¿Cómo poner límites sanos?: esto es lo que aprendí en mi primera sesión de terapia

Hay dos tipos de límites: los débiles y los rígidos. Si son claros y asertivos, nos conducen a mejorar nuestras relaciones interpersonales.

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Terapia

Por Bernardo Stamateas/La Nación GDA
Hoy quiero compartirte mi primera sesión de terapia, que tuvo lugar hace muchos años atrás. El primer tema que surgió fue el de los límites. Mi terapeutame explicó que existen dos tipos de límites. A saber:

1. El límite débil o endeble.

En este caso, a la persona le cuesta muchísimo fijar límites y, por lo general, siempre está brindando algo a los demás. En realidad, da de manera excesiva y, por tal motivo, espera que el otro le retribuya su generosidad. Así, se vuelve dependiente de la gente.

“¿Qué querés vos?”, “¿Qué te gustaría a vos?”, suele preguntar y se termina acomodando al deseo del otro. Se descuida, pues aprendió a colocarse en el último lugar de la lista. Y se transforma en alguien pasivo, porque lo que el otro quiere es lo único que verdaderamente importa y lo que la lleva a decidir qué hacer o qué no hacer.

2. El límite rígido.

En el otro extremo, se halla el límite rígido. Aquí, la persona “sale a la vida dispuesto a atacar”. A diferencia del ejemplo anterior, es alguien egoísta que siempre está pensando en sí mismo y toma distancia de los demás. Busca controlar a quienes lo rodean, lo cual lo conduce al conflicto permanente.

¿Cómo es un límite sano?

Es como una puerta. Es aprender a decir que sí, o que no, cuando es necesario. Lo que recuerdo de esa primera sesión de terapia es que, cuando uno sabe fijarse límites a sí mismo, cuando acostumbra a decirse que sí y que no a sí mismo, es más fácil hacer luego lo mismo con otros.

Un límite debe ser puesto de forma breve y con un tono tranquilo, teniendo siempre en cuenta qué quiero yo, qué necesito yo. No se precisan grandes explicaciones cuando sabemos decirle “sí” y “no” a los demás.

Los límites claros y asertivos nos conducen a mejorar nuestras relaciones interpersonales, a nutrir nuestros vínculos más cercanos y, sobre todo, a vivir con paz interior. Pues, cuando priorizamos el cuidarnos y respetarnos, esto nos permite actuar de igual modo con los demás.

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