La Nación / GDA - Por Miguel Espeche
Por estos días y más allá de las Fiestas tradicionales, que son un tema inagotable y complejo, se atisba en el horizonte cercano esa ventana estival llamada vacaciones, que genera ansiedades y afanes que a veces se transforman en un problema.
Los medios suelen señalar el aspecto más pintoresco, comercial o glamoroso de la temporada. Sin embargo, se supone que en las vacaciones la cuestión pasa por descansar, sea en el lugar que sea. Las ocupaciones del año son intensas y las tensiones suelen agregar al cansancio lógico de las actividades un factor hoy naturalizado y bien conocido: el estrés.
En tal sentido, podríamos decir que estamos cansados por mucho trabajar o estudiar, pero también estamos estresados, es decir, “gastados” más que cansados, porque el estrés crónico, con su cuota de temor por la incertidumbre, aceleración permanente, multitasking exigido, entre otros ingredientes, genera cierta adicción que puede infiltrarse de manera tóxica en las vacaciones también. La idea de “optimizar el uso del tiempo” tan importante durante el año, suele ser un factor arruinador de descansos cuando se aplica durante las vacaciones. Exigirse no estar exigido es, en estos casos, la clásica paradoja del verano.
La inercia del estrés suele afectar, sobre todo, los primeros días de las vacaciones, cuando la aceleración, más todo lo que implica la logística del traslado y planificación se lleva puestos esos momentos iniciales. El consejo habitual en este sentido es ya un clásico: no hay que presionarse para “pasarla bien” de entrada en las vacaciones. Adaptarse y cambiar de sintonía no es algo que se produzca de manera automática.
Digamos también que descansar no es “desconectarse” sino conectarse distinto con uno mismo, con los seres queridos, con las personas en general y con el entorno natural. La lógica del consumismo hace que muchos busquen amortizar los gastos de las vacaciones a través de un afán ansioso para llevar adelante actividades muy lindas, pero en clave de voracidad. Algo así como “pasémosla bien, antes que se acabe el mundo”.
Nada de “pachorra estival”: por el contrario, tildamos todas las actividades posibles, no sea que transcurran los días y se haya dejado pasar la oportunidad de hacer todo lo que se pueda: navegar, bailar, comprar, hacer trekking, nadar, ir a fiestas, hacer excursiones, hacer facha en lugares cancheros y mil cosas más. Una especie de FOMO (fear of missing out) vacacional.
La ansiedad por pasarla bien
Sabemos que hay miles de maneras de vivir las vacaciones. Una carpita en algún lejano lago del sur no es lo mismo que una playa en Punta del Esteen la primera quincena de enero. Una siesta a la vera de un arroyo cordobés se vive diferente que la ansiosa fila para conseguir lugar en el restaurante de la peatonal.
Cada situación tiene lo suyo, y no son excluyentes, por cierto. El tema es, tal vez, entender qué tipo de descanso se desea, y no creerse que las vacaciones son “eso” que se vende empaquetado y en clave masiva, que apunta a continuar con la ansiedad de consumir cosas, más que a generar situaciones de real bienestar y genuino descanso.
Otro clásico del verano es el tema de la distribución de tareas. Acá hay controversia, ya que muchos creen que la inversión es para que los chicos la pasen bien a cualquier costo, mientras que otros piensan, con toda razón, que las vacaciones son para todos los integrantes de la familia, por lo que las responsabilidades domésticas, por ejemplo, deben ser compartidas y no recaer en una sola persona (tradicionalmente, la madre). Aunque suene antipático, no está de más recordar que las vacaciones de los más chicos son mucho más largas que las de los adultos. “Irse de vacaciones” no es lo mismo que estar de vacaciones. Los chicos, se sabe, están de vacaciones más tiempo que aquel destinado a “irse” a un destino turístico. Por eso, un renglón destinado a los padres: descansen todo lo que puedan sin culpa. Esfuerzos por los chicos sí, sacrificios, no.
Ya va llegando el momento. El sonido de las olas o el silencio de los lagos o montañas se mezclan con la música machacona de ansiosas peatonales o balnearios llenos de sponsors. En el ojo de ese huracán, en ese espacio sereno que existe en medio del ruido, cada uno sabrá qué quiere de verdad a la hora de descansar. Con esa premisa como referencia, será menos factible que nos dejemos hipnotizar por la vorágine y seremos dueños de nuestro descanso, y no solamente consumidores de tiempo turístico.