Quedar afuera

Doce barrios de Montevideo concentran los peores índices de educación, pobreza y acceso a necesidades básicas. Eso hace una diferencia insalvable con el resto de la sociedad.

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Eloísa Capurro

El padre Leonel Burone todavía recuerda cómo era la escuela pública cuando era niño, hace 30 años. "Estábamos todos. Y ni siquiera sabíamos si este era de aquí o de allá. Había un modelo integrador", dice. Era, en definitiva, la escuela ideada por José Pedro Varela, en donde en el mismo banco y con la misma túnica se juntaban el hijo del médico con el del mecánico.

Pero esa no es la realidad que hoy Burone ve desde la dirección del Movimiento Tacurú, una ONG asentada en Casavalle y que brinda oportunidades educativas y laborales para 1.400 niños y adolescentes de barrios periféricos. "Estos muchachos se sienten agredidos, estigmatizados", dice. "Cuando van a buscar un trabajo, ser de determinado barrio, hablar de determinada manera y tener determinado aspecto les cierra puertas laborales".

No es el único lugar de Montevideo en donde pasan estas cosas. Según datos del Observatorio Montevideo de Inclusión Social de la ONG El Abrojo, hay 12 barrios de la capital donde los índices de educación, pobreza y acceso a necesidades básicas (vivienda, luz, saneamiento, por ejemplo) están a niveles dramáticos. Es el territorio de los excluidos. De aquellos que cada vez están más lejos del resto de la sociedad. Y la exclusión, hasta ahora, es un camino sin retorno.

En las cercanías de la sede de Tacurú (por Aparicio Saravia e Instrucciones), calcula Burone, viven 45.000 personas. Y hay apenas tres escuelas y dos liceos. Por las mañanas, dice el sacerdote, las paradas de ómnibus se llenan de gente que sale a trabajar. Esperan, seguramente, el 405, uno de los pocos ómnibus que pasan por allí. Saneamiento hay. Aunque por Aparicio Saravia, los asentamientos y los ranchos se intercalen con las casas (precarias) de material.

Uno de los curriculum que llegó a las manos de Burone, y que presentó uno de los 500 jóvenes que participan de proyectos de inserción laboral, daba como dirección "Avenida Italia". Pero el número de teléfono tenía la característica de Casavalle. Era un muchacho de la zona que había preferido poner, como si fuera propia, la casa de su pareja. "Su carta de presentación tenía que decir que vivía en Avenida Italia porque ya había tenido la experiencia que presentando dónde vivía, se le cerraban puertas", dice.

"Hoy hay un endurecimiento del núcleo duro de la exclusión. Un endurecimiento del grupo excluido más persistente", dice el sociólogo de El Abrojo, Gustavo Leal. Un fenómeno que, además, no es nuevo y viene haciéndose cada vez más progresivo desde la década de 1990. (ver entrevista).

Así, en Casavalle hay 60,2% de personas entre 17 y 69 años que tienen menos de nueve años de educación completa (es decir que terminaron Primaria, pero no el Ciclo Básico), según datos elaborados por el El Abrojo en base a la Encuesta Continua de Hogares 2009-2010 del Instituto Nacional de Estadística (INE). Es el barrio que tiene el índice más alto (Casabó, por ejemplo, tiene un 53,2% y Tres Ombúes un 50%). Y aunque en Casavalle la pobreza bajó un 13,8% de 2006 a 2009, igual sigue en el 65,4% de la población del barrio.

Por otro lado en Pocitos apenas un 4,2% de las personas entre 17 y 69 años tienen menos de nueve años de educación completa; es el barrio con el índice más bajo. Allí la pobreza es de apenas un 1,2%. En Carrasco y Punta Gorda, por ejemplo, la cifra es de apenas 1,1%; es la zona con el indicador más bajo. Así Montevideo se va partiendo en barrios con indicadores europeos y otros que se parecen a los países más pobres del tercer mundo.

"Que la segregación se territorialice implica que las personas que viven en determinado territorio cada vez son más parecidas entre sí y menos parecidas a otras de otro lugar", dice Leal. Es aquello de cruzarse solo con "gente como uno". Y determina que, por ejemplo, las escuelas públicas dejen de ser el ámbito democratizante e integrador que Varela una vez ideó.

LEJOS DE TODO. "Hay que medir la pobreza de una forma multidimensional para medir las exclusiones", dice Juan Pablo Labat, director de Evaluación y Monitoreo del Ministerio de Desarrollo Social (Mides). "No solo los ingresos, sino las necesidades básicas insatisfechas. Hay hogares que son pobres de las dos maneras: por ingresos y por necesidades básicas insatisfechas".

