Cuando ser positivo hace más mal que bien: qué es la positividad tóxica y claves para evitarla

El pensamiento positivo puede ser poderoso, pero cuando se lleva al extremo, se convierte en una especie de fantasía infantil.

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Felicidad
Mujer feliz al aire libre.
Foto: Freepik.

La positividad es, sin duda, una fuerza poderosa. Nos ayuda a ver el lado bueno de las cosas, a mantenernos motivados y a superar desafíos con una actitud optimista. Sin embargo, hay momentos en los que la positividad puede volverse en nuestra contra, llevándonos a un estado de negación y desconexión de la realidad.

En estos casos, hablamos de positividad tóxica.

Imagina estas situaciones:

- Perdiste tu trabajo. Alguien te dice: “¡Qué buena oportunidad para cambiar tu trayectoria laboral!”

- Tienes una enfermedad grave. Te comentan: “Quizá esto te ayude a disfrutar de tu vida como nunca antes.”

- Te quebraste la pierna. Escuchás: “Mira lo positivo, al fin vas a poder descansar y leer ese libro que tanto querías.”

- Y, por supuesto, no olvides: “¡Sonríe, no dejes de agradecer a la vida sus regalos!”

Estas frases, aunque bien intencionadas, pueden ser un exceso y, en muchos casos, peligrosas.

No, no se trata de ser pesimista o de aferrarse al sufrimiento como fuente de aprendizaje, como lo planteaba Nietzsche. Pero tampoco se trata de fingir que todo está bien cuando claramente no lo está.

Mujeres alegres
La amistad puede ser fuente de felicidad.
Foto: Pxhere.

La positividad tóxica.

El pensamiento positivo puede ser poderoso, pero cuando se lleva al extremo, se convierte en una especie de fantasía infantil. Creer que podemos lograr una vida plena simplemente visualizando lo que deseamos, ignorando los obstáculos, es un ejemplo de pensamiento mágico.

En los últimos años, se ha hablado mucho sobre los beneficios de entrenar la mente para ser más positiva. Pero, al igual que con cualquier otra cosa en la vida, un exceso de positividad puede llevarnos a problemas que ni siquiera imaginamos. Es lo que se conoce como positividad tóxica.

La positividad tóxica es la sobregeneralización de un estado feliz y optimista en todas las situaciones de la vida, sin tener en cuenta la realidad y los desafíos que se presentan. Es como vivir en un mundo de fantasía, donde nada duele, nada sale mal, y todo es perfecto.

Desde tiempos inmemoriales, hemos sabido que la salud está en el equilibrio, no en los extremos. El oráculo de Delfos, uno de los más grandes de la antigua Grecia, enseñaba: “Nada en exceso.” Para sanar y crecer, debemos alejarnos de los polos y caminar hacia el centro, hacia un equilibrio que nos permita ver la realidad tal como es.

La vida es una mezcla de situaciones difíciles y fáciles, bonitas y feas. Negar lo feo, vivir en un cuento de hadas, tiene consecuencias graves. Como dice Mark Manson, en su libro El sutil arte de que todo te importe un carajo: “Todo lo que vale la pena en la vida se gana superando la experiencia negativa asociada. Cualquier intento de escapar de lo negativo, de evitarlo, aplastarlo o silenciarlo, sólo puede resultar contraproducente.”

Fingir que todo va bien puede deslegitimar nuestros sentimientos de dolor, rabia o ansiedad, y eso nos genera vergüenza y culpa por no ser capaces de mantener una actitud positiva. La positividad tóxica está presente en todos nosotros, tanto como víctimas como perpetradores.

¿Cómo reconocerla?

Probablemente te has encontrado en situaciones donde has ejercido positividad tóxica sin siquiera darte cuenta. Frases como “Podría ser peor” o “Todo pasa por algo”, son ejemplos comunes.

Aunque no hay malas intenciones detrás de estas expresiones, pueden minimizar el dolor de la otra persona y cerrar la posibilidad de una conversación más profunda.

En lugar de eso, podrías decir algo del tipo: “¿Cómo puedo ayudarte?” o “Debe ser duro, ¿quieres hablar de ello?” Estas frases, siempre que sean sinceras, muestran empatía y abren la puerta a una conversación genuina.

La Real Academia Española define a una persona positiva como aquella que es optimista, inclinada a ver el lado favorable de las cosas. Sin embargo, cuando hablamos de positividad tóxica, nos referimos a una positividad sin base en la realidad. Es vivir en un estado de fantasía, donde se ignora todo lo que es incómodo o desagradable.

Una forma de visualizar esto es imaginar una línea horizontal. En el extremo izquierdo está el optimismo, en el extremo derecho el pesimismo, y en el medio, el realismo. Las personas con positividad tóxica se sitúan en el extremo izquierdo, rozando el límite del optimismo extremo.

El objetivo debe ser moverse hacia el centro, hacia un realismo que considere la realidad exterior pero que mantenga una actitud positiva.

Los peligros.

El problema con la positividad tóxica es que puede llevarnos a negar nuestras emociones, lo que provoca estrés. Y el estrés crónico, como sabemos, daña nuestra salud. Además, este tipo de positividad puede llevarnos al aislamiento, a desconectarnos de nosotros mismos y de los demás.

Otro peligro es que la positividad tóxica nos impide desarrollar resiliencia. Negar lo negativo es agotador y nos deja sin las herramientas necesarias para superar los desafíos que inevitablemente enfrentaremos en la vida.

Algunos indicadores de que estás cayendo en la positividad tóxica son:

—Ignorás los problemas en lugar de enfrentarlos, con frases como “Es lo que hay”.

—Te forzás a seguir adelante ocultando tus verdaderos sentimientos, poniendo una sonrisa falsa.

—Te sentís culpable por estar triste, enojado o decepcionado.

—Minimizas los sentimientos de otros porque te incomodan.

—Exigís a otras personas que tengan una visión positiva del dolor, lo que les obliga a guardar silencio sobre sus luchas internas.

Salir de la trampa.

Para evitar caer en la trampa positividad tóxica, debemos aprender a validar nuestras emociones, incluso cuando no estamos bien. La alternativa al pensamiento positivo no es la desesperanza, sino el realismo.

Aceptar la realidad tal como es nos permite vivir de manera más auténtica y conectada. No se trata de vivir en un estado de negatividad constante, sino de encontrar un equilibrio entre el optimismo y el pesimismo. Este equilibrio es lo que nos permite ser maduros y enfrentar la vida con una perspectiva saludable.

Claves para ser realistas.

—Sé honesto y auténtico: No tengas miedo de expresar cómo te sientes realmente. Permitirte estar mal es parte del proceso.

—Escuchá y validá el dolor ajeno: En lugar de apresurarte a cambiar de tema, tómate un momento para escuchar lo que la otra persona está diciendo. La empatía es clave para construir relaciones más profundas y significativas.

—No niegues tus emociones: Reconocé lo que sentís y date permiso para procesarlo. Esto no significa quedarte estancado, sino entender que las emociones son información valiosa que nos guía.

La felicidad no debería ser una exigencia. Tenés derecho a sentirte mal y a mostrarlo sin ser juzgado. Si eres de las personas que esparcen un exceso de positividad por el mundo, es momento de reconsiderar. El equilibrio y la aceptación de todas las emociones, tanto las placenteras como las displacenteras, son esenciales para una vida saludable.

La positividad genuina, basada en la realidad y no en la fantasía, es lo que nos ayudará a crecer y a enfrentar la vida con madurez y sabiduría.

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