Lucía González Safont & Marisa Estarlich, The Conversation
Álex es un niño muy movido. Tiene muchas ideas pero ninguna buena, porque hace muchas trastadas. Si por lo menos prestara atención a las cosas que le digo, ¡pero ni eso! Yo creo que es hiperactivo…
Así califica la madre de Álex lo que le pasa a su hijo, que podría sufrir el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Implica falta de atención (incapacidad para concentrarse), hiperactividad (movimiento, golpeteo o conversación inapropiados) e impulsividad (actuar sin pensar).
Para ser diagnosticado, debe presentarse en dos entornos distintos (en casa, en el colegio, con sus amistades…) y durante, al menos, seis meses, según el DSM-5. Las condiciones las cumplen el 3-5 % de los/as niños/as y el 5,9-7,5 % de las personas adolescentes. El TDAH se clasifica en tres categorías: hiperactivo-impulsivo, inatento y una combinación de ambos.
No obstante, hay que considerar que muchos de sus síntomas son compatibles con el comportamiento infantil normal. Los más pequeños están aprendiendo sobre su mundo social y transgredir las normas forma parte de este proceso.
Dormir bien, fundamental en la infancia.
Martina no necesita dormir. Cada vez que hay que acostarla, es un drama. Duerme menos que otros niños o niñas de su edad, se mete en nuestra cama y algunas veces se despierta sobresaltada en mitad de la noche.
El padre de Martina no debería restarle importancia al comportamiento de su hija: dormir bien es básico para el rendimiento físico y mental, que implica el aprendizaje, la memoria, la generalización del conocimiento y el procesamiento emocional. Esto se aplica especialmente a la infancia, ya que es un período sensible a la maduración cerebral y el desarrollo cognitivo. Por eso, los problemas de sueño pueden tener consecuencias a corto y largo plazo.
¿Y con qué frecuencia sucede? Parece que las alteraciones en el descanso nocturno son bastante comunes en los primeros años de vida. Las padecen entre el 24 y el 40 % de los/as niños/as y alrededor del 20 % de los adolescentes. Pero el porcentaje se dispara en el grupo de los menores con TDAH: afecta hasta al 73,3 % de los casos.
Una relación compleja.
Los estudios no dejan claro si el TDAH altera el sueño o si dicha alteración tiene consecuencias sobre la conducta. En realidad, las dos posibilidades pueden darse simultáneamente.
Por un lado, quienes sufren TDAH podrían tener ritmos circadianos propios. Por ejemplo, pueden experimentar ciclos de sueño-vigilia más largos o contar con una arquitectura del sueño diferente, lo que afectaría a su descanso nocturno.
Por otro lado, la privación de sueño podría disminuir la actividad del córtex prefrontal. Esta área del cerebro se encarga de las llamadas funciones ejecutivas, que regulan la atención y controlan los impulsos. Algunos investigadores creen que es donde se esconde la conciencia humana y la voluntad. Por tanto, los problemas de sueño podrían producir síntomas que “simulan” los propios del TDAH.
En un estudio reciente, nos decantamos por la segunda alternativa, sin dejar de tener en cuenta la influencia de la primera. Para ello, se utilizó la información de alrededor de 1.200 niños y niñas españoles obtenida por el Proyecto Infancia y Medio Ambiente (INMA).
Los problemas para dormir se midieron a los 8-9 años, y los síntomas de TDAH a los 10-11 años. Analizamos la relación entre ambos y tuvimos en cuenta otros factores que podrían tener un efecto en dicha vinculación. De este modo observamos que por cada unidad de incremento de las alteraciones de sueño (del 0 al 9), aumentaban los síntomas entre un 10 y un 16 %.
Por otra parte, el carácter longitudinal de la cohorte INMA nos permitió clasificar a los/as niños/as en función de si tenían síntomas compatibles con el diagnóstico de TDAH en varias etapas de la infancia.
En base a esto, se repitieron los análisis sin tener en cuenta los clasificados con síntomas compatibles con el diagnóstico de TDAH, a los cinco años (previo a los problemas de sueño) y a los 8-9 años (simultáneo a los problemas de sueño). Así, encontramos que los resultados apenas variaban. Por tanto, esa relación entre una mala función del sueño y síntomas de TDAH se mantuvo para aquellos que no tenían previa ni simultáneamente el trastorno.
Además, vimos que la relación entre los problemas para dormir y el TDAH variaba en función de la situación laboral del padre. Si este trabajaba, había una relación directa entre ambas circunstancias, pero no ocurría así en los/as hijos/as de padres no trabajadores.
En resumen, las alteraciones de sueño se relacionaron con posteriores síntomas de TDAH en nuestra muestra. Esta evidencia podría tenerse en cuenta en iniciativas como el Programa de Salud Infantil: incorporar pruebas de cribado para la detección de problemas de sueño es rápido y sencillo. El fomento de una buena higiene de sueño desde la atención primaria podría prevenir problemas relacionados con el TDAH.