LOS QUE YA CURSARON LA ENFERMEDAD
Estudios locales detectan que, al menos ocho meses luego de contraída la infección, había pacientes en Uruguay que conservaban anticuerpos.
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La ciencia está hecha de errores, pero “de errores útiles de cometer, pues poco a poco, conducen a la verdad”. Lo decía Julio Verne y lo dice la (por ahora) corta experiencia del COVID-19. Incluso en Uruguay.
Porque en los primeros meses de la pandemia, fueron publicados documentos científicos que sostenían que, al poco tiempo de contraer la infección que causa el SARS-CoV-2, los anticuerpos caían abruptamente, y que estaba en tela de juicio la duración de la inmunidad contra el virus.
La ciencia -incluida la uruguaya- tiró por la borda aquella primera aseveración y se comprobó que, meses después, los anticuerpos perduran en sangre en niveles detectables. El Centro Universitario Litoral Norte de la Universidad de la República demostró que, al menos ocho meses luego de contraída la infección, había pacientes en Uruguay que conservaban anticuerpos, informó La Diaria.
Otro equipo científico uruguayo, liderado por el catedrático de Inmunología de la Facultad de Química, Gualberto González, ya había corroborado la permanencia de anticuerpos para hacer frente al coronavirus al menos seis meses después de la infección.
No solo eso: tras realizar de manera sistemática test serológicos a 15 pacientes que habían sido diagnosticados como positivos, descubrieron que luego de tres meses “hay una baja considerable de la cantidad de anticuerpos, como si el cuerpo estuviese haciendo una economía de recursos, pero no desaparecen del todo y, por el contrario, perduran en una meseta por varios meses más”, explicó el catedrático.
Incluso han comprobado que algún paciente que padeció una presentación más severa de la enfermedad (que requirió hospitalización y sobrevivió), generó una respuesta de anticuerpos mayor que quienes tuvieron expresiones más leves de la infección.
Eso va en sintonía con la nueva evidencia internacional. La revista científica Cell difundió en noviembre un estudio, de la Universidad de Arizona, en el que se concluye que “la producción de anticuerpos es mayor en la enfermedad grave que en casos leves”. Y la capacidad de neutralizar a la parte fundamental del virus, situada en el pico (esa parte que tiene forma de espiga y que en inglés le llaman spike), “permanece al menos siete meses”.
“Esa evidencia, junto a otros estudios que hablan de que también se activarían las células con memoria capaces de producir una respuesta inmune hasta décadas después, son una excelente noticia para la vacunación”, dijo González.
Desde el principio.
Recién el próximo jueves se cumplirá un año desde que las autoridades chinas anunciaron el origen de unas neumonías atípicas que estaban aquejando al “gigante asiático”: un nuevo virus al que llamaron 2019-nCoV.
Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente (o muchos test bajo los laboratorios): el virus fue rebautizado como SARS-CoV-2, la Organización Mundial de la Salud reportó más de 85 millones de infectados, casi 2 millones de muertos, se desarrollaron al menos 11 vacunas que llegaron a la fase clínica más avanzada y la ciencia aprendió de sus errores.
“Al comienzo se decía que los anticuerpos bajaban muy rápidamente y eso era interpretado como que se perdía la capacidad inmune. Eso encendió las alarmas, porque hacía muy difícil combatir la pandemia. Los nuevos estudios demuestran que varios meses después se detectan anticuerpos en la sangre. ¿Qué significa? Que quien tiene esos anticuerpos, ya sea porque contrajo la infección o porque fue vacunado, tiene algún tipo de inmunidad. No se sabe si está protegido, porque aún no sabemos qué nivel de anticuerpos (medido de una determinada manera) predice protección, pero se sabe, al menos, que aún mantiene una respuesta, y que es probable que esté protegido”, explicó Álvaro Díaz, profesor agregado de Inmunología.
En la investigación que la Udelar ejecutó en el departamento de Salto, por ejemplo, a uno de los grupos estudiados se los llamó “los viajeros”. Se trataba de 18 personas que habían ido al exterior, a países en los que el SARS-CoV-2 estaba circulando. Siete de esas personas ya habían sido diagnosticadas con el virus (con test PCR) en la segunda quincena de marzo. Y de esas siete, casi ocho meses después, seis dieron positivo en el test serológico que demostraba que habían desarrollado una respuesta de anticuerpos del isotipo IgG. Una séptima persona dio “indeterminada”, lo que significa “que no llega a tener actualmente niveles de anticuerpos para ser considerada positiva, tal vez por el tiempo transcurrido”, dijo Leticia Maya, doctoranda en Ciencias Biológicas y una de las investigadoras del Laboratorio de Virología en Salto.
