El nuevo desorden

En su nuevo libro, Civilización, el historiador inglés Niall Ferguson reflexiona sobre el fin de las guerras entre civilizaciones y una amistad por conveniencia llamada Chimérica.

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Niall Ferguson (*)

El desplazamiento del centro de gravedad mundial de Occidente a Oriente implica un futuro conflicto? En un fundamental ensayo, Samuel Huntington predecía que el siglo XXI estaría marcado por un "choque de civilizaciones", en el que Occidente se vería enfrentado a un Extremo Oriente "sínico" y un Gran Oriente Próximo musulmán y quizá también a la civilización ortodoxa del antiguo Imperio ruso. "Los principales conflictos de la política global -escribía- ocurrirán entre naciones y grupos de diferentes civilizaciones. El choque de civilizaciones dominará la política global. Las líneas de falla entre civilizaciones serán de las líneas de batalla del futuro". Tras su publicación se plantearon numerosas objeciones a esta predicción. Sin embargo, parece ser una mejor descripción del mundo posterior a la guerra fría que las teorías rivales que Huntington descartó: que habría "un solo mundo posthistórico (o neoconservador) bajo el liderazgo estadounidense; o una, más realista, contienda general entre casi 200 estados-nación, o simplemente una absoluta "apolaridad" también conocida como caos.

Sin embargo, el modelo de Huntington tiene un gran defecto: como profecía -hasta el momento- , no ha logrado materializarse. Huntington sostenía que "los conflictos entre grupos de civilizaciones distintas serán más frecuentes, más sostenidos y más violentos que los conflictos entre los grupos de la misma civilización". Pero no ha sido ese el caso. Desde el final de la Guerra Fría no ha habido ningún aumento de la guerra entre civilizaciones. Ni tampoco las guerras entre miembros de civilizaciones distintas parecen durar más que otros conflictos. La mayoría de las guerras de las últimas dos décadas han sido guerras civiles, pero solo una minoría de ellas se han adecuado al modelo de Huntington. Casi siempre las guerras del Nuevo Desorden Mundial se han librado entre grupos étnicos dentro de una de las civilizaciones de Huntington. Para ser más exactos: de los 30 grandes conflictos armados todavía vigentes o que hacía poco había habían terminado en 2005 -12 años después de la publicación del ensayo original de Huntington, sólo nueve podrían considerarse que se libraban en cierto sentido entre civilizaciones, en cuanto que un bando era predominantemente musulmán y el otro no musulmán. Diecinueve eran en esencia conflictos étnicos; los peores, las guerras que siguen acosando África Central, seguidas por las guerras del Gran Oriente Próximo, donde la inmensa mayoría han sido musulmanes muertos a manos de otros musulmanes. Asimismo, muchos de los conflictos que tienen una dimensión religiosa son también conflictos étnicos; a menudo la afiliación religiosa tiene que ver con el éxito local de los misioneros en el pasado relativamente reciente que con la pertenencia desde antiguo a una civilización cristiana o musulmana. Parece más probable, pues, que el futuro traiga múltiples guerras locales -la mayor parte de ellas, conflictos étnicos en África, el sur de Asia y Oriente Próximo- antes que una colisión global de civilizaciones. De hecho, esas tendencias centrífugas podrían acabar por desarticular las propias civilizaciones identificadas por Huntington. En suma, donde dice "choque de las civilizaciones" debe leerse "disloque de las civilizaciones".

En el exitoso video juego Civilization, creado por Sid Meier en 1991 y actualmente en su quinta versión, los jugadores pueden elegir entre 16 civilizaciones rivales, desde la estadounidense hasta la zulú. El reto consiste en "construir un imperio que resista la prueba del tiempo" en competencia con otros cuyo número oscila entre dos y seis. Hoy se puede ganar el juego de una de estas tres formas: si se llega al final de la era moderna con la puntuación más alta, si se gana la carrera espacial llegando al sistema estelar de Alfa Centauri, o si se destruye a todas las demás civilizaciones. Pero, ¿es así realmente como funciona el proceso histórico? La civilización occidental, en la forma de las monarquías y repúblicas de la Europa occidental, destruyó o subyugó de hecho a casi todas las demás civilizaciones del mundo más o menos a partir de 1500. Sin embargo, gran parte de ello se logró con un mínimo de conflicto directo, al menos en comparación con el número y la escala de la guerras que las propias potencias occidentales libraron mutuamente. El estancamiento económico y la marginación geopolítica de China fueron consecuencia, no de las guerras del opio, sino de una prolongada esclerosis interna inherente al sistema de cultivo de Extremo Oriente y al sistema de gobierno imperial. La retirada del Imperio Otomano del continente europeo, y su declive de gran potencia a sociedad "enferma", se debió sólo superficialmente las derrotas militares, ya que dichas derrotas se debieron a su vez a una incapacidad crónica de participar en la revolución científica. No hubo ningún conflicto a gran escala entre las civilizaciones americanas del norte y del sur; la primera simplemente fue superior a nivel institucional da la segunda, y pronto adquirió los medios para intervenir a voluntad en los asuntos del sur. Del mismo modo las guerras libradas por los imperios europeos en África fueron trivialmente pequeñas comparadas con las guerras entre sí en la propia Europa. La subyugación de África fue un logro de la escuela misionera, la oficina de telégrafos y el laboratorio tanto como de la ametralladora Maxim. La revolución industrial y la sociedad de consumo no tuvieron que imponerse a los países no occidentales; si tenían un mínimo de sentido común, las adoptaban a ambas voluntariamente, como hicieron los japoneses. En cuanto a la ética del trabajo esta se difundió hacia el este, no por la espada, sino por la pluma; sobre todo, gracias a la importante mejora de la sanidad y la enseñanza públicas alcanzadas a mitad del siglo XX.

