En un nuevo estudio publicado en Nature, un equipo internacional de científicos sugiere que las acciones de una sola molécula —bautizada lac-phe— puede ser la respuesta a la pregunta “¿Qué tipo de ejercicio puede hacer para no tener ganas de comerse todo después de hacerlo?”.
La molécula, que se encuentra en el torrente sanguíneo de ratones, humanos y caballos de carreras, apareció en una profusión mucho mayor después de los entrenamientos extenuantes que de los que eran más fáciles, lo que sugiere que hacer ejercicio fuerte podría ser la clave para controlar cuánto comemos después.
Lo que nos hace sentir hambre, o no, después de hacer ejercicio ha sido un misterio. Durante décadas, los científicos han sabido que varias sustancias, como las hormonas leptina y grelina, viajan al cerebro y nos incitan a estar más o menos interesados en comer.
Los estudios muestran que el ejercicio altera los niveles de estas sustancias, pero también lo hacen la dieta y los hábitos de sueño. Algunos investigadores comenzaron a preguntarse si podría haber algún tipo de reacción específica al ejercicio que influya en el apetito.
El equipo de investigadores a cargo de este estudio comenzó haciendo sus pruebas en ratones. Pusieron a los roedores en cintas y los hicieron correr —a velocidades cada vez mayores— hasta que estos se agotaran. Antes de hacerlos correr, los científicos habían extraído sangre de los ratones, e hicieron lo mismo después, para tener con qué comparar los niveles de miles de moléculas en la sangre de los roedores devenidos en maratonistas.
Una de estas moléculas se destacó, aumentando más que cualquier otra. Se había observado antes en algunos estudios sobre el metabolismo y el ejercicio, pero su función química y biológica aún se desconocía. Los científicos descubrieron que esta nueva molécula, una mezcla de lactato y el aminoácido fenilalanina, aparentemente se creó en respuesta a los altos niveles de lactato liberados durante el ejercicio. Los científicos la llamaron “lac-phe”.
Con ese descubrimiento, los investigadores buscaron lac-phe en otras criaturas en ejercicio. Primero lo encontraron en el torrente sanguíneo de los caballos de carrera en niveles mucho más altos después de una carrera dura que antes.
Luego, el equipo de investigadores le pidió a ocho jóvenes sanos que hicieran ejercicio tres veces: una vez pedaleando a un ritmo pausado durante 90 minutos, otra vez levantando pesas y una tercera con varios sprints (corrida intensa) de 30 segundos en una bicicleta fija.
Los niveles sanguíneos de lac-phe alcanzaron su punto máximo después de cada tipo de ejercicio, pero fueron más altos después de los sprints, seguidos del entrenamiento con pesas. El ejercicio prolongado y suave produjo lo mínimo.
En otras palabras, cuanto más intenso era el ejercicio, más lac-phe se producía y, al menos en los ratones, más parecía disminuir el apetito.
“Los resultados son fascinantes y agregan una nueva dimensión a nuestro pensamiento sobre el ejercicio y la regulación del peso corporal”, dijo el profesor de bioquímica Richard Palmiter, un experto consultado al respecto que no participó del estudio mencionado.
Otro experto consultado y que tampoco formó parte del equipo que llevó a cabo la investigación —Barry Braun, del Laboratorio de Investigación Clínica de Rendimiento Humano de la Universidad de Colorado— comentó que desde hace mucho hacía falta más trabajo de investigación sobre aquello que regula el apetito humano: “Siempre supimos el menú de moléculas que parecen regular el apetito y la ingesta de alimentos (como la leptina y la grelina), estaba incompleto. Este nuevo metabolito/molécula es una adición potencialmente importante a esa lista”.
Suponiendo que este proceso funcione igual en humanos que en ratones, el descubrimiento de lac-phe puede ser una lección útil. Si queremos evitar comernos todo después de un entrenamiento, es posible que tengamos que aumentar la intensidad de los ejercicios que realizamos en el gym o en casa.
Esta noción podría ser tener una razón evolutiva de acuerdo al director del equipo responsable del nuevo estudio, Jonathan Long: “Si estás escapándote de un rinoceronte o de alguna otra amenaza, el sistema nervioso autónomo le grita al cerebro que detenga la digestión y cualquier otro proceso innecesario”.
En resumen: los ejercicios a realizar deben ser más parecidos a una carrera de Usain Bolt que al sostenido esfuerzo de un maratonista. O a la preparación de un luchador de sumo.
The New York Times