Miriam Araujo Hernández - The Conversation
La sexualidad, que se consolida en la adolescencia, se construye influenciada por elementos cognitivos, emocionales y sociales. En este desarrollo, la influencia externa es muy poderosa para afianzar las bases de sus hábitos sexuales.
Anteriormente, los modelos y creencias familiares, la base de las relaciones en el vínculo afectivo, así como la idea socialmente aceptada de que las relaciones sexuales pertenecían al ámbito de lo privado, eran los principales agentes que determinaban las conductas sexuales.
Actualmente, con la aparición de la “nueva pornografía”, todos estos elementos se han visto modificados. La alta calidad de imagen haciéndola hiperrealista sin necesidad de la presencia real y su accesibilidad, sacándola de lo privado a lo público, en cualquier formato, momento y hora, permite que los consumidores tengan experiencias sexuales sin necesidad de una relación o contacto interpersonal.
Infecciones sexuales al alza
Uno de los cambios tiene que ver con que las relaciones sexuales informales o esporádicas son más habituales. Al mismo tiempo, estamos viendo un aumento de las infecciones de transmisión sexual en la población joven: entre 2021 y 2023, las infecciones gonocócicas crecieron un 42,6 % y la sífilis, un 24,1 %, al tiempo que aumentan las afecciones como el VPH. Algunos expertos han detectado que estas infecciones vienen provocadas por esos cambios en las conductas sexuales inspirados principalmente por la industria pornográfica.
En primer lugar, las imágenes y vídeos pornográficos que consumen adolescentes —e incluso niños— incorporan prácticas de gran riesgo para la transmisión y contagio de diversas enfermedades, sobre todo porque en estos contenidos no aparece habitualmente el uso de métodos de barrera (preservativos masculinos o femeninos, barreras de látex bucales, etc.). Es decir, en la pornografía, la prevención de infecciones de transmisión sexuales no solo no es importante, sino que no forma parte de la acción sexual.
Conductas de riesgo
Pero el bienestar físico, mental y social de una generación que podríamos calificar de “pornonativa” se ve afectado de diversas maneras. El consumo de pornografía puede ser precursor de conductas de riesgo, como el aumento del consumo de alcohol, tabaco y drogas.
Salud psicoemocional

Por otro lado, el consumo excesivo de pornografía también tiene un impacto sobre la salud psicoemocional: puede provocar ansiedad, depresión, disminución de la intimidad y conexión emocional en las relaciones sexuales y sensación de culpa y vergüenza.
Otro efectos adversos del consumo excesivo de pornografía o a edades precoces es la creación de expectativas irreales en las relaciones sexuales y posterior sensación de frustración. Se puede caer en adicción a la pornografía y conductas compulsivas y violentas.
Relaciones menos empáticas

El consumo de pornografía durante la infancia o la adolescencia puede llegar a inhibir la empatía en las relaciones. La empatía nos permite interpretar las emociones de la otra persona y tenerlas en cuenta; si no tenemos empatía y no podemos percibir, interpretar y respetar lo que el otro siente o está experimentando, las relaciones sexuales tienden a ser de dominio y autoplacer y pueden llegar a ser violentas.
El aumento de casos de abusos, agresiones sexuales y violaciones (individuales y grupales) entre adolescentes puede ser una consecuencia de esta visión no empática de las relaciones sexuales, así como de la representación hipersexualizada y cosificada de las mujeres en los vídeos pornográficos que muchos jóvenes y adolescentes consumen.
Una educación sexual temprana, medidas restrictivas para la industria pornográfica, así como planes de salud específicos para prevenir los efectos de consumo de pornografía en adolescentes y jóvenes, son algunos de los elementos fundamentales para revertir estas tendencias.
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