Si hablamos de jet lag, casi todos entendemos que nos referimos al malestar que experimentamos cuando, al viajar largas distancias, cruzamos varios husos horarios y nos enfrentamos a una hora local (y luz solar) diferente al llegar. Nuestras variables fisiológicas necesitan tiempo para reajustarse a la nueva hora local, y eso produce síntomas como fatiga, problemas estomacales, dificultades para concentrarnos… Uno de los procesos más afectados es el sueño, que se empeña en seguir el patrón que tenía antes del vuelo.
Lo que quizás no sea tan conocido es que existen otros tipos de jet lag, como el jet lag social. ¿En qué consiste? Pongámonos en situación.
Si nos preguntan si nos hemos quedado alguna que otra vez hasta “las mil” para acabar de ver un programa en la televisión (¡ojo a los horarios del prime time!), o una serie en una plataforma, seguramente todos responderíamos afirmativamente. Tenemos excusa: jornadas de trabajo interminables, que no ayudan a conciliar nuestra vida familiar y de ocio. Y claro, como el día no tiene suficientes horas para todo lo que queremos hacer, la única solución es posponerlo a la noche.
Al final, acabamos normalizando ir al gimnasio a horas intempestivas, o dedicar un ratito a charlar o tomar algo con los amigos al final del día.
Deudas (impagables) de sueño.
El problema es que ese “final del día” llega cada vez más tarde. Y, sin embargo, el despertador se empeña en sonar por la mañana a la misma hora de siempre, para obligarnos a cumplir con nuestras obligaciones laborales o de estudios.
Así, desde el lunes, el cansancio se acumula, y nuestra deuda de sueño también. Las horas que vamos robando a la noche se las vamos quitando, inevitablemente, a nuestro descanso nocturno.
Cuando (¡menos mal!) llega el fin de semana, aprovechamos para compensar durmiendo lo que el cuerpo nos pide. Sin horarios que nos restrinjan, tendemos a levantarnos más tarde y a tratar de recuperar el sueño robado durante la semana. Pues bien, cuando el centro del sueño de los días de trabajo difiere en más de dos horas del centro del sueño de los días libres, hablamos de jet lag social.
Llegados a este punto, que levante la mano quien mantenga el mismo horario a lo largo de la semana… Aunque sería lo correcto para garantizar la salud de nuestro sistema circadiano, seguro que veríamos pocas manos alzadas. De hecho, se estima que este trastorno lo sufren al menos un 50 % de los estudiantes. Si, en lugar de dos horas, consideramos solo una hora de diferencia entre los días de trabajo y los libres, la proporción de afectados ascendería al 70 %. Es como si cada fin de semana le cambiaran la hora a 7 de cada 10 personas.
Si pensamos que esta alteración apenas nos afecta, nos engañamos. Entre otras cosas, los patrones irregulares de sueño se asocian con un peor rendimiento académico. Además, el jet lag social también se ha relacionado con un mayor riesgo de padecer alteraciones metabólicas, incluyendo obesidad y diabetes tipo 2.
Maldito despertador.
¿Tiene solución? La pandemia de covid-19 y el aumento del teletrabajo que trajo consigo, permitieron comprobar que personalizar los horarios de trabajo nos permitiría dormir más entre semana. Durante el confinamiento, al acostarnos y levantarnos más tarde los días laborables, se redujo significativamente el jet lag social. Sobre todo para las personas con un cronotipo más vespertino, que parecen más predispuestas a experimentarlo.
Lamentablemente, no es habitual que podamos escoger nuestros horarios de trabajo o de otras obligaciones que nos fuerzan a utilizar el despertador. De hecho, usar despertador se considera una de las principales razones del jet lag social.
Por otro lado, parece que este problema podría afectar de manera distinta a hombres y mujeres. Aunque lo cierto es que no hay suficientes estudios en este sentido y, además, es difícil separarlo del propio cronotipo, ya que las mujeres suelen ser más matutinas.
Si fuéramos conscientes de la importancia de mantener nuestro orden temporal interno para mantener un buen estado de salud, la demanda de unos horarios laborables más conciliadores, no solo con nuestra vida familiar, sino también con nuestro tiempo biológico, se vería escuchada.
Entretanto echémosle la culpa al despertador.
(Por The Conversation)