El Cañon del río Duda: un desafío de trekking solo para los más resilientes

No es para blanditos/as o poco preparados. Atravesarlo es una prueba exigente y pone al límite las capacidades físicas.

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Solo para gente que se prepara.
Foto: Caminantesdelretorno.com

Edwin Caicedo, El Tiempo – GDA
Algunos creen que lo más difícil es el pantano, capaz de tragarte entero si das un mal paso. Otros, que lo más intimidante son los desfiladeros, esas aberturas angostas propias de las montañas en formación que pueden derrumbarse en cualquier momento. También hay quienes consideran que las más de cuarenta quebradas y tres veces que hay que atravesar el río Duda son, sin duda, lo más atemorizante. Yo en cambio, creo, es el cañón en sí mismo lo retador y, a la vez, estremecedor.

El cañón del río Duda es, sin vacilar, la travesía de senderismo más difícil e inexplorada de Colombia. Catalogada por expertos con un nivel de dificultad física de nueve puntos sobre 10, y aunque la numeración es una forma poco reconocida al catalogar dificultades en el llamado trekking, pues normalmente se usan colores y no números, lo cierto es que el Duda está –para algunos expertos consultados por este diario que han efectuado la travesía– a un nivel de dificultad cercano al del Everest. 

La travesía es una ruta montañosa que surge en el gran páramo de Sumapaz y termina en el departamento del Meta, en la zona urbana del municipio de la Uribe, después de siete días de caminata, con lluvia incesante, sol inclemente, pendientes dignas del Tour de Francia y caminos estrechos inacabables. Un camino de apenas 80 kilómetros que por su topografía y su exigencia reta hasta al más experto caminante por su nivel de requerimiento físico, pero que más allá de ello exige la fortaleza mental de un peregrino, que es capaz de seguir y seguir y seguir caminando sin parar, porque sabe que al final llegará a su destino.

Por allí caminó la historia del conflicto armado del país. En el Duda se llevó a cabo la primera conferencia de las Farc. Era la ruta que conectaba a la selva -donde se refugiaban los antiguos guerrilleros- con Bogotá, que fue por años su gran objetivo militar. Es un reflejo de Colombia: un lugar olvidado, inhóspito, repleto de belleza exuberante, de paisajes indescriptibles, de campesinos trabajadores, de indígenas que resguardan, sin mayor recurso, la naturaleza. Una experiencia desafiante en el aspecto físico, sí, pero más en el mental.

El camino hacia el Duda

Para llegar al punto donde se inicia este recorrido es necesario tomar carretera por cinco horas desde Bogotá hasta la última casa de la capital, ubicada en la zona rural de la localidad de Sumapaz. En pleno páramo. Allí se descansa, se ultiman detalles y empieza, al día siguiente, la caminata. El río Duda, que es la columna vertebral de esta travesía, surge como muchos de los afluentes del país desde un páramo. En Sumapaz empiezan a caer sus aguas con destino al sur, hacia el departamento del Meta, donde su ruta va siendo cercada por un imponente cañón en formación con montañas ubicadas sobre los dos mil metros de altura que acaban en la planicie de los Llanos colombianos.

Cuando se empieza a caminar el Duda lo primero que se ve son los vestigios de cuando las Farc controlaban la zona. De espaldas, el Batallón de Alta montaña Número 1 de Colombia, que por años luchó contra los antiguos guerrilleros, y al frente una trocha de unos cuantos kilómetros construida por los excombatientes coronada por un buldócer abandonado y destartalado, que alias Romaña robó a constructores para crear esa pequeña parte del camino que, pensaban desde las Farc, llegaría a conectar la Uribe con Bogotá. 

La primera parte del camino está marcada por la lluvia, los pantanos, el frío y los casi 4.000 metros de altura que logran alcanzarse antes de iniciar el descenso, dejar el páramo y empezar a transitar las faldas de las montañas que se enfrentan una a la otra para formar un cañón del que, no obstante estar a un par de kilómetros de la capital del país, toma como mínimo dos días salir caminando o a lomo de mula en caso de que ocurra alguna emergencia.

En la mayoría del camino la desconexión con el mundo exterior es absoluta. Se escucha el viento soplar, las aves cantar, las flores surgir, el río tronar en su acelerada carrera por llegar desde las montañas a la selva, desde el páramo al Llano. No hay señal de celular sino en algunos puntos específicos. Y mientras se camina, se pueden ver algunas de las zonas que hicieron parte de la historia del país. Por ejemplo, se atraviesa la zona donde las Farc organizaron su primera cumbre como una guerrilla organizada. También, donde se realizaron las primeras conversaciones de paz con Belisario Betancur. Y las zonas donde alias Manuel Marulanda, o Tirofijo, mantuvo un extenso control militar y el secretariado de la guerrilla efectuaba sus reuniones.

