Lucila Marti Garro, La Nación - GDA
A media hora de las luces y rascacielos del Downtown de Miami, hay un mundo agreste, plácido y silencioso. El Parque Nacional Biscayne muestra a los visitantes la otra cara de esta ciudad, escondida en las aguas azules y los densos fondos marinos de su gigantesca bahía.
La reserva está en un 95% compuesta por agua. Tiene su propia vida y una curiosa historia de fiestas y clandestinidad. El paseo sale de Dinner Key Marina, en las costas de Coconut Grove. Una lancha para 30 pasajeros espera amarrada, que en temporada alta sale siempre llena. Hay dos salidas diarias: 9.15 y 13.15. Yo tomo la última.
Jenna, una señora en sus 50, es nuestra guía. Se presenta con sus largas trenzas rubias y su piel curtida, cuando empieza a contar las características de este mundo marino: que hay 40 cayos a lo largo del sur de Florida hasta llegar al último llamado Dry Tortugas, que estamos en el lugar con la población de vida marina más diversa de toda la costa este del país, o que aquí está la tercer barrera de coral viva más grande del mundo.
La lancha va despacio, hay manatíes en la zona. Dejamos manglares a nuestro paso, hasta quedar en mar abierto. El barco encara ahora a mayor velocidad, hacia unas figuras oscuras en el horizonte.
Son casas, en la mitad del agua. Frágiles, solitarias, misteriosas. Seis casas descansan levitando sobre el mar verde, lejos de tierra firme. Están asentadas sobre pilotes (stilts, en inglés), algunos ya reforzados en cemento, otros aún de madera, lo que le da el nombre de Stiltsville. Hacia atrás, el Downtown de Miami se divisa tan lejano que se puede tapar con las dos manos.
Jenna cuenta que su origen data de fines de 1920 y principios de 1930, cuando la ley seca prohibía la venta y consumo de alcohol. El fundador, llamado Crawfish Eddy Walker, puso la primera cabaña en el área, donde los pescadores se reunían a tomar una cerveza fría, jugar al poker y hacer apuestas. Como el rigor de la ley llegaba hasta una milla de la costa, Stiltsville nació justo después de ese límite. Otras almas pecadoras fueron creando sus propios escaparates. “Yo llamo a la bahía el Lejano Oeste del mar. Es donde ocurren las cosas ilegales. Fue el primer VIP de Miami. En su esplendor hubo probablemente 35 casas, mucho más juntas, y durante la marea baja podías caminar de casa a casa”, relata la guía.
Con bikini, gratis
Los años 30, 50 y 60 fueron de muchas fiestas. Estaba el Calbert Club, el Quarterdeck, o el Bikini Club (un yacht de 150 pies que encalló) que tenía una membresía de un dólar anual, y si las damas tenían bikini tomaban gratis. Por vender alcohol sin licencia, el club fue allanado en 1965 y cerrado por el Departamento de Bebidas del Estado.
Pero más fuerte que el peso de la ley fue la furia de la naturaleza. En 1960 el huracán Donna se llevó volando 20 casas, de las cuales 8 fueron reconstruidas. Cinco años después llegó Betsy; y en 1992, Andrew dejó en pie solo siete viviendas. “Cuando yo venía en los 80, había 17 casas acá. Mi mamá nos traía, ella se juntaba en alguna casa con amigos y nosotros nos quedábamos haciendo snorkel o jugando en el agua. Luego como adolescente veníamos en lancha, anclábamos en zonas de baja profundidad y mis amigos jugaban futbol, o frisbee. Entrábamos si había una casa abierta, veníamos todos los fines de semana”, recuerda Jenna.
Hace dos años, una de ellas se prendió fuego y quedó destruida. Hoy son apenas seis, bien distanciadas unas de otras. En unos años quizá ninguna de estas joyitas exista. La ley vigente indica que si alguna recibe daños por más del 50 por ciento de su estructura, debe ser removida.
