En la cabeza del terror

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Foto: Pixabay

Para los extremistas, no importa la intención: el fin justifica los medios; desentrañan su juicio moral.

¿Cuáles son los vericuetos mentales de un individuo que llega asesinar hasta a 600 personas? Para contestar esta pregunta, un equipo de científicos argentinos realizó un singular experimento en las cárceles colombianas: entrevistó extensamente a 66 paramilitares convictos por crímenes de lesa humanidad y descubrió que para estos individuos la intención cuenta poco; el fin justifica los medios.

"Como neurocientíficos, nos interesa dilucidar cómo los contextos socioculturales impactan en las diferencias individuales de cognición social", cuenta Agustín Ibáñez, que lideró un equipo internacional de neurocientíficos de la Argentina, Colombia y Australia.

"Por ejemplo, una de las claves del juicio moral", continúa, "es saber detectar la intención malévola en otra persona. Normalmente, cuando uno se da cuenta de que alguien tiene mala intención, estima que el daño que va a hacer es mayor. Siente más empatía por la víctima, quiere castigar más... Ya a los dos años, los niños detectan la intencionalidad de dañar, está estudiado en todas las culturas. Priorizamos la intención sobre el resultado".

En las personas normales, si se daña sin querer, la condena no es tanta, aunque el resultado haya sido peor.

La idea de los científicos fue investigar si los mismos patrones se registran en los terroristas; el trabajo se publicó en la revista Nature Human Behaviour.

"Algo que se supone que caracteriza a estos individuos es la idea de que el fin justifica los medios. Que les interesa el resultado y no les importa cómo lo obtienen", dice Ibáñez.

Los sujetos estudiados habían asesinado en promedio a 33 personas, habían secuestrado e infligido torturas. Habían cometido un promedio de cuatro masacres (cuando se ejecutan cinco o más asesinatos de una vez) cada uno. No tenían antecedentes psiquiátricos graves (depresión, esquizofrenia), ni neurológicos (demencia, ACV).

Les tomaron pruebas cognitivas (de funciones ejecutivas, atención, inhibición, memoria de trabajo, inteligencia, abstracción, reconocimiento emocional, escalas de agresividad). Los compararon primero con controles sanos y después con sujetos que habían cometido asesinatos, que estaban en la misma cárcel, pero que no eran terroristas.

Los hallazgos fueron sugestivos: los terroristas manifestaron más agresividad proactiva y déficit en el reconocimiento de emociones, pero además exhibieron un patrón moral absolutamente aberrante, lo único que les importaba era el resultado.

"La discrepancia surgía en particular en las situaciones en las que había un conflicto; por ejemplo, si quiero matar, pero no me sale el tiro, entonces está todo bien, no hay culpa", agrega Adolfo García, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

Les presentaron 24 escenarios con otras tantas historias en las que tenían que decidir qué tan malo era lo que sucedía. Se probó en psicópatas y no mostraban el patrón de los terroristas, de alguna forma hasta respondían desde lo opuesto.

"Si yo disparo hacia allá, el viento arrastra la bala y hace que Lucas se muera, los terroristas tienden a sobreculparme; los psicópatas, al revés, me adscriben mucha menos culpa que una persona normal", señala García. "En ambos casos hay un patrón que se aleja de la norma, pero la dirección del alejamiento es distinta entre el psicópata y el terrorista. Los asesinos, por su parte, tienen el mismo patrón que los normales".

Lo que el estudio no pudo dilucidar es si esta conducta se debe a la biología o a la cultura. "Como en cualquier otro fenómeno de la neurocognición, ambos factores cumplen un papel", dice García. "No cualquiera se hace ciego a la intencionalidad, y esa persona al mismo tiempo tiene que estar en un medio para que ese rasgo se exprese".

Y concluye Ibáñez: "Hay un aprendizaje de la violencia. En el contexto del conflicto colombiano, en los sectores más difíciles te enseñan a matar desde que sos chico".

Demencia.

Los mismos investigadores del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional identificaron un método que permite detectar una forma de demencia en etapas tempranas de la enfermedad.

Ahora están trabajando con ingenieros para ver si estos resultados pueden automatizarse en clasificadores de imagen que permitan masificar el diagnóstico.

Método de detección.

Para tomar decisiones terapéuticas, es fundamental conocer el "nombre y apellido" de la patología que enfrentamos. El problema es que algunas dolencias físicas, psíquicas o neurológicas tienen síntomas inespecíficos que hacen difícil su reconocimiento. Uno de los casos paradigmáticos es el de la demencia frontotemporal, caracterizada por pérdida de la inhibición, conductas riesgosas y cambios en la personalidad, aunque en etapas tempranas se conserven las funciones intelectuales que pueden coincidir con las manifestaciones de otros cuadros cuyos mecanismos fisiológicos, efectos y evolución son diferentes. Para enfrentar ese desafío, los científicos realizaron un trabajo pionero que arroja evidencias de que un método de análisis de la conectividad funcional cerebral podría ser el gold standard para detectar precozmente esta enfermedad, ya que resultó altamente consistente y selectivo en diferentes países y culturas. "Se trata de un estudio sin precedentes", dice Agustín Ibáñez, que lideró un equipo internacional de neurocientíficos de la Argentina, Colombia y Australia. "Probamos que el análisis de grafos —ensambles neuronales vinculados entre sí en una red interconectada— es el único verdaderamente robusto entre todos los métodos de imágenes que se utilizan para detectar la demencia frontotemporal". Ahora trabajan con ingenieros para ver si estos resultados pueden automatizarse.

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