Melanie Shulman, La Nación/GDA
Desde hace una década, Leonardo Morilla practica ciclismo. A sus 36 años, este argentino radicado en Italia rompió un nuevo World Guinness Record -que aún está en proceso de hacerse oficial- al atravesar los 3000 kilómetros que separan Marrakech de Dakar, África, en 12 días, 22 horas y 44 minutos. Hasta el momento, el podio lo ocupaba el iraní Reza Pakravan, que en marzo de 2011 se coronó al pedalear una de las rutas que une estos dos países en 13 días, cinco horas y cincuenta minutos.
Esta intrépida idea apareció hace unos años mientras pedaleaba por los Alpes suizos. Aunque antes tuvo varios intentos fallidos. “Un día, experimentando viajar liviano sin equipaje mientras cruzaba esta zona montañosa, se largó una tormenta fuerte. Era la madrugada y solo tenía una bolsa de dormir. La puse debajo de un árbol y me acomodé dentro”, cuenta Morilla. Fue durante esa experiencia que se dio cuenta de que su cuerpo había conseguido un equilibrio técnico para poder dormir y se propuso romper un nuevo récord en bicicleta.
Postularse en Guinness no fue nada fácil. Le llevó varios años lograr que esta reconocida empresa le aprobara el recorrido. “La primera vez que me contacté, me lo cancelaron por el peligro que implicaba el trayecto, sobre todo porque la ruta pasaba por zonas en conflicto. Inmediatamente abandoné la idea. Hace tres años retomé el plan y tardé un año y medio en que me dieran el ok. En el ínterin presenté cuatro rutas distintas para poder hacer en el Sahara”, recuerda el ciclista.
Con la aprobación lista, el gran desafío por delante era prepararse. En este camino, “el entrenamiento mental era más importante que el físico”, destaca Morilla y explica que en el contexto de una hazaña como esta, en la que debía permanecer solo durante largos períodos y a veces también incomunicado, el enfoque de la preparación se alejó bastante de cualquier otro deporte, incluso poco tenía que ver con el del ciclismo profesional. Por esta razón, “desarrollé un entrenamiento específico que me permitiría pedalear largos tramos sin casi detenerme “, cuenta.
El trabajo se basó en entrenar cuatro pilares. Primero la voluntad: “Para tener la fuerza de seguir adelante a pesar de las adversidades. Todos los días, al menos durante dos horas, me imaginaba cada detalle del viaje, por ejemplo, el calor, la falta de agua, la escasez de comida. Así me preparaba mentalmente para sobrellevar estas posibles situaciones difíciles”, relata Morilla.
Segundo, se enfocó en el manejo de los sentimientos porque según dice, “los problemas personales pueden influir en nuestra actitud al pedalear; todo lo que nos pasa por la mente repercute en nuestro cuerpo. Los pensamientos forman parte de nuestro combustible para avanzar”.
El tercer eje en el que reparó fue la honestidad consigo mismo, una cualidad que le daría la chance de dialogar solo y hacerse preguntas: “¿Estoy siendo fiel a mi voluntad? ¿Realmente necesito dormir siete u ocho horas? ¿Puedo evitar el sueño por un día? Lo positivo de ser honesto es que brinda fortaleza. Al no tener que justificar ni dar explicaciones a nadie, estás directamente alineado con tu voluntad”, explica Morilla.
Finalmente, el último pilar fue el entrenamiento físico el cual logró compaginar con sus responsabilidades laborales. “Tenía la complicación de trabajar entre cinco y seis días a la semana unas diez horas diarias para costear esta travesía. Esto limitaba mi tiempo para ejercitar. Además, la fuerza de voluntad es como un músculo, se puede entrenar pero también se fatiga. No podía realizar nada que pareciera una tarea adicional, necesitaba sentirme libre y pensar que no estaba entrenando sino ´saliendo a distraerme´”, narra Morilla.
