Dana G. Smith/The New York Times
En lo que respecta al envejecimiento, tendemos a asumir que la cognición empeora a medida que envejecemos. Nuestros pensamientos pueden volverse más lentos o confusos, o podemos empezar a olvidar cosas, como el nombre de nuestro profesor de inglés de la secundaria o lo que queríamos comprar en el supermercado. Pero esto no le ocurre a todo el mundo.
Desde hace algo más de una década, los científicos estudian un subconjunto de personas a las que llaman “superancianos” (Super-Agers). Estos individuos tienen 80 años o más, pero poseen la capacidad de memoria de una persona entre 20 y 30 años más joven.
La mayoría de las investigaciones sobre el envejecimiento y la memoria se centran en el otro lado de la ecuación: quienes desarrollan demencia en sus últimos años. Pero, “si estamos constantemente hablando de lo que va mal en el envejecimiento, no estamos capturando el espectro completo de lo que sucede en la población de adultos mayores”, afirmó Emily Rogalski, profesora de neurología en la Universidad de Chicago, quien publicó uno de los primeros estudios sobre superancianos en 2012.
Un artículo publicado el lunes en la revista Journal of Neuroscience ayuda a comprender mejor qué tienen de especial los cerebros de los superancianos. La principal conclusión, junto con un estudio complementario publicado el año pasado sobre el mismo grupo de individuos, es que sus cerebros presentan menos atrofia que los de sus pares.
La investigación se llevó a cabo con 119 octogenarios españoles: 64 superancianos y 55 adultos mayores con capacidades de memoria normales para su edad. Los participantes realizaron múltiples pruebas para evaluar su memoria y sus habilidades motrices y verbales, se sometieron a escáneres cerebrales y análisis de sangre, y respondieron a preguntas sobre su estilo de vida y su comportamiento.
Los científicos descubrieron que los superancianos tenían más volumen en zonas del cerebro importantes para la memoria, sobre todo el hipocampo y la corteza entorrinal. También conservaban mejor la conectividad entre las regiones de la parte frontal del cerebro implicadas en la cognición. Tanto los superancianos como el grupo de control mostraron señales mínimas de la enfermedad de Alzheimer en sus cerebros.
“Al tener dos grupos con niveles bajos de marcadores de Alzheimer, pero con diferencias cognitivas y cerebrales sorprendentes, estamos hablando realmente de una resistencia al declive relacionado con la edad”, afirmó Bryan Strange, profesor de neurociencia clínica de la Universidad Politécnica de Madrid, quien dirigió los estudios.
Estos hallazgos están respaldados por la investigación de Rogalski, realizada inicialmente cuando estaba en la Universidad del Noroeste, que demostró que los cerebros de los superancianos se parecían más a los de personas de 50 o 60 años que a los de sus compañeros de 80 años. Tras un seguimiento de varios años, los cerebros de los superancianos se atrofiaban a un ritmo más lento que la media.
No existen cifras exactas sobre cuántos superancianos hay entre nosotros, pero Rogalski afirmó que son “relativamente inusuales”, y señaló que “mucho menos del 10 por ciento” de las personas que atiende acaban cumpliendo los criterios.
Pero cuando conoces a un superanciano, lo sabes, afirmó Strange. “Son personas realmente enérgicas, se nota. Personas mayores, motivadas y alertas”.
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Los expertos no saben cómo alguien se convierte en superanciano, aunque en el estudio español se observaron algunas diferencias en los hábitos de salud y estilo de vida de los dos grupos. En particular, los superancianos tenían una salud física ligeramente mejor, tanto en términos de presión arterial como de metabolismo de la glucosa, y obtuvieron mejores resultados en una prueba de movilidad. Los superancianos no reportaron hacer más ejercicio a su edad actual que los adultos mayores típicos, pero eran más activos a mediana edad. También tenían mejor salud mental.
Pero en general, dijo Strange, había muchas similitudes entre los superancianos y los adultos mayores normales. “Hay muchas cosas que no son especialmente llamativas en ellos”, dijo. Y añadió: “Vimos algunas omisiones sorpresivas, cosas que cabría esperar que estuvieran asociadas a los superancianos y que en realidad no estaban ahí”. Por ejemplo, no hubo diferencias entre los grupos en cuanto a sus dietas, la cantidad de sueño que dormían, sus antecedentes profesionales o su consumo de alcohol y tabaco.
Los comportamientos de algunos de los superancianos de Chicago también fueron una sorpresa. Algunos hacían ejercicio con regularidad, pero otros nunca lo habían hecho; algunos seguían una dieta mediterránea, otros subsistían a base de comidas congeladas preempacadas; y unos pocos seguían fumando cigarrillos. Sin embargo, según Rogalski, uno de los rasgos comunes del grupo era que tendían a mantener relaciones sociales sólidas.
“En un mundo ideal, se revelaría que todos los superancianos comían seis tomates al día y que ésa era la clave”, afirmó Tessa Harrison, científica adjunta del proyecto en la Universidad de California en Berkeley, quien colaboró con Rogalski en el primer estudio sobre superancianos de Chicago.
En su lugar, continuó Harrison, los superancianos probablemente tengan “algún tipo de predisposición afortunada o algún mecanismo de resistencia en el cerebro a nivel molecular que aún no comprendemos”, posiblemente relacionado con sus genes.
Aunque no existe una receta para convertirse en un superanciano, los científicos sí saben que, en general, comer sano, mantenerse físicamente activo, dormir lo suficiente y mantener las relaciones sociales son importantes para un envejecimiento cerebral saludable.