O Globo - GDA
El impacto de ponerle un nombre a un recién nacido puede ser aún más decisivo para su vida de lo que se imaginaba. De acuerdo con un estudio publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences, los rostros de los seres humanos tienden a cambiar con el tiempo para adaptarse a sus nombres.
“Los niños aún no se parecen a sus nombres, pero los adultos que viven con sus nombres por más tiempo tienden a parecerse a sus nombres. Estos resultados sugieren que las personas se desarrollan de acuerdo con el estereotipo que les fue dado al nacer”, escribieron los investigadores.
Durante los experimentos realizados por el equipo de investigación, niños y adultos necesitaron asociar fotos de rostros con nombres (una foto tenía cuatro opciones de nombres, siendo solo una correcta). Como resultado, ambos grupos de edades (uno de 8 a 13 años y el otro de 18 a 30 años) lograron adivinar correctamente los nombres de adultos teniendo como único parámetro su apariencia. Pero la misma tasa de éxito no fue posible cuando se trataba de adultos artificiales, creados por IA.
“Estos resultados sugieren que las personas se desarrollan de acuerdo con el estereotipo otorgado a ellas al nacer. Somos criaturas sociales que son afectadas por la crianza: uno de nuestros componentes físicos más únicos e individuales, nuestra apariencia facial, puede ser moldeado por un factor social, nuestro nombre”, aclara el equipo de investigadores.
De esta manera, de acuerdo con el estudio, el cambio en la apariencia, llamado por los autores como “profecía autorrealizable”, es parte del desarrollo social del ser humano y con mayores efectos visibles en la vida adulta.
“George Orwell dijo la famosa frase: 'A los 50, todos tienen el rostro que merecen'. La investigación apoya la observación de Orwell, sugiriendo que los cambios en la apariencia facial a lo largo de los años pueden ser afectados por la personalidad y los comportamientos de una persona”, explican.
El equipo apunta que futuras investigaciones pueden esclarecer la conexión entre estar familiarizado con estereotipos sobre los demás y expresar esos estereotipos por uno mismo.
“Otra conjetura que justifica exploración futura es la posibilidad de que los donantes de nombres (principalmente los padres) tengan una ventaja sobre los participantes y puedan detectar señales físicas o comportamentales sutiles en sus recién nacidos que otros no pueden ver y que corresponden a un estereotipo de nombre, y nombrarlos de acuerdo”, concluyen los autores.