Te compraste esa novela que siempre sentiste que tenías que leer ("Crimen y castigo", por ejemplo. O "Moby Dick".), y hasta la pusiste en la mesita de luz, para entrarle a las páginas una vez en la cama. Pero... Siempre hay algo que consultar en el celular antes de empezar a leer. Transcurren los días y si bien pudiste leer algo, el marcalibros avanzó apenas unos milímetros.
O te disponés a ver la película "El irlandés" en Netflix, que dura tres horas. A los 40 minutos ya estás revisando Twitter de reojo.
Este tipo de situaciones son tan comunes en la actualidad que se han convertido en clichés. Si solo fuera que las interrupciones se dieran en un contexto de “entretenimiento”, como leer un libro o mirar una película, no sería tan urgente señalarlas. Pero este tipo de interrupciones en la atención que uno dedica a una única tarea también son frecuentes en situaciones laborales o de estudio.
En un reciente artículo de The New York Times, se cuenta el caso de una fábrica de muebles en la que el dueño decidió prohibir los teléfonos celulares durante las reuniones laborales diarias. Además, el empresario le ofreció a todos los empleados pagarle un servicio de teléfono celular vintage, con una conexión a internet mínima (sin pantalla grande, sin redes sociales y mensajería instantánea).
La productividad subió sustancialmente tras la prohibición de tener el smartphone constantemente al alcance de la mano, fueron casi cien (de una planilla de 1.200) los que aceptaron la oferta de empezar a usar un teléfono “flip”.
Es cada vez más evidente que el smartphone, con todas las ventajas que ofrece, también tiene un costado menos positivo.
La atención, un valor
El año pasado se publicó en castellano el más reciente libro del periodista y divulgador inglés Johann Hari, donde él acomete la tarea de investigar por qué parece cada vez más difícil concentrarse en una actividad específica y uno va saltando de un tuit a una foto en Instagram, de ahí a un video de Youtube y luego a una partida de algún videojuego de la categoría rompecabezas.
En el libro, titulado "El valor de la atención: Por qué nos la robaron y cómo recuperarla", Hari plantea la hipótesis de que no poder concentrarse (porque siempre hay algún tipo de interrupción que logra imponerse puesto que en la misma hay algún tipo de estímulo al cerebro) nos lleva a ser, en términos generales, menos competentes (el título en inglés es un poco más preciso para entender este planteo de Hari, dado que en él se habla no de prestar atención sino de “pensar profundamente”).
Hari no interpela únicamente a la tecnología y su despliegue en Internet. En los doce capítulos del libro, señala que otros factores como una pobre calidad de sueño, o el estrés de la vida laboral y cotidiana, también tienen que ver con la cada vez menor capacidad de prestarle atención a una cosa. Pero el mundo digital con sus pantallas llenas de colores, notificaciones, redes sociales y videojuegos se llevan la parte del león en el "J’accuse" de Hari.
El escritor, para apoyar parte de su interpelación, recurre a la relación personal que tiene con Nir Eyal, un gurú de Silicon Valley, la Meca de la tecnología digital y sus repercusiones en el día a día de millones de personas.
De acuerdo a Hari, la solución que propone Eyal para recuperar la capacidad de concentrarse es —en esencia— un asunto individual. Basándose en sus propias experiencias de vida, Eyal postula que la solución pasa por la voluntad del usuario de la tecnología, algo que expone en su propio libro, "Indistractible" (algo así como “Imposible de distraer”).
Mediante una serie de acciones, como desactivar notificaciones o cambiar la configuración de la pantalla de celular para que esta esté en blanco y negro y no en colores, uno ya comienza a solucionar los eventuales problemas de atención y seguir “funcionando” como antes de la llegada de los teléfonos inteligentes, de acuerdo a Nyal.
Hari no compra. Sobre todo porque también leyó otro libro de Nyal, llamado Hooked: How to Build Habit-Forming Products o, “Enganchados: Cómo crear productos que generan hábitos”. Así narra Hari su experiencia a leer ese libro de Nyal...: “Leer Hooked como un usuario de Internet común y corriente es extraño; es como el momento en una vieja película de Batman cuando el villano es atrapado y revela todo lo que hizo todo el tiempo, paso a paso. Nyal escribe: ‘Admitámoslo: todos estamos en el negocio de la persuasión. Los innovadores construyen productos destinados a persuadir a las personas para que hagan lo que queremos que hagan. Llamamos a estas personas usuarios y, aunque no lo digamos en voz alta, secretamente deseamos que cada uno de ellos se enganche diabólicamente a lo que estamos haciendo’. Él expone los métodos para lograr esto, que describe como ‘manipulación mental’. El objetivo, dice, es ‘crear un deseo’ (...) Su enfoque puede resumirse en el título de una de las entradas en su blog: “¿Quieres enganchar a tus usuarios? Vuélvelos locos”’.
En algunas de las varias entrevistas que Hari ha dado luego de publicado el libro, ha usado la siguiente imagen para ilustrar la asimetría entre lo que puede hacer un usuario y todos los recursos que tiene una gran corporación tecnológica para sabotear esas acciones. “Imaginate que por cada cosa que hacés para evitar tantos estímulos, con sus consiguientes interrupciones, hay decenas de ingenieros del otro lado de la pantalla con una batería de medidas para neutralizar cada una de tus acciones”.
¿Qué hacer, entonces? Para Hari, la solución se sustenta en dos patas: por un lado, coincide con Nyal en que las acciones individuales son imprescindibles. Además de las medidas que son puramente de procedimiento técnico (desactivar notificaciones, consultar aplicaciones para monitorear el tiempo que uno pasa mirando la pantalla) hay otras más radicales como meditación, y entrenamiento mental en resistir las interrupciones.
Pero también son necesarias otras medidas. De acuerdo a conversaciones con otros expertos en su libro, este tipo de soluciones son de carácter mucho más radical: “Tristan y Aza creen que si vamos a encontrar una solución duradera, necesitamos ir directamente a la raíz del problema. Aza me dijo de manera contundente: ‘Podríamos simplemente prohibir el capitalismo de vigilancia’. Significaría prohibir cualquier modelo de negocio que te rastree en línea para descubrir tus debilidades y luego vender esos datos al mejor postor para que puedan cambiar tu comportamiento. ‘Ese modelo es, fundamentalmente antidemocrático, anti-humano, y tiene que desaparecer’”.