Invasión de las medusas

Considerados los últimos territorios vírgenes del planeta, los mares están cambiando y no parece que para bien. El mundo está alterado en las profundidades pero nadie parece querer darse cuenta.

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CALLUM ROBERTS

Como todos los niños del mundo, mis hijas aman a las tortugas. A la vez extrañas y graciosas, nos conectan con el mundo de hace 15 millones de años, cuando tortugas muy similares nadaban junto a tiburones de dientes de sable, o 75 millones de años atrás, cuando se codeaban con dinosaurios. Sólo ocho especies de tortugas marinas sobreviven de un linaje que llega hasta la era de los dinosaurios. El reptil más grande vivo es la tortuga laúd, una eminencia incrustada de cirrípedos que puede llegar a medir tres metros y pesar dos toneladas. Hoy nos enfrentamos a la escalofriante posibilidad de que la tortuga laúd se extinga en la próxima generación humana. En el Pacífico queda solo una de cada 20 que había en 1962.

El dominio humano sobre la naturaleza finalmente llegó al mar.

Los océanos han cambiado más en los últimos 30 años que en toda la historia. En la mayoría de los lugares, los mares perdieron hasta 75% de su megafauna -ballenas, delfines, tiburones, mantarrayas y tortugas- a medida que se expanden la pesca y la caza en todo el planeta. A fines del siglo XX, casi nada por encima de los 900 metros quedó al margen de la pesca comercial. En algunos lugares ya se pesca a 3.000 metros de profundidad.

¿Por qué, frente a tan amplia evidencia de impacto humano, hay tanta gente que insiste en que los océanos siguen siendo salvajes y están más allá de nuestra influencia? La respuesta radica en parte en lo progresivo del cambio. Las generaciones más jóvenes a menudo desdeñan de los cuentos de los viejos tiempos, rechazando esas historias en favor de las cosas que han experimentado. El resultado es un fenómeno por el que damos por sentadas cosas que se veían como inconcebibles dos generaciones atrás.

Loren McClenachan, una graduada de la Scripps Institution of Oceanography, encontró un ejemplo esclarecedor en los archivos de la Biblioteca del Condado Monroe en Florida: fotografías de pescadores y sus presas en Key West hechas por una compañía de turismo de pesca entre 1950 y 1980. En la década de 1950, la mayoría de las presas eran enormes meros y tiburones. Con el paso de los años, los peces se encogieron y los meros y los tiburones dejaron lugar a pargos y roncos, pero las sonrisas en los rostros de los pescadores eran tan amplias como en la década de 1950. Los turistas actuales no tienen idea de que algo ha cambiado.

Con la única excepción de salmón de Alaska, que ha sido bien manejado, o las lubinas, que han experimentado un resurgimiento gracias al pastoreo, la mayoría de las especies que nos gusta comer se han desplomado desde sus máximos históricos. El salmón de Puget Sound está escaseando. El pargo, la anchoa y la lubina están sobreexplotadas, mientras que la cantidad de meros y capelanes es muy inferior a la del siglo XIX. En 2010, una cuarta parte de las poblaciones de peces comerciales evaluadas en Estados Unidos se consideraban sobreexplotadas, lo que significa que están por debajo de los niveles objetivos, y muy por debajo de sus máximos históricos. Pero esto obvia la dimensión real del problema. La sobrepesca es solo una pieza de un rompecabezas.

Tiramos contaminantes químicos e industriales en nuestros ríos y océanos, sin medir las consecuencias y el experimento con gases invernadero está gradualmente infectando las profundidades oceánicas, cambiando la química marina, impactando en los niveles de temperatura y oxígeno, y cambiando los patrones de las corrientes submarinas con consecuencias dramáticas. El camino en el que vamos empuja a los ecosistemas oceánicos al borde de su viabilidad. Pocos entienden la gravedad de la situación.

Comencé mi carrera estudiando los peces de los arrecifes de coral. Treinta años después, los peces están en el corazón de mi investigación, pero mi mirada se ha expandido a un interés mucho más amplio: la relación entre las personas y el mar. Los científicos son especialistas y dedican sus vidas a investigar dentro de campos estrechos. La gestión de la contaminación se separa de la de la pesca, que a su vez, rara vez es considerada en el mismo lugar que la navegación o el cambio climático. Eso significa que esos impactos son discutidos aisladamente y por diferentes personas. Pero la visión del conjunto es mucho más alarmante que la suma de sus partes.

¿Cómo será el futuro? Es difícil aventurar la perspectiva con mares tan comprometidos que ya ni consiguen sostener procesos ecológicos que dábamos por sentados y de los cuales dependen nuestro confort, placer y quizás hasta nuestra propia supervivencia.

En las primeras épocas de las exploraciones europeas por mar, las áreas inexploradas de los océanos eran marcadas en los mapas como "Mare Incognitum" (o "Aguas Desconocidas"). La verdad es que estamos aventurándonos, una vez más, en esa clase de mares.

Los océanos han absorbido aproximadamente 30% del dióxido de carbono emitido por la actividad humana desde épocas pre-industriales, principalmente el consumo de combustible en base a fuentes fósiles, la urbanización y la agricultura y la producción de cemento. Si las emisiones de dióxido de carbono no se limitan, la acidez de los océanos aumentará 150% para 2050. Eso significaría el crecimiento más rápido en 20 millones de años -quizás en 65 millones de años- lo que nos ubicaría en la era de los dinosaurios. Como dijo Carol Turley, una experta en acidez oceánica: "El actual crecimiento en acidez oceánica no solo no tiene precedentes en nuestras vidas. Es un hecho raro en toda la historia del planeta".