El problema es que en el área metropolitana la exclusión está territorialmente afincada. Y eso también lo saben en el Mides. De hecho, en base a datos del INE, la cartera elaboró un mapa de la pobreza en Montevideo. Quedó bastante similar al listado de El Abrojo. En barrios como Casabó, Nuevo París, Casavalle, Manga o los Bañados de Carrasco la incidencia de la pobreza (cercana al 40%) es mayor que lo que puede verse en el resto de la ciudad (menos de 25%).

Luego el Mides midió el nivel de hacinamiento, los materiales de la vivienda y el acceso a servicios básicos como salud, educación, agua potable y electricidad en la ciudad. En las mismas nueve zonas donde se concentra la pobreza, están los mayores índices de necesidades básicas insatisfechas. Allí está la exclusión (ver recuadro en página 5). "Cuando salimos a buscar gente que precisara tarjetas (de alimentación) no salimos de forma aleatoria", dice Labat.

Esos indicadores repercuten, por ejemplo, en la educación. Semanas atrás el director general de Primaria, Óscar Gómez, señaló a Qué Pasa que se comenzaría a realizar un censo de talla, peso y prevalencia de anemia entre los niños que asisten a las escuelas públicas. Habían notado que todavía se sufrían los estragos de la crisis económica. "Tenemos en nuestras aulas lo que llamamos la generación de 2002", dijo Gómez. "La subalimentación, el embarazo sin cuidado y la malnutrición llevó a que hoy tengamos alumnos que vienen con un handicap negativo muy fuerte", dijo.

Por ahora el fenómeno de la territorialización de la pobreza se da solo en el área metropolitana. Pero ya hay algunos signos en otros grandes polos del interior. Maldonado, que comenzó a rodearse de asentamientos como el Kennedy, es un ejemplo. "Un emprendimiento tipo Botnia te puede producir eso en Río Negro, a escala mucho más chica", dice Labat. "El único cantegril, de situación de pobreza extrema concentrada y segregada en términos territoriales en Colonia fue un coletazo de la idea del puente Colonia-Buenos Aires".

Y si bien planes como el Plan de Asistencia Nacional a la Emergencia Social (Panes) o el Plan de Equidad contribuyeron a disminuir la pobreza de estos barrios, no fueron suficientes. Para combatir la exclusión se necesitan políticas que ataquen varios problemas a la vez. "Lo que más sacó gente de la pobreza no fueron las políticas del Mides sino los Consejos de Salarios", dice Labat. "Las políticas del Mides impactan sobre la indigencia. En la pobreza ayudan, pero impacta el mercado de trabajo".

Una de las causas del problema parece haber sido la despoblación de algunos lugares como el Centro o la Ciudad Vieja. Y la ocupación de tierras que no estaban preparadas para ser parte de la ciudad. De los viejos cantegriles, se pasó a los asentamientos y el resultado en cuanto a integración social fue notoriamente diferente.

"El proceso más jorobado es el movimiento de sectores populares hacia la periferia", dice el investigador Diego Hernández. "Antes el cantegril estaba integrado. Hasta sabías el nombre de quienes vivían ahí. Ahora es un tugurio donde la gente no se anima ni a pasar. La segmentación es mucho más fuerte. Y pasaste a la segregación, porque la gente no quiere vivir al lado".

Hernández trabaja en el Instituto de Investigación sobre Integración, Pobreza y Exclusión Social (IPES) de la Universidad Católica. Se encuentra terminando su tesis acerca de la movilidad urbana y su impacto en la integración social. En base a 30 entrevistas que ha hecho en asentamientos encontró que los sectores más pobres son los que más tiempo gastan en traslados y los que más tienen que esperar por el ómnibus, por ejemplo.

"La movilidad urbana presenta una fuerte estratificación social. No todo el mundo puede llegar a los mismos lugares, en los mismos tiempos o condiciones", dice.

En las entrevistas que Hernández hizo fue común que los vecinos reclamaran que los ómnibus entren a los asentamientos. Y también le confesaron que, por no poder pagar el boleto, hacen trayectos de una hora a pie o se trasladan 10 kilómetros en bicicleta. De hecho todavía un 15% de los viajes urbanos se hacen a pie o en bicicleta.

"El sistema llega como puede a las zonas más lejanas", dice. "Hay servicios para la Gruta de Lourdes que se hacen acompañados por un policía. Eso en términos de estigmatización social es muy fuerte".

Es que, de apuro, se tuvo que ir construyendo ciudad donde no había. "No basta con darles viviendas. Tiene que tener calles, luces esas calles, lugares de recreación, salones de uso múltiple", dice la directora del departamento de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo, Sara Ribero.

