“Aquella noche, cuando Jim Stampley me preguntó qué podía haber hecho yo para ir más rápido, le respondí: seleccionar mejor a mis padres. Todos tenemos ciertas limitaciones genéticas que no pueden superarse mediante el entrenamiento…”.
Esta frase tan demoledora la pronunció Jonathan Boyer, primer ciclista estadounidense en competir en un Tour de Francia, al ser preguntado por un periodista de la cadena ABC en el año 1980.
Cada vez que contemplamos a un deportista que destaca sobre el resto solemos decir que “tiene talento”, o que “tiene una genética privilegiada”, o que “tiene cualidades”. ¿Pero conocemos realmente al detalle qué le hace ser un deportista de élite que destaca sobre sus contrincantes?
El rendimiento deportivo está escrito en el ADN.
Parte de la respuesta está en el ADN, que contiene las instrucciones genéticas utilizadas en el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos.
La información genética se almacena en forma de cuatro bases químicas, la escritura que nos define: adenina (A), timina (T), guanina (G) y citosina (C), que están dispuestas en una secuencia específica a lo largo de la cadena de ADN. La secuencia de estas letras en la molécula de ADN determina el código genético, que contiene instrucciones para el desarrollo y la función de todas las células del cuerpo y de las habilidades que un ser humano pueda desarrollar, entre ellas las relacionadas con la práctica deportiva.
Los avances en la tecnología de secuenciación del ADN han hecho posible leer y analizar este código de un individuo. Eso permite a los investigadores conocer la base genética de diversas enfermedades. Pero además, en los últimos años ha cobrado mucha relevancia en el mundo de la medicina deportiva y la fisiología la asociación de la genética con el rendimiento. Sobre todo en el deporte de élite.
Existen pruebas e investigaciones que sugieren que la genética puede influir en la capacidad deportiva. Ciertos rasgos físicos, como el tipo de fibra muscular, el tamaño del músculo, el metabolismo muscular, la capacidad de recuperación y la composición corporal, pueden estar influidos por los genes y afectar al rendimiento deportivo.
Los velocistas tienen más fibras musculares de contracción rápida.
Claros ejemplos son las modalidades a las que los deportistas de élite están “predestinados” por su genética. Por ejemplo, los velocistas o deportistas de potencia suelen tener un mayor porcentaje de fibras musculares de contracción rápida, que les permiten generar potencia explosiva y velocidad, de ahí sus características de cuerpos extremadamente musculados.
Los deportistas de resistencia, por su parte, suelen tener un mayor porcentaje de fibras musculares de contracción lenta, lo que les permiten mantener la actividad durante periodos de tiempo más prolongados.
A su vez, algunos deportistas pueden tener variaciones genéticas que permiten a sus cuerpos procesar y transportar el oxígeno de forma más eficiente a los músculos, un rasgo beneficioso para los deportes de resistencia.
La genética es una pieza más.
De lo expuesto se concluye que algunos deportistas pueden tener una ventaja genética que les haga más aptos para determinados deportes. Sin embargo, la genética por sí sola no puede determinar si una persona se convertirá en un deportista de élite, ya que existen otros muchos factores que también desempeñan un papel importante en el éxito deportivo. Entre ellos el entrenamiento, la nutrición y los factores psicológicos, que pueden definir ese estatus de deportista de élite.
La genética no es más que una “pieza” que faltaba en el puzzle del entendimiento en el rendimiento deportivo y que en pocos años nos ha otorgado suficiente conocimiento para poder prevenir lesiones deportivas en deportistas de élite e incluso llegar a crear perfiles genéticos para la detección del talento deportivo por selección genética.
Estas son las primeras “piedras” en la edificación del conocimiento que nos hará conocer mejor a los deportistas de élite. Incluso podría ayudarnos a identificar a los deportistas que están tocados por esa “varita mágica” innata, y que hay que saber dirigir y orquestar para que lleguen a su máximo potencial.
Pero sin olvidar que una cosa es la predisposición genética y otra la realidad. Se calcula que la genética influye en un 10-25 % en que alguien se convierta en un deportista de élite. El entrenamiento, la dedicación y un entorno favorable son factores que hacen el resto, y son esenciales para alcanzar el éxito deportivo.
Por eso, argumentar que la genética “no acompaña” no puede servir de excusa para no intentarlo y alcanzar rotundos éxitos en el deporte.
David Varillas / The Conversation