Los efectos de una creciente acidez en las aguas son complicados de prever. Por lo menos, será muy difícil para las especies con caparazones de carbonato, entre las que están algunos de los principales productores primarios de los mares. Como el fitoplancton, que sostiene cadenas alimenticias y produce oxígeno. Cualquier caída en la reproducción de plancton reduciría la cantidad de residuos orgánicos que baja desde las capas iluminadas por el sol hasta las profundidades del mar. Especies que habitan en grandes profundidades sobreviven gracias a esas migajas que caen desde arriba. Sin eso, la población disminuiría.

La acidez en los océanos es solo parte del problema. La presencia de nutrientes que llegan de los cultivos en tierra en forma de fertilizantes y aguas servidas en combinación con un aumento de las temperaturas, han disparado una explosión de zonas muertas, áreas con poco oxígeno donde pocas especies pueden sobrevivir. Las zonas muertas suelen encontrarse en las bocas de los grandes ríos como el Mississippi o zonas costeras populosas o en mares interiores. Y, a pesar de su proliferación, los mares del futuro no estarán sin vida. Hay ganadores y perdedores.

Las medusas, por ejemplo, son grandes oportunistas, y algunos científicos temen que grandes porciones de los mares productivos se vuelvan imperios de medusas. Las aguavivas progresan en mares ganados por la polución. Con alimentación ilimitada pueden alcanzar el tamaño adulto rápidamente. Con sus punzantes tentáculos, son formidables depredadores. Y la mayoría de los animales que los tienen en su dieta pasan por etapas de huevo, larva o cachorros y se vuelven presas de las medusas. Ese pasaje de presa a depredador rara vez se ve en tierra. En el mar, sin embargo, tienen efectos sorpresivos. El oceanógrafo estadounidense, Andrew Bakun, invita a imaginar un mundo en el que cebras y antílopes se vuelven voraces depredadores de leones. ¿Cómo se vería el Serengeti si pasara algo así?

Cuando abundan, las medusas suprimen sus depredadores comiéndose a sus crías y así allanan el camino para una explosión demográfica. Balnearios del Mediterráneo han sufrido plagas de medusas en los últimos 20 años. La especie más problemática es la pelagia noctiluca cuyos tentáculos producen dolorosas irritaciones en los tiernos cuerpos de los bañistas. En el verano de 2004, unos 45 mil bañistas fueron atendidos por picaduras en Mónaco. En 2007, las granjas de salmón irlandés se vieron desbordadas por hordas de pelagia noctiluca y decenas de miles murieron por su abrazo mortal. Masacres similares han sido reportadas en Japón, India y Maryland.

Si el alimento escasea, las medusas no mueren, sino que se contraen y esperan hasta que las condiciones mejoren. Los océanos alterados que acechan nuestro futuro ofrecen un mundo de oportunidades de medusas. Han estado aquí antes. Huellas enigmáticas en las rocas del Cámbrico temprano, hace unos 550 millones de años, hablan de una era de medusas que precedió a la gran radiación de la vida que estableció la mayoría de los animales vivos de hoy. La reaparición moderna de mares dominados por estos gelatinosos animales, microbios y algas ya ha sido apodada "el auge de la baba". Son una prueba de un retroceso hacia las condiciones que prevalecieron en los primeros días de la vida multicelular.

Estamos viviendo un tiempo prestado. No podemos engañar a la naturaleza tomando más de lo que se produce indefinidamente, no importa cuánto lo deseen los políticos o los capitanes de la industria. En esencia, lo que hemos hecho en las últimas décadas es depredar. Los tiburones, el atún rojo, el bacalao, la lubina chilena, todos son víctimas de la pesca excesiva. El precio que se debe pagar por la rapacidad de hoy será la escasez de mañana, o en algunos lugares, los mares sin peces. Eso podría pasar en 40 o 50 años.

La mayoría de las personas no son conscientes de que algunas de las especies que aparecen en la pescadería, simplemente no van a estar más. Crecen y se reproducen muy lentamente. La mayoría de los tiburones y las mantarrayas más grandes entran en esa categoría. Se los atrapa porque están ahí y, cuando no haya más, desaparecen de los mercados. Hay buenas razones por las que criamos animales de granja que son altamente productivos, como los pollos y las vacas, en lugar de osos y pumas. Pero nos acostumbramos a comer a los osos y a los pumas del mar.

Si seguimos así, la humanidad tendrá un futuro negro e incierto. Cuanto más fertilizante y aguas residuales tiremos en los océanos, eso aumentará la frecuencia de crecimientos de algas dañinas, intensificará la reducción de oxígeno, creará zonas muertas de mar , y sentará las bases para el ascenso de las medusas.

La expansión de la acuicultura se comerá a los hábitats naturales y agravará los problemas del exceso de nutrientes. Una agricultura más intensa y suelos degradados verterá el barro extra en las aguas costeras, lo que destruiría hábitats sensibles construidos por invertebrados como los corales. Con la desaparición de estos viveros vitales, las pesquerías naturales se verán afectadas, y habrá menos zonas de alimentación para las aves migratorias. Y si nos mantenemos aferrados a todas las comodidades que la tecnología moderna nos puede dar, y si esas comodidades siguen siendo tan inútiles como lo son hoy, los océanos seguirán acumulando las sustancias tóxicas.

(Traducción: F.R.C./F.M.)

EMINENCIA OCEÁNICA

Callum Roberts es un científico marino y conservacionista en la universidad de York en Inglaterra. Es una eminencia en su campo. Ha estudiado el gran impacto de la pesca industrial en los ecosistemas marinos y sus libros son advertencias de que no se está por el buen camino.

EL LIBRO

El texto de estas páginas es un fragmento de The Ocean of Life, el nuevo libro de Callum Roberts publicado por Newsweek. No existe traducción al español. En Amazon sale 19,40 dólares.

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