingredientes clave para el éxito.
Enfatizó que el suceso finlandés es el de la educación básica, de los 7 a los 16 años, cuando el 95% va a escuelas secundarias o vocacionales. "El objetivo primario de la educación es servir como instrumento para la igualdad en la sociedad", dijo.
Para Sahlberg otra razón por la que funcionó el sistema fue que "sólo los peces muertos siguen la corriente", un dicho finlandés.
Finlandia está yendo contra la marea del "movimiento de reforma educacional global", basado en temas centrales, competencia, estandarización, seguimiento a través de exámenes y contralor.
"Las políticas de educación estadounidenses están siempre escritas para ser `el mejor` o `el que está arriba o el que está abajo", dijo Sahlberhg. "Nosotros no somos así. Queremos ser mejores que los suecos. Con eso es suficiente".