Con esta premisa, organizó el entrenamiento en bloques: “Todos los días recorría 40 kilómetros a través de las montañas en mi camino al trabajo, los domingos participaba de alguna carrera de 160 kilómetros y tres veces por semana cruzaba una cuesta muy cerca de mi casa de 500 metros de elevación”, explica. Luego, una vez al mes “me retiraba a los Alpes suizos o franceses durante tres días para pedalear 250 kilómetros y entrenar en altitud”, detalla Morilla.
La travesía en bicicleta.
La conquista del nuevo récord arrancó el 23 de julio de 2023 a las 22:30 horas de Marruecos. La idea de hacerlo en el verano de aquel hemisferio era para aprovechar los vientos a favor de hasta 40 kilómetros por hora, aunque unas posteriores e inusuales tormentas en Mauritania hicieron que fueran en contra la mayor parte del trayecto.
La partida de Marrakech estuvo llena de emociones. “Salí de Menara Gardens entre una multitud de personas y con tres testigos que firmaron los documentos del Guinness World Record. Me dieron consejos, abrazos y me alentaron con palabras positivas en árabe: ´Dios quiere que lo consigas´”. Esa noche, rememora este aventurero, hacían 37 grados, luego, “no tengo muchos más recuerdos además de escuchar música y controlar las pulsaciones”. Al cabo de un rato, ya había cruzado la primera parte de las montañas Atlas: “Logré ascender 2000 metros antes del amanecer”, relata Morilla.
Durante aquella primera jornada, Morilla tenía comida para no frenar durante 1000 kilómetros más aunque debía completar con proteínas. Por eso, al mediodía decidió parar y comer lo que servían: “parecía carne, pero en realidad era grasa hervida de algún animal con una salsa que estaba increíble”, recuerda el joven y comenta que al rato siguió rumbo a Tiznit, donde había localizado un camping. Para su sorpresa, al llegar, estaba cerrado, motivo por el que acomodó su carpa a contra una pared “para refugiarme del viento a las dos de la mañana”, dice Morilla y confiesa: “Era la primera vez que dormía en 40 horas”.
Aquella mañana del segundo día de travesía, “me desperté con el colchón inflable pinchado”, cuenta. “Sentía que mi cuerpo no se había recuperado en absoluto, tenía la mente nublada, pero igualmente guardé todo en los bolsos y continué”, relata Morilla. En este tramo del camino también aprendió los códigos de la ruta que rigen por esas tierras: “Me di cuenta que cuando un camión te toca bocina por detrás, no frena ni cambia de rumbo. Entonces tenés que aceptar las condiciones y tirarte fuera del asfalto, ya sea hacia la banquina, contra las piedras o una zanja”, revela. Esa noche encontró un camping donde quedarse: durmió siete horas y logró reparar el colchón.
Durante la tercera jornada los desafíos iban en aumento: mientras cruzaba la última parte del Atlas para llegar a la zona de TanTan, región al suroeste de Marruecos conocida también como “Las puertas del Sahara”, el viento que soplaba en contra y cruzado, no lo dejaba avanzar. Sumado a ello, “había ráfagas de arena voladora que me golpeaban y causaban sensación de ardor en la piel y mucha tos”, recuerda y precisa aún más: “No se distinguía entre el suelo, el aire y el cielo, todo eran montañas de arena”. Frente al incierto escenario, la única opción que encontró fue caminar durante tres horas hasta llegar a la ciudad de El Ouatia donde solo se habla árabe.
Pasó la noche en lugar muy precario que encontró y pudo comer un plato de pasta. Al día siguiente continuó la travesía y a las 11 de la noche llegó a las puertas de la ciudad de Laayune, en el Sahara Occidental donde debió atravesar una serie de exigentes controles policiales. Durmió nuevamente en un camping, “en una carpa muy sucia rodeada de hombres y escenas que parecían sacadas de una película de Mad Max: animales muertos, jeeps, camionetas y motocicletas destrozadas con piezas esparcidas por todas partes”, describe Morilla.