Es desde esta perspectiva como debemos entender el auge de China en nuestro tiempo. Pese a la frecuentemente manifestada preferencia china por un "ascenso tranquilo", algunos analistas ya detectaron los primeros signos del choque de civilizaciones de Huntington. A finales de 2010, la reanudación de la atenuación cuantitativa por parte de la Reserva Federal estadounidense pareció provocar una guerra monetaria entre Estados Unidos y China. Si "los chinos no toman medidas" para poner fin a la manipulación de su moneda -declaraba en Nueva York el presidente Obama en setiembre de ese año- tenemos otros medios de proteger los intereses de Estados Unidos". El primer ministro chino, Wen Jiabao, no tardó en responder: "No sirve de nada presionarnos por el tipo del renminbi...Muchas de nuestras empresas de exportación tendrían que cerrar, los trabajadores inmigrantes tendrían que regresar a sus aldeas. Si China experimentara turbulencias sociales y económicas, sería un desastre para el mundo". Tales batallas dialécticas, sin embargo, no reivindican a Huntington, más de lo que pudieran hacerlo los ocasionales incidentes navales sino-americanos o las disputas diplomáticas sobre Taiwán o Corea del Norte. Eran, de hecho, una forma de ying xi, el teatro nacional chino de marionetas de sombras. la verdadera guerra monetaria se libraba en "Chimérica" -las economías unidas de China y Norteamérica- y el resto del mundo. Si Estados Unidos imprimía dinero, mientras China seguía en la práctica vinculando su moneda al dólar, ambas partes se beneficiaban, mientras que los perdedores serían países como Brasil e Indonesia, cuyos tipos de cambio reales ponderados se apreciaron entre enero de 2008 y noviembre de 2010, respectivamente, en un 18% y un 17%.

Sin duda, Chimérica ya ha dejado atrás sus días de esplendor; como matrimonio económico entre un despilfarrador y un ahorrador está mostrando todos los signos de haber tocado fondo. Con la producción de China a mediados de 2010 en torno a un 20% por encima de su nivel previo a la crisis, y la de Estados Unidos todavía un 2% por debajo parece claro que la simbiosis ha resultado más beneficiosa para el acreedor que para el deudor. Los políticos estadounidenses repiten el mantra "ellos nos necesitan a nosotros tanto como nosotros a ellos" y menciona la famosa frase de Lawrence Summers sobre "la destrucción financiera mutuamente asegurada". Ignorantes de ello, los líderes de China ya tienen un plan para liquidar a Chimérica y reducir su dependencia de la acumulación de reservas en dólares y las exportaciones subvencionadas. Este no es tanto un plan para dominación mundial según el modelo del imperialismo occidental, sino una estrategia para restablecer China como "Reino del Medio", el Estado tributario dominante en la región Asia-Pacífico. Si hubiera que resumir la nueva gran estrategia de China, el mejor modo de hacerlo podría ser definiéndola, a la manera de Mao, como los "Cuatro Mases".

1. Consumir más.

2. Importar más.

3. Invertir más en el extranjero.

4. Innovar más.

En cada caso, un cambio de estrategia económica promete ofrecer un jugoso dividendo geopolítico.

EL LIBRO

Civilización. Occidente y el resto de Niall Ferguson. Debate. Distribuye Random House. 690 pesos. La pregunta que se hace Ferguson en este libro es "¿qué permitió a la civilización de Europa occidental dominar a sus aparentemente superiores vecinos orientales?". Así, Ferguson viaja por el mundo buscando datos e historias para explicarlo.

Niall Ferguson es catedrático de Historia en la universidad de Harvard y profesor de la universidad de Oxford. Es uno de los historiadores más reconocidos -y más mediáticos- de la actualidad al que Time consideró una de las 100 personas más influyentes del mundo. Tiene una columna semanal en la revista Newsweek, que es reproducida, con frecuencia no muy fija, en las contratapas de este suplemento.

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