Por Rosana Decima
El término francés L’îlot , en español, significa “la pequeña isla” y hace pocas semanas algo similar a eso —una especie de oasis con sabores y tradiciones bien francesas— se instaló en plena Ciudad Vieja de Montevideo.
Cada mañana, el movimiento empieza temprano en L’îlot cantine française, que está en la calle Buenos Aires, entre Treinta y Tres y Misiones. Olivier Crampes, un francés de 38 años, llega siempre antes de que salga el sol para comenzar a amasar.
Quizá podría decirse que este hombre se enamoró por partida triple en Uruguay: primero de Iliana, la uruguaya que le robó el corazón y con quien está casado y tiene dos hijos; luego de Defensor Sporting Club, institución de la que es hincha, socio y no se pierde ni un solo partido; y de Montevideo, lugar que eligió para vivir y cumplir el sueño de tener su propio negocio.
Un viaje de mochilero que le cambió la vida.
Hace ocho años, este francés aprontó sus cosas y salió de mochilero a recorrer distintos países. Viajó durante seis meses y entre otros países conoció Brasil, Argentina y Uruguay. Con Montevideo le pasó algo extraño: “Llegué un domingo, una tarde de lluvia y caminaba por 18 de Julio y no había nadie. Pensé ´qué raro este país´. Pero me quedé y con el paso de los días me gustó mucho, y empecé a pensar en tener un proyecto de vida”, contó.
Dos meses después de ese domingo lluvioso que le dio la bienvenida a la capital uruguaya, Olivier viajó a Buenos Aires y, como era costumbre, se alojó en un hostel. El destino lo hizo coincidir en el hospedaje con Iliana, una joven contadora uruguaya que cruzaba el charco unos pocos días al mes para cursar una maestría.
“Nos conocimos en ese hostel en Argentina. Después ella vino a Uruguay y yo me fui a Francia, a hacer una temporada más para juntar dinero y regresar a Uruguay”, detalló Olivier. Al tiempo, la pareja se formalizó y ya instalados en Montevideo, le dieron la bienvenida a Antonia, su primera hija.
Su vida en Francia.
Olivier creció en Béarn, en la ciudad de Pau, al suroeste de Francia. Mientras estuvo en su país, se formó como panadero y además de ejercer ese trabajo también se desempeñó en otras áreas de distintos restaurantes. En el fondo, siempre soñó con tener un emprendimiento propio, pero “en Francia es más complicado, porque hay muchos lugares así. Entonces siempre pensé en hacerlo fuera de mi país”, contó.
El primer tiempo que estuvo en Uruguay también siguió con trabajos relacionados a restaurantes, pero siempre de forma dependiente.
Mientras tanto, su pareja uruguaya empezó a sentir ganas de probar la vida en Francia: lo planificaron bien, armaron los bolsos y partieron rumbo al aeropuerto en una nueva aventura.
Hubo dos cosas que marcaron esa estadía en Francia: el nacimiento de su segundo hijo y la llegada del Covid-19. “Cuando estábamos llegando nos enteramos de que esperábamos a nuestro segundo hijo. Emiliano nació allá, donde estuvimos unos tres años, pero justo nos sorprendió la pandemia y no fue el mejor momento para que Iliana se desarrollara profesionalmente en Francia. Mientras tanto yo hacía de todo, trabajé en una panadería y en restaurantes”, contó Olivier.
La vuelta a Uruguay.
Pasada la pandemia, las ganas de volver a Uruguay crecían cada vez más. “Mi esposa quería volver y yo aún más, porque en realidad me encanta vivir acá, yo no quería quedarme en Francia”, recordó Olivier.
La idea de vivir en algún país de Sudamérica se había instalado en su cabeza desde hacía años. “El padrino de mi hija es chileno y él había estado bastante tiempo en Francia. Por mi amistad con él comencé a conocer más estas regiones y siempre me gustó más que pensar en vivir en Estados Unidos o algún país de Asia, por ejemplo”, detalló.
La pareja volvió definitivamente a Uruguay a fines de 2022, ella ya con un trabajo, él con ahorros. Y la “pequeña isla” surgió como una gran oportunidad: “Cuando llegamos teníamos muchas cosas para resolver. La escuela de los niños, dónde viviríamos. Yo volví con la idea de tener mi propio negocio. Un día vino mi cuñado y me dijo que un amigo suyo dejaba un local en Ciudad Vieja. Fuimos a verlo, entré y sentí que este era mi lugar”.
En enero le dieron las llaves y aprovechó las vacaciones de los niños y, con sus propias manos, arregló el espacio: hubo que pintar, poner en funcionamiento el horno y ajustar varios detalles más. Finalmente, en marzo abrió al público.
La propuesta de L’îlot cantine française.
En L’îlot cantine française pueden encontrarse especialidades gastronómicas de estilo bien francés: baguettes, croissants, pain au chocolate, croque Monsieur, quiche. El local también tienta con opciones para almuerzos como ensaladas, tartas, tortillas y elabora un menú especial cada viernes.
Olivier llega al local antes de que salga el sol para comenzar a preparar sus delicias: “Lo más importante es que hacemos todo en el día, nunca vendemos nada que sea de la jornada anterior. Lo que tenemos son todos productos frescos”.
La mezcla de nacionalidades no solo se da en su hogar (él y su hijo menor son franceses, su esposa y su hija mayor, uruguayas), sino que también sucede en su cocina: el equipo de L’îlot se completa con un uruguayo y una venezolana que le terminan de dar un toque especial a cada preparación. “Johana es de Venezuela y tiene un montón de ideas que yo no tengo, como por ejemplo las salsas que prepara para las ensaladas. Y también está Piero que es uruguayo y tiene también muchas ganas de probar cosas nuevas, tienen muchas ideas. Es un lindo equipo”, concluyó.
Su amor por Defensor, incluso estando en Francia.
Aún en Francia, Olivier seguía partido a partido al cuadro uruguayo de sus amores: Defensor Sporting. Ser tan hincha implicó que pasara noches casi en vela, porque la diferencia horaria entre Francia y Uruguay lo obligaba a mirar los encuentros de madrugada. “Me levantaba en plena noche para mirar los partidos, y si no podía hacerlo buscaba el resumen después por Internet. Cuando hace unos pocos años Defensor bajó a la B, me acuerdo que ese lunes fui al trabajo y les contaba a mis compañeros, y ellos no entendían cómo me ponía así de mal y me hacía tanto problema”, recordó.
Hoy en día, vivir en Montevideo, le permite ir a la cancha para casi todos los partidos y a veces incluso lo acompañan sus hijos, Emiliano y Antonia, que actualmente tienen 3 y 5 años.
Su historia con el club comenzó hace varios años gracias al uruguayo Diego Rolán, que en aquel momento jugaba en Bordeaux de la Liga francesa, pero que se había formado en Defensor Sporting.
“Cuando llegué a Uruguay esa semana jugaba Defensor con Nacional. Entré al estadio y me sentí como si fuera mi casa. Además fue tremendo partido, mi equipo iba perdiendo y a último momento lo dio vuelta. Al poco tiempo, para mi cumpleaños siguiente, Iliana me regaló la membresía y desde ahí soy socio, contó.