El siguiente destino fue cruzar la frontera de “No Men´s Land”, uno de los territorios más temidos por estar en conflicto: son cinco kilómetros donde no hay leyes ni gobierno. Una vez en zona, un grupo de militares lo detuvo y le prohibió avanzar por los peligros del sitio. Nervioso porque no podía cumplir con su planificación, pasó la noche resguardado en una estación de servicio. Antes del amanecer reanudó el viaje. “Desayuné un pan con huevos sin saber que esta sería mi última comida por más de 500 kilómetros”, recuerda.
Atravesar Mauritania, se sincera Morilla, fue lo más duro del viaje: no funcionaba ningún cajero automático y no conseguía alimentarse. Su primera noche en Nuakchot, capital de este país, la pasó en un hotel donde se solidarizaron con el recién llegado. Gracias a la amiga de un amigo que trabaja en una ONG de África, logró hacerse de 200 euros. “Ni bien recibí el efectivo me compré un plato de arroz con pollo. Pero me intoxiqué porque estaba en mal estado; me agarró fiebre y diarrea”, cuenta Morilla. Le quedaban menos de 48 horas para recorrer 600 kilómetros, llegar a Dakar y saber si rompía o no el récord mundial.
Sin pensarlo demasiado y como pudo, emprendió nuevamente viaje con la intención de frenar lo menos posible. Esa noche, cerca de Rosso, la frontera con Senegal, conocida por ser una de las más corruptas de África, “unos militares no me dejaron continuar por el peligro de la zona; me alojaron en una especie de jaula de gallinas donde inflé mi colchón y me metí en la bolsa de dormir”, relata. A la mañana siguiente lo levantaron a las siete, le regalaron un pan mordido y un mango y se marchó. “Por suerte ya no tenía fiebre, pero tampoco tenía demasiado tiempo y el viento seguía soplando en contra”, recuerda.
Pedaleó sin parar y a las 17:45 horas, exactamente 15 minutos antes del cierre, llegó al cruce con Senegal. Pagó alrededor de 70 euros en sobornos y se trasladó en canoa motorizada. Una vez en tierra, por esas vueltas inexplicables del destino se topó con un hombre que le gritó en español “¡Oye! ¡Te vi en el Sahara! ¡Has cruzado el Sahara! ¡Estás loco!”. Era un hombre de casi 70 años que compraba camiones en Europa y los vendía en África. “Siendo las 20 horas, su sugerencia fue que si quería romper el récord mundial, debía pedalear al menos 100 kilómetros más ese día antes de dormir”, precisa este ciclista.
Siguiendo esta recomendación, Morilla se marchó en dirección a Saint Louis donde llegó a las tres de la madrugada y se hospedó en la casa “de un buen amigo español: un médico que renunció a su vida en España y ahora vive en África trabajando para una ONG”.
Siendo el día 12, se despertó a las ocho de la mañana con dolor de estómago. Cuando encendió el GPS antes de arrancar a su destino final, se dio cuenta de que no había internet: el gobierno la había cortado debido a un intento de golpe de Estado. En medio del caos y los revuelos sociales, no le quedó otra que ir preguntándole a la gente cómo llegar hasta Dakar. En el trayecto, “algunos niños me amenazaban con palos y arrojaron piedras y botellas. Incluso hubo uno que me robó el agua”, cuenta Morilla acerca de sus horas finales de travesía.
Cuando llegó a Dakar se encontró con dos amigas que oficiaron de testigos, requisito impuesto por Guinness, quienes lo acompañaron hasta el Monumento del Renacimiento Africano. Ahora sí, objetivo cumplido. El 4 de agosto de 2023 a las 22:18 horas de Dakar, Leonardo Morilla batió un nuevo récord. Y con esta hazaña: un sueño cumplido.