Ayaan Hirsi Ali (*)
Se escucha mucho acerca de los musulmanes como víctimas de los abusos de Occidente y la lucha contra las tiranías de la primavera árabe. Pero, de hecho, hay una guerra totalmente diferente, una batalla no reconocida que cuesta miles de vidas. Cristianos están siendo asesinados en el mundo islámico a causa de su religión. Eso es un genocidio cada vez más grande que debería provocar una alarma global.
El retrato de los musulmanes como víctimas o héroes es, en el mejor de los casos, sólo parcialmente apropiado. En años recientes, la violenta opresión a las minorías cristianas se volvió una norma en las naciones con mayoría musulmana desde el África Occidental a Medio Oriente, desde el sur asiático a Oceanía. En algunos países, son los gobiernos y sus agentes los que han incendiado iglesias y puesto en prisión a feligreses. En otros, los grupos rebeldes y las patrullas ciudadanas, toman el asunto con sus propias manos, asesinando cristianos y sacándolos de regiones donde sus raíces se rastrean desde hace siglos.
La reticencia de los medios hacia el tema tiene varios orígenes. Uno podría ser el miedo a provocar más violencia. Otro es la posible influencia de grupos de presión como la Organización Islámica de Cooperación -una especie Naciones Unidas del Islam que opera desde Arabia Saudita- y el Consejo de Relación islámicas-estadounidenses. Durante la última década, estos y otros grupos similares han sido exitosos en persuadir a los líderes y a los periodistas en Occidente que cada ejemplo de percibida discriminación antimusulmana como un expresión de una enajenación siniestra y sistemática llamada "islamofobia", un término que consigue la misma desaprobación moral que xenofobia u homofobia.
Pero una apreciación más justa de eventos y tendencias recientes lleva a la conclusión de que la escala y severidad de la islamofobia, palidece en comparación con la sangrienta cristianofobia que se da en los países con mayoría musulmana. Nada menos que el destino del cristianismo -y de última todas las minorías religiosas- está bajo amenaza.
Con leyes sobre la blasfemia y asesinatos brutales, con mutilaciones e incendios en sitios sagrados, en muchos lugares los cristianos viven aterrorizados. En Nigeria, muchos sufren algunas de esas formas de persecución. Ese país tiene más cantidad de cristianos (40%) en relación con su población (160 millones) que cualquier otro país con mayoría mulmana. Por años, musulmanes y cristianos han vivido al borde de la guerra civil. Los radicales islámicos provocaron mucha, si no toda la tensión. La más nueva de esas organizaciones es la que se llama así misma, Boko Haram, que significa "la educación occidental es sacrílega", cuyo objetivo es imponer la sharia (la estricta ley islámica) en todo el páis. Ha anunciado que para eso matará a todos los cristianos.
Sólo en enero de 2012, Boko Haram fue responsable de 54 muertes. En 2011, sus miembros mataron al menos a 510 personas e incendiaron o destruyeron más de 350 iglesias en el norte del país. Usan armas, bombas de gasolina e incluso machetes y gritan "Allhau akbar" ("Dios es grande"). Atacaron iglesias, una reunión por Navidad (matando a 42 católicos), bares, una alcaldía, salones de belleza y bancos. Hasta ahora se han concentrado en asesinar sacerdotes, políticos, estudiantes, policías y soldados cristianos, pero también clérigos musulmanes que condenan las matanzas.
La cristianofobia que ha ganado Sudán por años toma una forma muy diferente. El gobierno autoritario de los sunitas en el norte del país, ha atormentado durante décadas a las minorías cristianas y animistas en el sur. Lo que a menudo es descrito con una guerra civil es, en la práctica, la sostenida persecución del gobierno sudanés de las minorías religiosas. Esas persecuciones terminaron en el genocidio en Darfur que comenzó en 2003. A pesar de que el presidente musulmán de Sudán, Omar al-Bashir, ha sido acusado de tres cargos por genocidio por la Corte Internacional de La Haya, y más allá de la euforia que saludó la semi-independencia que se le garantizó al sur, la violencia no terminó. En Kordofan Sur, los cristianos aún son blanco de bombardeos aéreos, asesinatos, secuestro de niños y otras atrocidades. Informes de la ONU indican que entre 53 mil y 75 mil civiles han sido desplazados de sus casas y los edificios han sido saqueados y destrozados.