Hoy el plan de saneamiento IV abarca a Casabó, uno de los 12 barrios del listado de exclusión. Y esas son las obras más caras, seguidas de las de vialidad. "La ciudad consolidada ya no requiere mayor inversión, requiere mantenimiento. Que no es lo mismo que hacer una calle nueva", agrega Ribero. Por eso también está en los planes de la intendencia revitalizar zonas como la Ciudad Vieja y el Centro, para repoblarlas. Porque si la pobreza se territorializa, hay barrios que van quedando estigmatizados.

YO LOS DEFIENDO. "Hay algunas empresas que no están dispuestas a recibir muchachos de aquí", dice Burone. "En otros lugares el pasaje por Tacurú sirve al muchacho como un capital para insertarse. Es del barrio, pero pasó por aquí. Esa es nuestra experiencia". En Tacurú hay 500 jóvenes participando de experiencias laborales en convenios con la Intendencia o empresas privadas. Más del 10%, además, hace varias horas de trabajo social con la comunidad.

Es que si la pobreza se territorializa, comienza a ser estigmatizante. En El Abrojo sabían que los vecinos de Tres Ombúes solían arreglar sus casas una vez que su situación económica mejoraba. Hoy quieren mudarse. En Casavalle pasa igual. "En el trasfondo de todo esto está la fragmentación, que termina enfrentándonos en un `nosotros` y un `ellos`", dice Burone.

Los datos indicarían que las desigualdades comienzan a reducirse. Según cifras del Mides en 2006 los más pobres ganaban la decimoséptima parte que los más ricos. Hoy esa brecha logró reducirse a la decimoquinta parte. Pero todavía falta, mucho.

Esta semana la Administración Nacional de Educación Pública difundió datos que muestran un aumento de los adolescentes de los quintiles más pobres por fuera de la educación. Un estudio de Equipos Mori vinculó el embarazo adolescente con la deserción estudiantil y el bajo nivel socioeconómico. "Para `desguetizar` los barrios y lograr la integración social estamos hablando de 15 o 20 años. Hay que entrar en un modelo de desarrollo", dice Labat. Quince o 20 años y es una evaluación optismista.

Mides sale de nuevo a recorrer

El Ministerio de Desarrollo social prepara una nueva recorrida por el país, similar a la que realizó al inicio del Plan de Asistencia Nacional a la Emergencia Social (Panes). Esta vez será en busca de aquellas personas que quedaron por fuera de los planes de asistencia, algo que se estima esté entre 3.000 y 4.000 hogares que viven en la indigencia, y entre 10.000 y 15.000 hogares en la pobreza.

Quiénes son los excluidos

Mientras que la pobreza es un indicador meramente económico y que mide los ingresos de una persona, la exclusión es un término que abarca bastante más. Pasa por sentirse o no parte de la sociedad.

Y, si bien los indicadores de ingreso influyen, también se miden otras cosas. Por ejemplo la cobertura que se tenga de ciertas necesidades básicas. Según datos de la Encuesta Continua de Hogares 2010 (para todo Uruguay), el 58,7% de los hogares más pobres no tienen calefón. En los asentamientos irregulares, un 26,5% de los hogares tienen baño sin cisterna, un 25,4% no tienen una cocina con pileta y canilla y el 14,9% no tiene heladera.

Otro dato es el hacinamiento. En la mayoría de los hogares más pobres hay por lo menos cuatro integrantes. Un 16,4% tiene cinco y un 10,1% tiene siete o más.

Así se va conformando una imagen de cómo viven aquellos que quedaron por fuera de todo. "La exclusión social tiene distintas dimensiones", dice el sociólogo Gustavo Leal. "Hay indicadores bastante fuertes que cuando se juntan en una familia se evidencia una exclusión importante: bajo nivel educativo, jóvenes que no estudian ni trabajan, maternidad adolescente, hacinamiento en el hogar". Familias que, de a poco, se van desenganchando de los valores del resto de la sociedad. "Se está rompiendo la capacidad de integrarse. Hay un grupo de padres que no siente el control social de que es importante la educación, por ejemplo".

Los jóvenes "ni-ni"

El Ministerio de Desarrollo Social está por poner la lupa sobre los 46.000 jóvenes que no trabajan ni estudian. Junto con la Facultad de Humanidades y la Facultad de Psicología se elabora un estudio que apuntará a conocer cuáles son las causas por las que estos jóvenes están apartados del sistema educativo o laboral. Porque ellos pueden ser, o no, excluidos. "No es lo mismo esto que la exclusión", dice el jerarca del Mides Juan Pablo Labat. "Si bien la mayoría son pobres, hay unos cuántos más que no son pobres. Y hay que ver cuál es la razón por la que no estudian ni trabajan, que ahí es donde falta estudio".

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