Aterradores, culposos y vergonzantes: cómo lidiar con los pensamientos intrusivos

Una especialista explica cómo se tratan estas imágenes mentales relacionadas con conductas perturbadoras y violentas, que irrumpen sin avisar.

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Imagen: Devianart.

La Nación / GDA
Un pensamiento intrusivo, repetitivo o invasivo es una idea o imagen que aparece, como si procediera desde afuera, en nuestra mente de manera automática, de un momento a otro y sin aviso previo, generalmente con un contenido negativo, violento y desagradable.

En algunas personas puede indicar una condición de salud mental como el Trastorno Obsesivo compulsivo (TOC) o Trastorno por Estrés Postraumático.

“No tienen nada que ver con nuestros deseos reales, ni guardan una relación directa con algo que nos haya sucedido. Son pensamientos e imágenes recurrentes muy angustiantes. El contenido de los mismos puede relacionarse con conductas perturbadoras, impropias y violentas, y pueden generar sentimientos de culpa y de vergüenza”, explica Laura Ferre, licenciada en Psicología y Terapeuta Familiar.

—¿Por qué aparecen esos pensamientos repetitivos tan desagradables?

Irrumpen sin avisar y son multicausales. De todos modos, suelen estar ligados con el incremento de la ansiedad (a veces silenciosa y persistente), el estrés (postraumático o no) y hasta factores hormonales pueden incidir en su aparición. Estos pensamientos aparecen fuera de nuestra voluntad. Lo importante es que no nos definen.

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Imagen: Devianart.

Algunos de estos pensamientos intrusivos:

  • La idea de dañar a personas que amamos.
  • Ideas relacionadas con prácticas sexuales con personas inapropiadas como un familiar o alguien que no nos atrae.
  • Dudas sobre la propia cordura o el juicio de otra persona.
  • Ideas de tener conductas impropias en público: desnudarse, pegarle a otro.
  • Impulso de hacerse daño o cometer acciones de riesgo como saltar por una ventana. (se diferencian de los pensamientos suicidas porque no hay intencionalidad).
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Imagen: Devianart.

Los pensamientos intrusivos ganan más poder, avanzan como si fueran tentáculos de un pulpo sobre la vida cotidiana. Invaden y generan sentimientos de culpa, auto-rreproche, vergüenza. Interfieren en las habilidades sociales (la forma de comunicarnos y de estar con otros), con nosotros mismos. Generan mayor dispersión e impiden conectarnos con el aquí y ahora. Nos llevan hacia lugares que pueden resultar aterradores.

—¿Cuáles son los indicios o las alertas para poder consultar con un especialista?

—Todos podemos experimentar pensamientos intrusivos en algún momento y no necesariamente son sinónimos de tener un problema. Aparecen y se van como olas, como si fueran ráfagas. Si estos pensamientos se vuelven rígidos, fijos y comienzan a interferir en la realización de las tareas habituales, como trabajar o descansar, ahí tenemos una llamada de atención; una suerte de luz roja. En salud mental, cuando una conducta se vuelve rígida, estereotipada y no pertenece a nuestro repertorio habitual, es momento de pedir ayuda. Cuando estos pensamientos se enquistan, angustian y empiezan a definirnos: “Soy una persona horrible porque quiero lastimar a mi hija” o a hacernos dudar de nuestra cordura, capacidades etc, es un buen momento para hacer una consulta. De todos modos, siempre hay que tener presente que somos mucho más que lo que estamos pensando. Una cosa es aquello que pensamos y otra muy diferente es llevarlo a la acción.

—¿Qué tratamientos se recomiendan para estos pensamientos obsesivos?

—Los tratamientos cognitivo/conductuales con técnicas de registro de pensamiento, prácticas de respiración ayudan. Me gusta especialmente la terapia de aceptación y compromiso (ACT) que se focaliza en el contexto emocional, en la posibilidad de abrazar y aceptar lo que nos sucede, sin evitarlo.

—¿Qué enseñanza positiva nos puede dejar el haber pasado por este tipo de situaciones?

—Creo que para muchos temas de la vida “luchar para que las cosas mejoren” sirve muchísimo. Con algunas emociones y pensamientos de contenido negativo, conviene abrazarlos (sin resignarse ni sobre-adaptarnos). Mirarnos, abrazar nuestra historia de vida desde la compasión y mantener un auto-diálogo amable y considerado hacia nosotros mismos: somos suficientes y nuestro propio refugio y lugar seguro.

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