Dejamos atrás estas sobrevivientes y encaramos hacia un faro. Sobre algunos pilotes de señalización nos miran los cormoranes. Ya nos habían advertido que sabríamos diferenciarlos, pues estos pájaros se paran sacando sus alas como Karate Kid. El agua va cambiando de color, a un turquesa más claro. Es por el fondo, que en vez de seagrass, el pasto de mar que produce más oxígeno que un bosque, ahora tiene manchones de arena.
El Fowey Rocks Lighthouse se construyó en 1878, es un faro con una enorme estructura metálica color óxido que viene a reemplazar aquel que funcionaba en Key Biscayne. Pero no fue hasta casi 100 años después, que su luz se automatizó. Hasta ese entonces, los soldados vivían por tres meses en una mínima casilla que hay a su lado y todas las tardes encendían el faro. Llegar hasta el continente les podía tomar 6 horas, tarea imposible para hacer diariamente. Por eso, Jenna señala la isla más cercana, la primera del cordón de cayos que se asienta en este parque nacional, y se llama Soldier Key. Allí vivían los demás soldados y se guardaban provisiones.
El capitán apaga el motor y quedamos a la deriva. “Disfruten este día, es casi imposible que por las tardes el mar esté tan plano”, dice. Es un espejo. Recomiendan hacer esta excursión por la mañana, que las aguas suelen ser más calmas que en la tarde. “Es como si estuviéramos haciendo snorkel, o en un barco con fondo de vidrio”, dicen.
Miramos hacia abajo y vemos todo tipo de criaturas. Jenna y el capitán, con el ojo adiestrado, nos van mostrando diferentes especies. “¿Es un angelote?” pregunta uno al otro. Se asombran y lo disfrutan como si fuera la primera excursión que hacen. Hay aguas vivas del tamaño de un balde, peces de colores, tortugas marinas. Una mantarraya se escabulló entre miradas.
La lancha arranca nuevamente hacia la próxima parada: Boca Chita Key, la isla más visitada del parque, donde Mark Honeywell, un adinerado creador de la compañía homónima, construyó su casa de vacaciones en la década de 1930. “Lo usaban como una isla de fiesta para el Comité de los 100, las cien personas más ricas o influyentes de Estados Unidos en esa época. Venían todos en sus yates. Hay una pequeña capilla y un granero. Todas las estructuras salvo los baños son originales de los años 30″, informa Jenna.
De las estructuras supervivientes, el faro revestido en coral de 20 metros de altura es la atracción estrella y ofrece vistas panorámicas del mar y la ciudad desde su cubierta superior. Jenna tiene la llave, abre la puerta y allá subimos. Desde lo alto se ve el fondo del mar. “Miren, un tiburón de punta negra”, dice con total naturalidad, justo cuando yo pensaba encarar hacia la playa a bajar la temperatura corporal.
Boca Chita tiene una pequeña dársena para lanchas. Hay solo cuatro amarradas con familias o parejas. Se puede pasar la noche y acampar, pero hay que llegar por los propios medios.
El capitán nos da una hora hasta la zarpada, lo justo para hacer un picnic en una de las mesas (todas tienen parrilla), y darme un chapuzón en su pequeña playa. Hay una ruta de senderismo de 700 metros que da toda la vuelta a la isla pero no alcanza el tiempo para conocerla, ni tampoco para probar las parrillas. La excursión nos lleva de vuelta a Coconut Grove y Boca Chita quedó con sabor a poco. La paz y los paisajes de esta isla cautivan, pero el atardecer queda solo para aquellas almas que se quedan en sus propias lanchas.
Datos útiles
Excursión. El tour hacia Boca Chita Key sale a diario desde Dinner Key Marina in Coconut Grove. Horarios: 9.15 y 13.15. Duración, 3 horas y media.
Tarifa. Adultos, 83 dólares adultos; 49, chicos, de 5 a 12 años. Menores de 5, gratis.
Más salidas. Se ofrecen otras navegaciones por el Biscayne National Park, que incluyen la posibilidad de hacer snorkeling. Cuestan 209 dólares por persona.