¡Muzungu! El viaje de dos hermanos uruguayos por Burundi, un rincón de África en el que los niños marcaron su estadía

El paso de los hermanos uruguayos por un rincón africano, marcado por los más chicos.

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Germán y Nicolás están recorriendo África.
Foto: A la vuelta

Germán y Nicolás Kronfeld
Son las 7 de la mañana, nos despertamos sin alarma y nos aprontamos para una caminata al costado de una ruta en Burundi. Hace diez años que empezamos a viajar por el mundo y las caminatas son una actividad recurrente: nos permiten conocer paisajes y gente local, nos seducen con lo que nos espera al final del camino, las elegimos porque sabemos que el recorrido está lleno de sorpresas.

Burundi es un pequeño y muy pobre país del Este de África del que no sabíamos nada antes de venir. Ni siquiera podemos asegurar que conocíamos su existencia. Apareció como un “algo” cuando empezamos a bucear en los mapas de África y acá estamos. Otra situación recurrente de nuestro viaje: llegar a lugares que jamás soñamos, sorprendernos a nosotros mismos.

Burundi, por el tiempo que llevamos acá y por lo que pudimos averiguar, tiene pocas atracciones turísticas. Es uno de los países más pobres del mundo y no tiene tanta fortuna natural como sus vecinos, entonces no recibe visitantes en busca de elefantes, jirafas, leones y rinocerontes. Casi no recibe turistas.

En Burundi, por esos días, Nicolás y Germán eran los únicos turistas.
Foto: A la vuelta

Por eso, nos agarramos de cualquier consejo local y salimos a buscar aventuras. Nos dijeron que vayamos hasta una zona del país en el que las plantaciones se entremezclan de tal manera, que las laderas de las colinas parecen hechas de retazos con distintos colores y texturas.

Y allá vamos, pero a pie, como siempre, para conocer a las personas que viven de forma anónima entre la ciudad y el punto que nos indicaron.

Lo que vemos son casi todos niños. África es sinónimo de niños. Porque son muchos y porque los adultos son pocos; porque el promedio de edad es muy bajo y porque cada año nacen muchísimos más. También porque son ellos los que se maravillan cada vez que nos ven e inmediatamente gritan “muzungu”, que significa “hombre blanco” en suajili. No solo gritan: se acercan a vernos, llaman a otros, se ríen todos juntos, saltan y bailan.

Algunos se quedan petrificados por unos segundos, no lo pueden creer. Otros se arriman cautelosos y les cuesta terminar de entender qué está pasando.

Nicolás y Germán en Burundi.
Foto: A la vuelta

En las ciudades, la sorpresa siempre es menor, por supuesto. En algunas caminatas por otras zonas rurales, los gritos nos hicieron saber que esos niños veían llegar muy pocos blancos. Pero esta mañana pasa algo distinto a todo lo anterior: estamos casi seguros de que esos niños no vieron un “muzungu” en toda su vida.

Salen de todas partes. Gritan, alertan a los demás, nos siguen y nos observan como si fueran testigos de la llegada de extraterrestres. Algunos, los más osados, se acercan a saludar chocando los cinco. Cuando paramos a comer o tomar agua, aprovechan el rato y luego de mirarnos, se arriman bien cerca para ver cómo es nuestra extraña piel. Dos o tres nos pellizcan, a ver de qué se trata esa capa tan blanca que nos recubre.

Al terminar nuestro recorrido, luego de varios kilómetros y cientos de saludos al grito de “muzungu”, llegamos a la aldea más lejana de la caminata. Ahí, nuestra llegada convoca a casi todos los habitantes. Los adultos, que juegan a las cartas, nos dan sus asientos para que nos quedemos. Los niños, en una especie de masa uniforme y sigilosa, se van acercando poco a poco hasta rodearnos por completo.

Después de un rato, sacamos la cámara para retratar semejante espectáculo y el asombro es todavía más grande. Y sin querer y sin posar, los niños salen en las fotos con unas sonrisas inmensamente grandes, genuinas, de felicidad total.

Este viaje no sería lo mismo sin ellos, sin los niños. Nada sería igual sin sus avisos de “muzungu”, que alertan a sus vecinos de lo que está por suceder, les advierten que se viene un encuentro especial. Y a nosotros nos tranquiliza: nos asegura que somos bienvenidos y nos recuerda, a cada grito, que la conexión humana no entiende de colores ni riquezas y que para entender eso, no hay nadie mejor que los niños de África.

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Germán y Nicolás Kronfeld son los creadores de A la vuelta, proyecto con el que recorren el mundo desde hace diez años.

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Germán y Nicolás Kronfeld.
Foto: A la vuelta

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