“Que no se encuentren anticuerpos en una persona que se haya infectado no quiere decir que no tenga anticuerpos o las células capaces de producirlos”, aclaró Maya. “Tal vez los anticuerpos no son medibles en este tipo de test o tal vez las células tienen la memoria de volver a producir anticuerpos en caso de un intento de reinfección”.
En este sentido, complementó Díaz, “cuando iban casi 30 millones de casos de COVID-19 en el mundo, solo había una decena de casos de reinfecciones confirmadas y bien documentadas; esto sería difícil que ocurriera si, luego de pasar por la infección, la inmunidad durara tan solo semanas”.
Estudios sobre el virus.
En la breve historia de estudios sobre el virus, se comprobó que esas espículas (que le dan forma de corona) serían como la llave que entra en contacto con un receptor en el organismo humano (la cerradura) y abre paso a la infección.
Los anticuerpos que se generan tras la infección o la vacunación circulan por el líquido sanguíneo, y serían como una defensa que va a impedir que esa llave logre abrir la cerradura. Como si fuera una plastilina que se adhiere a la llave y hace que no encastre.
La biología humana es, en realidad, un poco más compleja que esa analogía de cerrajería y puede desarrollar otros mecanismos de contraataque, incluyendo los basados en células inmunitarias capaces de destruir a las células infectadas por el virus, así como memoria a largo plazo, que entre otras cosas puede reactivar la producción de anticuerpos frente a una infección que ocurra cuando ya no quedan anticuerpos en circulación. Pero, lo relevante de los estudios que van a la detección de los anticuerpos tipo IgG (que suelen durar más tiempo en el cuerpo que otras clases de anticuerpos) es que van dando pistas sobre la inmunidad.
“Para poder hacer frente al virus -comentó Díaz- es importante la calidad y la cantidad de los anticuerpos. Y si bien los sintomáticos severos desarrollan mayores niveles de anticuerpos, eso no significa que el asintomático o con síntomas leves quede desprotegido; de hecho, se han demostrado anticuerpos contra el virus varios meses luego de la infección, también en personas que cursaron la enfermedad en forma leve”.
Tanto la investigación con la población salteña, como la del Grupo de Trabajo Interinstitucional (GTI) que lideraron González y Otto Pritsch, y que entre sus 15 muestras hay pacientes que participaron del famoso casamiento de marzo, han usado los kits de test serológicos producidos por ATGen y desarrollados la Udelar y el Institut Pasteur de Montevideo.
Como esos test sirven para saber si uno ya tuvo coronavirus semanas o meses atrás, se usan para estudiar la prevalencia de infectados en una población determinada. En Salto, por ejemplo, se usó una muestra estadísticamente representativa y se pudo estimar que “el porcentaje de habitantes asintomáticos del virus en toda la ciudad no superaría el 2%”.
Prevalencia en Salto sería menor al 2%
El viernes 13 de marzo el Ministerio de Salud había confirmado los primeros cuatro casos positivos del SARS-CoV-2 en Uruguay. Dos de esas personas eran salteñas. Aunque por estudios de secuenciación genómica del virus “está claro que el virus no empezó a circular en marzo, sino en febrero o antes”, dice la científica Leticia Maya, aquella curiosidad de que dos de los primeros casos reportados fueran de Salto, la capacidad académica que la Udelar tiene instalada en ese departamento y las características de su población (entre los que se estima que unos 8.000 viajan cada mes a Montevideo) hacía interesante el estudio de prevalencia allí. Por eso combinaron fuerzas el área de Virología (estudiando muestras de 403 personas, 12 de las cuales dieron positivo), de Matemática (para determinar la representación estadística) y de Sociología (para evaluar la actitud poblacional en la pandemia). Se concluyó que la tasa de prevalencia al SARS-COV 2 en la ciudad de Salto con una población mayor a los 18 años aproximada de 101.119 (valores estimados para 2020)
sería no mayor al 2%. Es decir, no más de 2.022 personas. Y, por los cuestionarios, se halló que los que tienen menos intención de vacunarse allí son las personas con peores condiciones de salud, los adultos mayores y los umbandistas.