Al tiempo, se aprecia una belleza casi desconocida para el ojo citadino. Un verde abundante coronado con miles de palmas de cera que se van desvaneciendo a medida que el camino va bajando. Un paraíso de sonidos para los ornitólogos o para los pajareros, pues hay zonas, según pudimos comprobar, donde se resguardaban mínimo una decena de especies de aves en grupos de miles, algo que solo sucede cuando estos animales encuentran espacios vírgenes, propios de una naturaleza que apenas ha sido intervenida.

Pero el que sin duda es el elemento constante es el agua. A borbotones y por todos lados. El que hace la travesía del río Duda sí o sí sale bañado. Por la lluvia, o por las más de 40 quebradas de distintas corrientes, algunas de unos cuantos centímetros y otras que bañan a la mitad del cuerpo y que hay que atravesar. También se ven lagunas de agua cristalina que se observan de un negro profundo al ojo común. Y cascadas que caen a lo lejos, desde 100 y 200 metros de altura y coronan un paisaje plagado de neblina, nubes a unos cuantos metros, a veces frío y a veces humedad. Así es el Duda: cambiante, uno no ha terminado de sorprenderse cuando se presenta algo nuevo.

Durante los primeros cuatro días de la travesía, el camino lo acompañan los baquianos, campesinos conocedores de estas tierras que han atravesado estas montañas desde niños a pie o a lomo de mula. Representantes fieles de una cultura de cultivar la tierra, de llenar de verduras las montañas, que ante el olvido del Estado sacan una vez cada varios meses un par de bultos de arvejas, maíz u otro cultivo que les pagan en la ciudad por unos cuantos pesos sin saber que para que llegaran hasta allá atravesaron trochas por las que solo pasan caminantes y mulas a las que ellos llaman bestias.

Su paso, que dirige el grupo, es como el de una hormiga, que sigue por una ruta que sabe que existe y que no da tiempo para parar. Ellos no paran. Armados con botas de caucho, unos pantalones gastados y una sonrisa, atraviesan con tranquilidad afanosa la belleza de los paisajes que acompañan la caminata, que para ellos es el día a día. Ven llegar la bruma. Saben cuándo va a llover. No les preocupa la neblina y no paran ante la oscuridad. Ellos solo siguen, solo saben seguir.

Pero luego, en los últimos tres días de la travesía, el camino es de la mano de los indígenas. De los nasas y los misak, que reciben a quien llega a visitar con un ritual de conexión con la naturaleza. Son la entrada a la selva. El previo al último ecosistema, a los últimos kilómetros de una travesía implacable, difícil de domar.

Con su guía se llega al alto del Engaño y se bordea la inmensa laguna del Oso mientras se atraviesa la selva amazónica en su máximo esplendor. Al fondo aúllan los monos; arriba, el dosel de los árboles deja apenas entrar el sol, y abajo escuchan y caminan los viajeros en un final de ruta totalmente distinto al comienzo. Una experiencia que empieza en lo físico y lo mental y termina en lo espiritual, en lo indescriptible, en el cuerpo dejándose llevar.

El Duda no es una travesía turística. No es un camino para cualquiera. Si usted planea hacerlo, sepa que tendrá que retar al máximo sus capacidades físicas. Que la mayoría del tiempo su mente le dirá: “Ríndete, no puedes con esto, el Duda es más grande que tú”. Que la lluvia caerá sin parar. Que el sol será lo más parecido al infierno que verá en su vida. Que sus rodillas y sus piernas llegarán a un nivel de exigencia que lo llevará a creer que tiene 85 años y ya se caminó el mundo.

Pero sepa que conocerá la historia de Colombia desde adentro. Que tendrá la oportunidad de ver una biodiversidad que pocos más han visto en la vida. Que apoyará el intento de crear una nueva economía por parte de campesinos e indígenas, que lo recibirán con los brazos abiertos en sus casas y resguardos. Que respirará el aire más puro que hayan sentido sus pulmones y que disfrutará de la gastronomía campesina en su máximo esplendor.

Si decide atravesar el Duda, tendrá la oportunidad de conocer una de las zonas más inexploradas, olvidadas e históricas del país, pero también de ver la vida con otros ojos. El Duda es una ruta que ofrecen ya varias agencias de viaje y aventura autorizadas, pero si lo suyo es ir directo puede contactar a don Lucho, un campesino y líder comunitario, en las cuentas: @arcaduda y @travesiarioduda. Si usted cree que puede, un gran reto para 2023 debe ser el Duda.

 

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