Victoria Vera Ziccardi, La Nación/GDA
“Un porcentaje altísimo de mis conocimientos los aprendí de las consultas con mis pacientes. Al principio, una de las cosas que más me costó fue entender que lo que más nos mueve, para bien o para mal, son las relaciones interpersonales. Los momentos de mayor felicidad suelen estar relacionadas a otras personas: el nacimiento de un hijo o una amistad del colegio. Casi todos los momentos positivos tienen que ver con una dimensión relacional al igual que los episodios negativos que están vinculados con pérdidas, rupturas, abandonos o traiciones”, señala Arun Mansukhani, psicólogo y sexólogo especializado en el tratamiento de ansiedad, depresión, trauma psicológico y terapia de pareja.
En plena conversación con adolescentes y jóvenes, el experto revela que las relaciones interpersonales son una oportunidad para descubrir “cómo somos y evolucionar a través del otro”. Según resalta Mansukhani, las investigaciones científicas confirman que las relaciones sanas tienen mucho que ver con la salud física, mental y emocional de las personas. “Sabemos que las personas que tienen relaciones sanas viven más”, afirma.
Mansukhani se destaca en el ámbito de la Psicología desde hace aproximadamente 30 años y lo que realmente le apasiona es el trabajo clínico. “Ese momento en el que uno se sienta en frente de alguien que, al final, es esencialmente igual. Es una relación horizontal: somos iguales, pero ese otro, evidentemente, está pasando por un mal momento, por una mala racha. Yo trabajo con trauma complejo, con personas que realmente están atravesando momentos malos y ver cómo van resolviendo su vida con nuestra ayuda influye sobre el estado anímico y deja muchísimo para aprender”, cuenta.
Horizontales vs. verticales.
El bienestar de las personas depende en gran parte del tipo de relaciones/vínculos que tengan. Según Mansukhani existen dos formas: horizontales y verticales. Define a las primeras como aquellas en las que el poder está equitativamente repartido en la relación, por lo que el vínculo se mantiene en equilibrio. Contrariamente, explica que las relaciones se vuelven verticales y se desequilibran, cuando el poder está desigualmente repartido entre los individuos, es decir, cuando una de las dos partes tiene más poder que la otra. ¿A qué llama Mansukhani poder? A la capacidad de tomar decisiones, de tener control, pero también de cargar con una responsabilidad mayor que la otra persona.
El dilema que se abre con estas formas de relacionarse es cuál es mejor que otra y si alguna puede ser dañina. Respecto de esto, el profesional destaca que aunque lo preferible es que los vínculos entre adultos sean horizontales, existen relaciones verticales sanas. “Por ejemplo, la relación entre una mamá y un bebé es una relación absolutamente vertical. La mamá, tiene todo el poder, tiene toda la responsabilidad y es quien toma las decisiones y debe cuidar y proveer. Esto es totalmente sano que sea así”, dice.
En cuanto a jóvenes y adultos, resalta que hoy forman parte de “la generación de la horizontalidad” ya que socialmente se infiere que todas las relaciones deberían ser horizontales. “Tiene que ver con la democracia. Si todos somos iguales, la relación sana tiene que ser horizontal. Puede que nuestra posición no sea del todo horizontal en un momento determinado, pero la relación de base sí tiene que ser horizontal. Para que haya una relación de intimidad, todas las partes tienen que estar en el mismo plano de poder”, enfatiza.
Pero las cosas no son tan fáciles como suenan. Si bien en la actualidad hay una creencia popular sobre la igualdad de poder en los vínculos, para Mansukhani no todo el mundo está preparado para tener relaciones horizontales ya que son vínculos difíciles y complejos. “Si ambos tenemos el mismo poder, yo tengo menos poder y menos control. Entonces, si voy a intimar, tengo que abrirme con alguien que me puede hacer mucho daño. O sea, alguien que, como tiene capacidad de toma de decisiones, puede dejarme, puede abandonarme, traicionarme o reírse de mí”, explica el psicólogo.
Como consecuencia de esta complejidad o dificultad para tener intimidad con alguien, uno comienza a verticalizar la relación. ¿Cómo lo hace? Con un montón de trucos, según Mansukhani, los más usados son: volverse dominante, controlador, creerse más inteligente que el otro y ser quien toma las decisiones.
Cómo formar vínculos sanos.
Para alcanzar esto uno debería cuestionarse lo siguiente: ¿cómo me siento en la relación? ¿Relajado la mayor parte del tiempo? ¿Estoy tranquilo? ¿Puedo ser yo mismo en la relación?, cuando me ocurre algo malo, ¿lo quiero hablar con mi pareja? “Si las respuestas a estas preguntas son afirmativas, la relación es sana, si las respuestas son negativas, esa relación no suena nada bien”, declara Mansukhani.
Un punto elemental a tener en cuenta en la construcción de vínculos sanos y horizontales es ser consciente del tipo de relación que uno tuvo con sus primeras figuras familiares que usualmente son los padres. Dependiendo de cómo hayan sido esos vínculos, uno marca levemente el patrón de las relaciones de intimidad que tendrá a lo largo de su vida.
“Si no pude confiar en mis padres, difícilmente voy a confiar después en otras personas. Si pasé miedo con mis padres, también me va a costar establecer relaciones de intimidad”, explica. En lo sucesivo, relata que cuando uno tiene una serie de carencia, elige desde ahí. Sería algo así como “matchear” con personas que sean compatibles con esa falta que se tiene. “De esta forma, compatible no es una palabra buena. Porque al serlo, el otro me mantiene en mi carencia; por eso vemos que hay tantas personas en las que hay desequilibrio… una parte de la pareja está entregándose por la relación y la otra parte intenta despegarse porque de alguna manera aún busca una relación complementaria”, señala Mansukhani.
En última instancia, el profesional sugiere tomar conciencia de la historia personal, de cómo fue la relación con los padres y qué tipo de carencia pudo haber dejado. “Hay que analizar dónde uno está fallando más y de dónde puede venir eso que obstaculiza. Una vez que tomemos conciencia de esa carencia podemos empezar a desactivarla, pero no solo para tomar conciencia, sino que es a partir de ahí que tenemos que hacer una serie de cosas para cambiarlo”, concluye.