Persecuciones de las dos clases -llevadas a cabo por grupos extragubernamentales y las de los agentes del Estado- se unieron en Egipto tras la primavera árabe. El 9 de octubre del año pasado, en Maspero, un área de El Cairo, cristianos cópticos (que son el 11% en la población egipcia de 81 millones) marcharon en protesta contra una ola de ataques islámicos -incluyendo el incendio de iglesias, violaciones, mutilaciones y asesinatos- que siguieron al derrocamiento de Hosni Mubarak. Durante la manifestación las fuerzas de seguridad egipcias dirigieron sus vehículos contra la multitud y le disparon a los manifestantes, aplastando y asesinando a 24 personas e hiriendo a más de 300. Para fin de año, ya más de 300 mil cópticos habían abandonado sus hogares anticipándose a más ataques. Todo indica que los islámicos van a conseguir más poder, así que los miedos parecerían justificados.
Egipto no es el único país árabe que está dispuesto a librarse de sus minorías cristianas. Desde 2003, más de 900 cristianos iraquíes (la mayoría asirios) han sido asesinados por violencia terrorista sólo en Bagdad, y han sido incendiadas 70 iglesias, de acuerdo a la Agencia Internacional Asiria de Noticias (Aina). Miles de cristianos iraquíes han huido como resultado de la violencia dirigida a ellos, reduciendo la cantidad de cristianos a medio millón; en 2003 eran más de un millón. Aina, comprensiblemente describe la situación como "un incipiente genocidio o una limpieza étnica de asirios en Irak".
Los 2,8 millones de cristianos que viven en Pakistán, son sólo el 1,6% de una población de 170 millones. Como miembros de una minoría tan pequeña, viven en miedo perpetuo, no sólo de los terroristas islámicos sino también de las draconianas leyes sobre la blasfemia. Este es el caso de una mujer cristiana que fue sentenciada a muerte por presuntamente haber insultado al profeta Mahoma. Cuando la presión internacional persuadió al gobernador Salman Taseer de explorar alguna manera de liberarla, fue asesinado por uno de sus guardaespaldas, que fue saludado como un héroe por prominentes clerigos musulmanes, y a pesar de que fue sentenciado a muerte el año pasado, el juez que lo condenó vive oculto, temiendo por su vida.
Esos casos no son inusuales en Pakistán. Las leyes sobre la blasfemia son utilizadas como rutina por criminales y musulmanes paquistaníes para atosigar a las minorías religiosas. Sólo por declarar la creencia en la Santísima Trinidad, y así contradecir las principales doctrinas musulmanas. Cuando un grupo cristiano de ayuda es sospechado de transgredir las leyes de blasfemias, las consecuencias pueden ser brutales. Hay que preguntarle, por ejemplo, a los miembros del grupo humanitario cristiano World Vision. Sus oficinas fueron atacadas en 2010 por 10 hombres armados con granadas, que mataron a seis e hirieron a cuatro. Un grupo militante musulmán se adjudicó la responsabilidad por el ataque aduciendo que World Vision trabajaba para subvertir el Islam; en realidad estaba ayudando a los sobrevivientes de un terremoto.
Ni siquiera Indonesia -a menudo señalada como una de las democracias más tolerantes y una nación moderna con mayoría musulmana- ha sido inmune a los fervores de la cristianofobia. De acuerdo a datos compilados por el Christian Post, el número de incidentes violentos cometidos contra minorías religiosas (y con 7% de la población, la cristiana es la minoría más grande) aumentó cerca de 40%, de 198 a 276, entre 2010 y 2011.
La letanía de sufrimiento podría extenderse. En Irán, decenas de cristianos han sido arrestados y encarcelados por atreverse a adorar por fuera del sistema de iglesias oficialmente sancionadas. Arabia Saudita, en tanto, merece una categoría para sí sola. Más allá del hecho que más de un millón de cristianos viven en Arabia Saudita como trabajadores extranjeros, las iglesias y incluso los actos privados de plegarias cristianas están prohibidos; para reforzar estas restricciones totalitarias, la policía religiosa regularmente allana las casas de los cristianos y los acusa de blasfemia ante tribunales en los que sus testimonios tienen menos valor que el de los musulmanes. Aun en Etiopía, donde los cristianos son mayoría, abundan los incendios de iglesias causados por miembros de la minoría musulmana.
La violencia contra los cristianos no está planeada o coordinada por una agencia islámica internacional. En ese sentido no es una guerra en el sentido tradicional, aunque sí es global. Es más una espontánea reacción de un ánimo anti-cristiano de parte de los musulmanes que trasciende culturas, regiones y razas.
Como dice Nina Shea, directora del Instituto Hudson del Centro para la Libertad Religiosa, las minorías cristianas perdieron "la protección de sus sociedades". Allí, escuadrones de la muerte sienten que pueden actuar gracias a la impunidad que le da la tolerancia de sus gobiernos.
(*) Newsweek
54
asesinatos de cristianos se adjudicó en enero, Boko Haram, un grupo extremista nigeriano.
276
incidentes violentos contra organizaciones cristianas ocurrieron en Indonesia, el año pasado.
24
muertos dejó la represión policial contra manifestantes cristianos en Egipto. Hubo 300 heridos.