En base a The New York Times
Las mascotas son cada vez más populares. Aproximadamente dos tercios de los hogares uruguayos tienen al menos una mascota. Esta popularidad replica en varios otros países. Por ejemplo, en Estados Unidos, donde los propietarios de mascotas gastan buenos billetes en el cuidado de sus mascotas (casi 137.000 millones de dólares en 2022). Se calcula que 91 millones de hogares en Europa poseen al menos una mascota, un aumento de 20 millones con respecto a la última década. La población de mascotas en India alcanzó los 31 millones en 2021, frente a los diez millones en 2011.
Y nuestras mascotas se parecen cada vez más a nosotros, o al menos, ese parece ser nuestro objetivo. Las mimamos con planes de nutrición personalizados, hidroterapia para perros, estancias en hoteles boutique para gatos.
Ahora, algunos especialistas en ética del bienestar animal y veterinarios se preguntan si, en nuestros esfuerzos por humanizar a nuestras mascotas, hemos ido demasiado lejos. Cuanto más tratamos a las mascotas como personas, alegan, más limitadas y dependientes de nosotros se vuelven las vidas de nuestras mascotas, y más problemas de salud y de comportamiento desarrollan.
Rodrigo Pacheco es veterinario (junto a un socio, tienen una tienda veterinaria Más Que Mascotas en el barrio Parque Batlle) y para él, habría que definir qué es “ir demasiado lejos” en el cuidado de las mascotas. Sí está de acuerdo en que puede haber niveles excesivos de cuidados y mimos, y que eso tiene sus bemoles.
“Hay un tema de humanización que tiene más que ver con algo vincular, un tema social”, dice Pacheco y agrega: “A menudo puede tratarse de llenar un vacío afectivo”.
Considerar a una mascota como un integrante más de la familia es algo común desde hace años. Lo que algunos se cuestionan es cuando el animal está a la par del humano. “Ahora vemos a las mascotas no solo como miembros de la familia sino como equivalentes a niños”, asevera James Serpell, profesor de ética y bienestar animal. “Los dueños se vuelven cada vez más protectores y restrictivos y los animales no son capaces de expresar su propia naturaleza perruna y gatuna libremente”.
Pacheco, por su parte, cita el caso de personas que no quieren vacunar a sus mascotas son antivacunas en términos generales. Equiparan los supuestos riesgos de la vacunación tanto para humanos como para animales. .
Además, sostiene que ese tipo de actitudes se debe a algo que puede ser tan perjudicial como la falta de información:la sobreabundancia de esta. “Muchas veces hay manejos que son infundados —por ejemplo en cuanto a la nutrición o a las conductas— y esto es tomado por propietarios de mascotas sin ningún tipo de asidero”.
Pacheco se refiere a que la cantidad de información (y desinformación) disponible online a veces lleva a que cierta cantidad de personas se aglutinen en torno a una actividad —en este caso, ser “mascoteros”— y entre ellos se retroalimenten con información que puede ser —y a menudo es— incorrecta o insuficiente. “El comportamiento animal es algo que está muy estudiado científicamente. Ese conocimiento, además, se ha ido actualizando, ha evolucionado con el paso del tiempo”.
En otras palabras: hay que estudiar —y mucho— para recibirse de veterinario o etólogo. No alcanza con leer artículos en Internet o ver videos en TikTok o Instagram.
También está cambiando la relación de nuestros animales con su entorno. Debido a la preocupación porque los atropelle un auto por ejemplo, muchos gatos ahora pasan toda su vida bajo techo. Hasta finales de la década de 1970, incluso los perros de ciudad pasaban la mayor parte del tiempo al aire libre, ya sea en los patios traseros o deambulando sueltos por el vecindario. Ahora, un perro sin correa se considera contrario al orden natural de las cosas.
Uno de los segmentos de mercado de más rápido crecimiento es el llamado sector de “confinamiento de mascotas”, que incluye jaulas y vallas para interiores, así como arneses para la cabeza y collares electrónicos. Aunque hace varias décadas los perros tenían más probabilidades de ser atropellados por automóviles, añadió, esos riesgos eran contrarrestados por la libertad de experiencia y movimiento.
La paradoja de las mascotas modernas, en pocas palabras: “Los dueños no quieren que los perros se comporten como perros”, dice Serpell. Si bien se está permitiendo la entrada de perros en un número cada vez mayor de espacios humanos —restaurantes, oficinas, tiendas, hoteles, así como más parques con áreas designadas para perros—, su creciente presencia no se ha traducido en una mayor independencia.
El confinamiento y el aislamiento, a su vez, han generado un aumento de la agresión y la ansiedad por separación de los animales. Y debido en parte a la carga y los gastos que supone tener una mascota —gastos veterinarios, cuidadores de mascotas, costos de alojamiento—, cada vez más personas están abandonando animales en refugios, lo que lleva a tasas más altas de eutanasia.
“Estamos en un extraño momento de obsesión con las mascotas. Hay demasiadas y las mantenemos con demasiada intensidad. No es bueno para nosotros ni para ellas”, afirma Serpell.
“Definir la ‘libertad’ de un perro, un animal que ha sido domesticado de forma artificial y seleccionado por los humanos durante tanto tiempo, es un enigma interesante”, dice Alexandra Horowitz, investigadora de cognición canina. Pero Harold Herzog, profesor de psicología que estudia las relaciones entre animales y humanos tal vez ofrece el mejor resumen. “Cuanto más veamos a los perros y gatos como criaturas autónomas, menos podemos justificar tenerlos como mascotas”.