Mercedes Sayagues
En 1993, mi hermana Ani y su esposo Raúl vinieron desde Buenos Aires a visitarme en Harare, Zimbabue, donde vivía. El sobrino de Raúl, Santiago Vázquez, un joven musicólogo, les pidió una mbira profesional. Fuimos al taller del Museo de Ciencias Humanas y el curador eligió una.
Esa fue la primera mbira que Vázquez tocó. “Me enamoré del sonido,” recuerda. Hasta entonces, Vázquez solo la conocía por el libro y el CD Alma de Mbira. Cree que esta fue la primera mbira en llegar a músicos argentinos.
Vázquez estudió, interpretó, compuso, enseñó y difundió la mbira con entusiasmo contagioso. Su álbum Mbira y Pampa (2004) la llevó a un público muy amplio. Con los años, una vibrante comunidad de mbiristas ha florecido en Argentina, principalmente en Buenos Aires, Córdoba y Mendoza.
Desde 2004 y durante siete años los mbiristas trajeron a Erika Azim, una virtuosa de la mbira formada en Zimbabue desde 1974. En sus talleres, Azim enseñó la técnica, ritmo, afinación, canciones tradicionales en lengua Shona, a acompañar con el hosho (maracas) y el significado cultural de la música de mbira.
La mayoría de los mbiristas argentinos tocan en estilo tradicional; algunos fusionan ritmos del folklore local. Como en el jazz, los temas tradicionales se enriquecen con nuevas interpretaciones según el estilo individual y del momento. Cuatro músicos han grabado albums disponibles en plataformas online.
Muchos han viajado a Zimbabue para aprender con los grandes maestros. Esos viajes son una experiencia transformadora.
“Hay un antes y un después cuando estudiás música en África,” explica Hernán Gulla, fotógrafo, carpintero, profesor de música, mbirista desde 2003 y autor de dos albums.
“La forma de entender, enseñar y transmitir la música de mbira es muy distinta a la occidental,” añade Gulla. “Fluye. No dan clase. Hacen un círculo y tocan y tocan y tocan. Así los jóvenes van aprendiendo. Me cambió para siempre mi forma de enseñar.”
En Córdoba, el luthier Rodrigo Laje ha fabricado más de 400 mbiras y kalimbas, perfeccionando su técnica en dos viajes a Zimbabue. Filmó la fabricación del instrumento y su rica historia en Kunakirwa (“Disfrutar juntos”), un documental presentado en el Festival de Cine Africano en Argentina en 2024.
¿Apreciación o Apropiación Cultural?
La expansión global de la mbira genera preguntas sobre apropiación y apreciación cultural. Los maestros entrevistados en Kunakirwa valoran la difusión de la mbira a través de otras culturas y otros países.
“Si comprendes el significado de las canciones, puedes cantar en tu idioma y tu vadzimu, tu espíritu, te escuchara,” dice Tute Chigamba.
Laje cuenta que Chigamba, 85, puede tocar en una bira, ceremonia de toda la noche y seguir tocando hasta las 9 am “impulsado por una energía espiritual y grupal.”
Las comunidades de origen hablan de apropiación cuando sus productos culturales se comercializan para el beneficio económico de otros.
“Nadie gana dinero con la mbira en Argentina,” explica David Veluz, realizador de documentales y mbirista radicado en São Paulo, Brasil. “Todo es autofinanciado, encuentros, conciertos, grabaciones. Quienes pueden viajan a Zimbabue, aprenden, traen instrumentos y comparten la música.”
En conciertos y encuentros, los músicos argentinos destacan el papel ritual del instrumento.
“Interpretamos la mbira desde un lugar de respeto por la cultura Shona y nos conectamos con una energía universal ancestral,” dice Nicolás Falcoff, DJ de radio y mbirista desde 2007.
Varios músicos señalan las raíces afro del tango, de las chacareras y malambos del folklore argentino. El bombo legüero y la caja vidalera nacen de la fusión del tambor africano y tamboriles indígenas. Existe una afinidad con estructuras musicales no temperadas, distantes del canon occidental.
“Me atrajo porque es una música hipnótica que se toca colectivamente, a diferencia de la guitarra y el piano que tambien estudié,” dice Melina Boyadjian, una de las primeras mujeres mbiristas argentinas.
La mbira en Uruguay
En noviembre de 2024 asistí a un encuentro de cuatro días en Mendoza que reunió a 40 mbiristas, desde principiantes a veteranos. Los talleres alternaban con sesiones de música hasta el amanecer. Los sonidos cristalinos de docenas de mbiras flotaban hacia la Cruz del Sur, a un océano de distancia de Zimbabue.
Los veteranos conocían la historia de la icónica mbira traída de Harare, que Santiago Vázquez contaba en los conciertos. Todavía la tiene y la toca. “No se la presto a nadie, es especial. Presto otras mbiras que compré después en Sudáfrica,” dice sonriendo.
Vázquez exploró otros instrumentos, fundó y dirigió varias bandas reconocidas como Puente Celeste, Bomba de Tiempo y la Grande), y desarrolló un lenguaje de Ritmo con Señas para dirigir improvisación rítmica y composición en tiempo real, usado en 30 países. Pero nunca dejó de lado la mbira.
Radicado ahora en Maldonado, los lunes toca en Puerto Narakan con su nuevo grupo ÑU. A veces toca con otros mbiristas residentes en Punta del este, como Nicolas Cherñajovsky. Para febrero Vázquez tiene programado un taller de percusión y mbira en Pan de Azúcar.
Desde Zimbabue, cruzando el océano Atlántico hasta el Rio de la Plata, la mbira es un puente que conecta continentes y culturas.
La mbira o piano de pulgar consiste en un tablero de madera con teclas metálicas que se tocan con los pulgares. Para amplificar su sonido se la coloca dentro de una calabaza resonadora, deze, decorada con conchas o chapitas cuyo zumbido enriquece los tonos. La música de mbira conecta con los espíritus ancestrales y tiene un profundo significado cultural y espiritual.