Amaia Arroyo Sagasta/The Conversation
Vivimos un momento convulso en lo que respecta a la relación entre las tecnologías digitales y los menores, algo que tiene repercusiones en la manera en que digitalizamos la educación o realizamos la alfabetización digital de los escolares.
Entre las dos posturas polarizadas, la “prohibición” y el “abrazo” a las pantallas, muchas familias dudan si deben tomar una actitud menos permisiva o si, al contrario, son excesivamente estrictas.
Mientras en el ámbito escolar esa pugna ahora mismo parece resolverse del lado del negacionismo digital en lugares como España, con prohibición del uso de celulares en los centros educativos, conviene que las familias nos tomemos en serio la tecnología. Como el experto Carlos Magro defiende, debemos aceptar que no es posible pensar nuestra vida sin tecnología, sin que ello nos posicione en una aceptación rotunda de cómo usamos la tecnología. Tenemos capacidad de decisión y, por tanto, de mejora. Y eso se convierte en responsabilidad ineludible en el ámbito familiar.
Necesidades de unos y otros en el ámbito familiar
Existen evidencias del efecto negativo del uso (o mal uso) de los celulares y las redes sociales durante la infancia y la adolescencia. La UNESCO, por ejemplo, subraya que las tecnologías digitales presentan riesgos como la invasión de la intimidad, la distracción en el aprendizaje y el ciberacoso. En esta situación, los adultos podemos –y deberíamos– realizar un trabajo de campo que nos ayude a matizar esa evidencia y contextualizarla. Es decir, cada madre, padre o tutor debe conocer a fondo el uso (en cantidad y calidad) que sus hijos hacen de las pantallas para evaluar en cómo éstas pueden estar influyendo en su día a día.
Hay que abrir espacios de diálogo seguros en los que los hijos y las hijas puedan hablar sobre las necesidades, problemas o retos que tienen en su relación con las tecnologías digitales. La tecnología forma parte esencial de sus vidas en determinados aspectos, tales como la socialización en edades adolescentes. Pero que necesiten relacionarse mediante los dispositivos electrónicos y las redes sociales no supone que no existan multitud de variables que cada familia puede tener en cuenta, desde la edad en la que se accede al celular hasta qué redes sociales usar, cómo, cuándo y cuánto.
Por otro lado, si a nuestros hijos en la escuela les prohíben usar el celular, esa imposición tiene también efectos en nuestros hogares, y no sólo en niños y docentes: las familias deben examinar también su necesidad de tener localizados a los hijos y el grado de confianza, autonomía y comunicación que podemos considerar necesario o indispensable.
El reto de establecer una relación entre jóvenes y tecnologías digitales nos exige responsabilidad social y respuestas colectivas que vayan más allá de la mera prohibición. El uso de las tecnologías digitales atraviesa y permea todos los ámbitos de la sociedad (relaciones sociales, aprendizaje, ámbito profesional, económico, cultural…). Por ello, es urgente abordar cómo acompañamos a las futuras generaciones para que desarrollen una relación constructiva, sana y significativa con las tecnologías digitales.
Ideas para el ámbito familiar
Considerando los tres niveles de necesidades (de los propios menores; de madres, padres y tutores; y sociales), pongamos el foco en qué podemos articular desde casa, sin importar la edad de los hijos:
Despertar la conciencia: para huir del sonambulismo tecnológico, de la falta de cuestionamiento del uso de la tecnología, deberíamos observar el uso de cada integrante de la familia (incluidos nosotros mismos) para tener una idea más real de nuestra relación con la tecnología. Esto no debe ser sólo un diagnóstico puntual, sino un estado de presencia permanente que nos impida caer en inercias tóxicas y nos permita recuperar espacios para dialogar.
Dialogar: esos espacios de diálogo que recuperemos se pueden aprovechar también para trabajar una postura crítica hacia el uso de la tecnología. Esto no significa que la demonicemos sino que, desde edades tempranas, podamos hablar sobre los condicionantes propios de la tecnología, de cómo influye en nuestra comprensión y relación con el mundo que nos rodea, y cómo queremos posicionarnos ante ello (valores, conocimientos, habilidades…).
Comprometerse: es conveniente que ese diálogo se traduzca en acciones, compromisos que podamos asumir a nivel familiar, más allá de cuánto tiempo restringimos el uso de las pantallas o los celulares. Por ejemplo, si hablamos de la fiabilidad de las fuentes de información en edades tempranas, podemos comprometernos a consultar varias fuentes a la hora de buscar información para luego contrastarlas (puede ser incluso el parte meteorológico).
Hacer seguimiento: cerramos el ciclo de la conciencia con el seguimiento de los compromisos acordados. Considerar si somos capaces de asumirlos, qué esfuerzo nos supone o, aún más interesante, qué hemos aprendido al ponerlo en práctica. Este seguimiento es vital como acompañamiento a los hijos.
Estamos ante un proceso continuo en el que no sólo aprenden los menores, sino también las familias. En ese proceso, conviene recordar que Los nativos digitales no existen. Los “nativos digitales” son las madres, padres y tutores: ellos son los que pueden acompañar a sus hijos y ayudarles a desarrollar los valores, conocimientos y habilidades necesarias para vivir en una sociedad digital.